“La edición crítica de un autor antiguo suprime las adulteraciones póstumas del texto; la edición crítica del autor moderno restituye las variantes eliminadas por el autor”, fulmina Nicolás Gómez Dávila en alguno de sus escolios. Al margen de que la denuncia sea justa o no, y probablemente lo es no pocas veces entre muchos fantásticos filólogos, no es éste el caso de Juan Ramón Jiménez, que en realidad, no eliminó ninguna variante, indeciso siempre y siempre dubitativo ante la ordenación y textualidad de lo que llamó, con mayúsculas, su Obra y otros malévolamente hemos llamado su Baúl.
Él mismo vivía esta realidad como tragedia y así se lo reconoció a Ricardo Gullón cuando éste le enviaba materiales recuperados de su casa madrileña: “Tengo cajas enteras llenas de papelitos como estos y ya nunca podré ni siquiera verlos. Es un desastre. Y toda mi vida ha sido igual: creé más de lo que pude recrear. Ésa es mi tragedia; éste es el problema, ya sin solución, con que ahora me encuentro.” Afortunadamente, esos “papelitos” se han custodiado ejemplarmente en la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Universidad de Puerto Rico, abierta a los investigadores. En ella se adentró durante varios años Ángel Crespo, junto con Pilar Gómez Bedate, y el resultado, entre otros (por ejemplo, su Juan Ramón Jiménez y la pintura, o
Ahora, Guerra en España vuelve a aparecer, ya en su integridad, es decir, con más de cuatrocientas valiosas páginas añadidas, además de ciento cincuenta imágenes frente a las veintisiete de la edición del 85. Soledad González Ródenas, autora de la revisión y la ampliación, ha hecho una edición ejemplar, con un prólogo imprescindible como guía de lectura del libro y unas notas, pocas, pero muy oportunas. Se añade también ahora un índice onomástico, de utilidad evidente en esta clase de libros.
Porque Juan Ramón habla aquí de mucha gente, literatos y políticos, de unos bien y de otros no tan bien (o, francamente, muy mal). Por sus páginas circulan políticos a los que admira (Azaña, Besteiro, Martínez Barrio…) y a los que detesta y a los que no les ahorra durísimas palabras (así Negrín, “ladrón, anormal e irresponsable”; Largo Caballero, “criminal y analfabeto”; Araquistain, “ladrón, oportunista, farsante”; Pasionaria, “demagoga y stalinista, sectaria”… por limitarnos al propio campo republicano). En este libro Juan Ramón quiso dejar muy claro que apoyaba lealmente a
Este libro rompe definitivamente el mito (si es que ese mito tuvo alguna vez algún fundamento) del Juan Ramón encerrado en su torre de marfil, solitario insolidario y au-dessus de la mêlée. Juan Ramón mantuvo su compromiso como ciudadano, pero exigiendo libertad absoluta tanto ética como estética. Por eso su balance, una vez terminado el conflicto, se resume en una nota probablemente dirigida a Tomás Navarro Tomás: “Una de las lecciones que me ha dado esta espantosa guerra en España, es que vale más una persona honrada, aunque no piense del todo como nosotros, que no un logrero de aparentes ideas iguales. He visto mucha basura española por estas Américas…”
4 comentarios:
Todo el mundo coincide en el mportante trabajo de Soledad, ahí está en casa, palpitante, diciendo cómeme.
Gracias por aumentarnos el apetito.
Este blog vuelve a recobrar músculo. Felicidades
Muchas gracias por la recomendación. Lo compraré.
Juan Ramón era de un romanticismo extremo. Era una cosa excesiva como hombre, pero un poeta entregado del que sigo disfrutando.
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