LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

sábado, 30 de junio de 2012

G. K. CHESTERTON: LEPANTO





Lepanto (1911) es quizás el más conocido y celebrado poema de Chesterton. Nada más por este poema, escribe el especialista en Chesterton Dale Ahiquist, para quien se trata de una obra maestra del ritmo y de la aliteración, “Chesterton debería ocupar un lugar entre los inmortales de la literatura.” La fortuna de Lepanto en español no ha sido escasa, aunque sí desigual. Conocemos versiones de Borges (1938, en el primer número de la revista argentina Sol y luna), Luys Santamarina (Barcelona, 1948, en Solidaridad Nacional), Santiago Magariños (Barcelona, 1953, en Entregas de poesía) y, últimamente, la traducida en colaboración por Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza (Lepanto y otros poemas, Renacimiento, Sevilla, 2003).

            Paradójicamente, este magno poema puede parecer, hoy, el más políticamente incorrecto de los salidos de la pluma del escritor británico, aunque no sea más que porque actualmente tendemos a mirar al mundo islámico con mayor cercanía y comprensión. Pero sería absurdo ignorar las circunstancias históricas del hecho de que trata el poema. En 1571, fecha de la batalla naval, el Turco amenazaba no ya sólo las costas italianas, sino con tomar la mismísima Roma. Cervantes, como sabemos, calificó aquella batalla como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Al margen de exageraciones, y al margen incluso de los concretos hechos históricos, resulta innegable la vigencia del Lepanto chestertoniano, con su defensa de la libertad contra el destino, del valor frente al sometimiento, del héroe frente al verdugo. Pero no descenderé a comentar el poema; ya otros lo han glosado con más pericia y mayor espacio de los que pudiera disponer yo aquí.
            De mi versión, nada diré, salvo que no he pretendido remedar en absoluto la tediosa y no obstante imprescindible labor de un traductor jurado. Quiere ser la recreación poética de un poema en una lengua muy distinta de aquella en que su autor concibió su obra. Si funciona como poema en castellano, al margen del irreemplazable poema inglés, habrá logrado su principal objetivo. Aun  así, el mérito será únicamente de Chesterton. Yo sólo me he divertido un poco traicionándolo, digo, traduciéndolo.

En los cerrados patios los surtidores vierten
su luz en el palacio. El Sultán se divierte.
Como esos chorros ríe su rostro, tan temido,
y su barba se agita, que es un bosque oscurísimo,
y como media luna de sangre son sus labios.
En un mar que era nuestro, hoy campean sus barcos.
Hostigan las repúblicas de las costas de Italia.
Se atreven a alcanzar a la Venecia adriática.
Previendo ya esta pérdida, el Papa abre sus brazos
implorando sus armas a los reyes cristianos.
La reina de Inglaterra se mira en frío espejo.
De los Valois, en misa, se escuchan los bostezos.
A las islas no llegan los cañones de España.
El señor de Bizancio se ríe en nuestras barbas.



Ya se escuchan tambores desde montes lejanos
y un príncipe sin nombre su cetro ha abandonado,
de la pared descuelga las europeas armas
y oye el canto del pájaro y los gritos de alarma
que otros tiempos bajaron hacia el Sur denodados
cuando el mundo era joven y los hombres, soldados.
Por los caminos suenan los gritos de Cruzada.
Y atruenan los cañones y redoblan las cajas.
Ya se marcha a la guerra, ya se va don Juan de Austria.
Alzados estandartes desafían el viento,
la púrpura en la noche, la luz del oro viejo,
y las rojas antorchas, y los claros timbales.
Y suenan los clarines porque don Juan ya sale,
en la barba florida, pintada una sonrisa
de quien rechaza tronos, y a los libres inspira.
¡Larga vida a la España!
¡Y muerte para el África!
Y don Juan hacia el mar derecho se encamina.



Mahoma en su edén sueña la estrella de la tarde
(mientras que don Juan de Austria para la guerra parte),
dormita en el regazo de una de sus huríes,
con su turbante enorme de colores añiles,
tejido por los mares que no han visto su ocaso.
De la siesta despierto, es más alto que un árbol
y espanta así a los pavos reales del jardín,
y es su voz como un trueno de uno a otro confín
invocando a Azrael, a Ariel y al negro Amnón,
al genio abogador
de cien alas y ojos,
por cielo, sus antojos,
reinando Salomón.



Bajan de nubes rojas en el alba rojiza,
Acuden de los templos de deidad amarilla.
Y surgen de las verdes cavernas de la mar
donde hay cielos caídos, ciegos seres del mal,
sepultos en moluscos y en marinas praderas.

Vienen envenenados del morbo de la perla,
salen color zafiro de grietas en las lomas,
y dan adoración al genio de Mahoma,
que les grita: partid de un rayo al ermitaño,
de día ni de noche dad tregua a los cristianos,
los huesos de los santos sepultad bajo arena,
porque vuelve Occidente a sembrarnos de pena.



