Este sábado dimos cristiana sepultura a los restos mortales del profesor Klaus Wagner, alemán de nacimiento, español de nacionalidad, sevillano de adopción. Apenas hacía un año que se había jubilado.
A mí me dio clases de lengua y literatura alemanas, luego hemos sido compañeros en la Facultad de Filología. Compartíamos despacho (él lo llamaba el zulo, por su pequeñez). No quiero hacer su necrológica, no me siento con ánimos. De su labor investigadora, de su obra científica, que hablen otros. Que era un auténtico sabio, eso está fuera de toda duda.
Por lo que yo lo recuerdo, y lo recordaré siempre, es por su sentido del humor, cada día sabía contar un chiste nuevo, una historieta, una anécdota. Carecía de toda vanidad, de toda afectación. Era un hombre cariñoso y afable. Un sabio entrañable.
Yo pensaba sorprenderle con la dedicatoria de una antología poética de Goethe que publicará próximamente la editorial Renacimiento. Era mi particular contribución al homenaje que se le preparaba. Él ya no la verá con sus ojos mortales. Pero sé que, aunque no me acuse recibo, Klaus la va a recibir. Ya me dirá, cuando nos veamos.
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