De Salomón el sello impusimos al orbe,
con su sabiduría y su destino acorde,
pero oigo un runrún, de las montañas baja,
el que hace cuatro siglos ya nos asolara,
quien no dice “¡está escrito!”, no conoce el destino,
y es Ricardo, Raimundo, y es Godofredo mismo,
es quien arriesga y pierde, y ríe cuando pierde,
¡abatidlos y en paz nuestra tierra se quede!
¡De cañón y tambores ya oigo el redoblar!
(Y es que ya don Juan de Austria para la guerra va).
Y un repentino ¡ya!
voceado en España,
y es que ya don Juan de Austria,
parte desde Alcalá.


San Miguel en el Norte, dormido en su montaña
(mientras ya don Juan de Austria, pertrechado, se marcha)
donde la mar es gris y las olas de plata,
donde los marineros sus rojas velas alzan,
blande ya los aceros en sus alas de piedra.
Su grito en Normandía las tierras atraviesa.
Pero el grito va solo, nadie lo oye en los libros,
el Norte anda confuso, nadie quiere el martirio
si no es el de un cristiano por otro que es su hermano,
y Cristo es implacable y María no es nada.
Pero ya don Juan de Austria hacia la mar cabalga.
Y en sus labios un grito, un grito de sus labios,
que, como una trompeta, desgarra los espacios.
Y ese grito es de ¡ya!,
de Dios sea la acampada.
Y exclama don Juan de Austria,
¡las naves a la mar!



Mira el rey don Felipe, su Toisón sobre el pecho,
(y ya está don Juan de Austria en cubierta dispuesto)
las estancias de negro terciopelo vestidas,
por luto y por pecado, y enanos recorridas,
sosteniendo un cristal del color de la luna,
con que escruta el futuro lleno de veladuras,
de muerte y de derrota, y de negros presagios.
Pero ya don Juan de Austria al Turco hace pedazos.
Ha salido de caza, y sus lebreles ladran.
El fragor de aquel trueno se oye ya en toda Italia.
Cañón contra cañón,
el que acierte, acertó,
valor, valor, valor,
ordena don Juan de Austria.



El Papa en su capilla, y antes que todo empiece
(pero ya a don Juan de Austria el humo le oscurece),
en la casa de un hombre donde Dios siempre vive,
por su ventana mira este mundo indecible
y como en un espejo ve ya el mar misterioso
y ve la media luna, la crueldad en sus fondos,
y la Cruz y la Roca que amenazan sus sombras
y oculta los leones de San Marcos la fronda
de naves que comandan hombres de negra barba
y encierran en su seno prisiones agobiadas
de cautivos cristianos enfermos y sin sol
y aun peor que en las minas sus fatigas ahí son.
Son como los esclavos de aquella tiranía
que alzaban las pirámides para dioses del día.
Son muchos y son mudos, sin esperanza cierta,
cual los que en Babilonia tallaban duras piedras.
Más de uno ha enloquecido en este bajo infierno
siempre con vigilancia de un esbirro en su encierro.
Más de uno ya ha perdido su fe, que nada espera.
(Pero ya don Juan de Austria ha abierto una gran brecha)
Cañonea don Juan desde el puente de muerte,
y rojo vuelve el mar que al pirata sostiene.
Corre la sangre ya por la plata y el oro,
abriendo las bodegas, rescatando su fondo.
Por miles los cautivos ya suben a cubierta,
aturdidos de sol y libres por sorpresa.
Gloria, a la España, gloria
y a Dios aun mayor gloria.
Que ya por don Juan de Austria
es devuelta la afrenta.



Y Miguel de Cervantes, deja caer su espada
(don Juan de Austria ya vuelve, laureles y guirnaldas)
y ve en sueños a un flaco caballero errabundo
los caminos de España cruzar meditabundo.
Aunque exhausto, sonriendo, ve en la vaina su espada.
(Porque ya don Juan de Austria volvió de esta Cruzada).

[Pulicado en la revista El Ciervo, núm. 718, 2011]




miércoles, 27 de junio de 2012

ARTE DE ESCRIBIR

Escribir, solía decir Azorín, sobre poco más o menos, consite en poner una cosa detras de la otra, y no mirar a los lados.


Todo el arte de escribir, en tan sólo tres verbos y tres sustantivos.



martes, 26 de junio de 2012

FUEGO FATUO



Los textos breves (microrrelatos, breverías, haikus…) deberían llamarse, en realidad, textículos.

*

Dadme una palanca y moveré… cualquier cosa, menos el mundo.

*
Leibniz decía: “Vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Dios, no quiero ni imaginar que sería de nosotros de habernos tocado el peor.

*
Salvo para el místico, la fe no es certeza. Para todos los demás, no pasa de ser una razonable suposición. Pero vivimos de suposiciones (por ejemplo, que el hombre ha llegado a la Luna). Y algunas de ellas, bastantes infundadas.

*
La mesa de tres patas nos parece que está siempre en un difícil equilibrio.

*
Amo en ti lo que odio en mí mismo.

*
Tú eres todo lo que yo no soy: por eso te amo y por eso te odio.

*
Juan José Tablada: un poeta del que con sólo dos versos (¡Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida/  tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida!...) logró que se olvidara el resto de su obra.

*

¿Cómo será nuestra muerte? Procuremos que, sea como sea, no nos coja por sorpresa.

martes, 19 de junio de 2012

EN DEFENSA DEL METRO

De un tiempo a esta parte, y sí, ya sé, se trata de un tiempo bastante incierto, algunos, o muchos, poetas, a este y al otro lado del Atlántico, han dado en ignorar la métrica, o peor aún, en desdeñarla como un adorno inútil y un tanto anticuado.


No se trata propiamente de ignorancia, quiero suponer, sino de un expreso desprecio.


Pero prescindir de la métrica es como si a hombres y mujeres, si tal cosa fuera posible, les quitásemos el esqueleto. ¿Qué quedaría? Una masa informe que no se tendría en pie.


Al decir métrica no me refiero a la rima, tampoco a los que TNT llamaba complementos rítmicos, ni tampoco a esos poetas que jamás nos regalarán, no ya un soneto, sino una sextina, una silva, o una escala métrica.


A lo que me refiero es al verso, es decir, al metro. Que al menos en español, su primera acepción resulta que es: "Combinación de sílabas y acentos que caracteriza a un verso y lo distingue de otros". O sea, que verso y metro son palabras sinónimas.


Un verso no es una línea. Cortada, además, por donde al autor mejor le parece. Y generalmente, donde más nos duele al oído. Verso es metro.


Y da ya cierta vergüenza tener que explicar, o recordar, estas cosas tan básicas, tan elementales. Pero, por lo visto...

lunes, 18 de junio de 2012

MANUEL AZAÑA Y EL PODER JUDICIAL


En la Historia de la Segunda República, de Josep Pla (Barcelona, Destino, 1940) puede leerse la contestación de Azaña a una interpelación de Gil Robles, en la que éste pretendía que "La política del Gobierno está acabando con la independencia del Poder Judicial; los jueces están viviendo bajo el peso de una intolerable coacción. (pág171).

En su contestación, Azaña: “(.....)En primer lugar, yo no sé qué es el Poder Judicial [el señor Xirau : ¡Evidente!] Aquí está la Constitución. Yo no gobierno con libros de texto, ni artículos, ni con tratados filosóficos y doctrinales, gobierno con este librito y digo que se me busque en este libro Poder Judicial, que lo busquen aquí, a ver si lo encuentran [el señor Rey de Mora: No estará en la palabra, pero en el concepto sí está] No, señor Rey Mora, no es sólo una cuestión de palabras; va mucha e importantísima diferencia de decir “Poder Judicial”, a decir “administración de Justicia”. (...) Es preciso decir que ruedan por el vocabulario político una porción de expresiones que no corresponden a la realidad de la Constitución republicana, sino que vienen arrastradas de tiempos anteriores o de doctrinas más o menos erróneas en las que se enseñan a las gentes cosas que no corresponden a la realidad jurídica y política viva del país; por ejemplo, yo oigo mucho hablar del Poder moderador de la República; éste es una fantasía, esto viene del vocabulario del derecho político de antaño. (..)  Uno de los tópicos circulantes acerca de los Tribunales de Justicia se resume en estas palabras, que evocan otras: “independencia del Poder Judicia”; esto es una de aquellas cosas que circulan como la de “menos política y más administración” o “el porvenir de España está en África”. ¿Independencia del Poder Judicial? ¡Según! ¿Independencia de qué? [el señor Gil Robles: Del Gobierno] Exactamente. ¿Independencia de qué? [el señor Gil Robles: De las intromisiones del Gobierno.-Rumores]. Pues yo no creo en la independencia del Poder Judicial [el señor Gil Robles: Pero lo dice la Constitución]. Dirá lo que quiera la Constitución, lo que yo digo [el señor Gil Robles: Artículo 94 de la Constitución] Cálmese el señor Gil Robles. Lo que yo digo es que ni el Poder Judicial, ni el Poder legislativo, ni el Poder ejecutivo pueden ser independientes del espíritu público nacional” págs. 172-173).
La frase del señor Azaña: “Dirá lo que quiera la Constitución, lo que yo digo”, quedó como un índice de la arbitrariedad del momento. (pág.173).
Creo que sobran comentarios sobre el pensamiento y las actitudes de este magnífico demócrata.