Uno ha dicho ya alguna vez que lo qué es un blog no puede definirse, más allá de su descripción, digamos, técnica, porque un blog es, o puede ser, cualquier cosa. Hay blogs de recetas de cocina como hay blogs de sesuda teología, blogs especializados, en cualquier cosa, lo que sea, economía, política, erotismo, cosmética, floristería…, y blogs generalistas, que nos hablan de cualquier cosa, o sea, de aquello que da el día. Incluso hay blogs que están pensados como libros futuros, es decir, que son como el borrador o el telar de lo que se cree o se proyecta que pueda ser un libro. O varios.
Cualquiera de estas opciones puede ser legítima, como legítimo es también el blog que no tenga más pretensión que la de quedarse… en blog. Que no sería poco, desde luego, habida cuenta de que los blogs, algunos por lo menos, o bastantes, mejor dicho, cuentan con muchos más lectores de los que pudieran tener, o soñar con tener, ay, la mayoría de los libros que se publican.
Cuando un blog pasa de la blogosfera a la imprenta, de la pantalla a la página, algo gana y algo pierde, o al revés, que también podría decirse. Pero, ¿qué es lo que gana y qué es lo que pierde?
Esto último, lo que pierde, parece que está bastante claro. Pierde espontaneidad, inmediatez y sobre todo, páseseme el palabro, interactividad . El lector del blog no es un lector callado y anónimo, del que no sabemos nada, como ocurre en los libros. Así es, sin embargo, en efecto, en algunos casos, cuando el autor no permite comentarios o el comentarista se presenta como anónimo o disfrazado de un mote de guerra literaria o blogosférica. Pero en la mayoría de las ocasiones, es o suele ser un lector parlanchín, que comenta, asiente, discrepa, se indigna, se entusiasma, matiza, aporta nuevos puntos de vista, a veces inusitados, a la cuestión propuesta por el autor del blog. Además, y esto sin duda, el blog que pasa a convertirse en libro pierde lectores. Entrar en un blog es fácil y, sobre todo, gratuito; comprarse un libro ya requiere algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer, por lo que dicen las estadísticas, rascarse el bolsillo.
¿Y lo que gana? El prestigio de la letra impresa, se diría a bote pronto. Pero la letra impresa puede o no puede tener ese quizás sobrevalorado prestigio. Como los blogs, los libros son de variado pelaje: excelentes, buenos, regulares y horribles. Basta darse una vuelta por alguna librería para ver las mesas de novedades atiborradas de los best-sellers de turno que, salvo excepciones, suelen ser comida basura para pobres almas.
Uno cree mejor que lo que aporta el libro es precisamente lo que aporta el soporte libro, tal y como lo conocemos desde Gutemberg. Si el blog proporciona la inmediatez, el libro ofrece la permanencia. Si el blog es rápido, y urge el día a día, el libro se adapta al ritmo del lector, y hasta le permite ser relector, avanzar y retroceder, profundizar y confrontar. En el libro sucede todo más despacio, y ocurre más hondo.
Ventajas e inconvenientes, pros y contras. Pero también ventajas que pueden ser inconvenientes, pros que pueden volverse en contra. El blog es siempre un borrador, el libro es definitivo, por lo menos hasta donde la palabra definitivo alcanza un límite más o menos realista. En el blog siempre podremos corregir, suprimir, editar: el libro ya está editado, impreso, y definitivamente en manos del lector.
Ovejas y cabritos titula su libro Joaquín Alegre, que dice que es una selección de entradas de su blog Majao público. Pero que nadie se confunda: Ovejas y cabritos no es Majao público. Una cosa es el blog y otra el libro. En este caso, el libro resiste, y aun supera, la confrontación con el blog, con la bitácora. Una silva de varia lección nos espera en sus páginas, hiladas, eso sí, con el hilo de las preocupaciones más personales de su autor.
Abramos el libro. Leámoslo. Podemos detenernos aquí o allí. Releerlo. Meditarlo, porque no poca materia de meditación es la que se nos ofrece aquí. Y después de leerlo, cerrémoslo. Coloquémoslo en un estante de donde acaso lo tomaremos de nuevo en nuestras manos algún día. Pero, después de todo esto… abramos también, de nuevo, Majao público. Porque es algo de suyo to be continued.
(Prólogo a Ovejas y cabritos, de Joaquín Alegre Herrera, Ediciones de la Isla de Siltolá, colección Álogos, Sevilla, 2010)
7 comentarios:
Desventaja añadida del libro es que este "Ovejas y Cabritos" no ha llegado a Madrid, mientras "Majao Público" lleva aquí toda la vida...
Al final, la única ventaja del libro será lo que Dámaso Alonso llamó Gozo del tacto. Que no es poco, claro.
Saludos.
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Enhorabuena. Un análisis fino y pormenorizado. Se me ocurre que el viaje puede ser de ida y vuelta: del blog al libro y del libro al blog: unas veces se va hacia el libro, y otras se va hacia el blog. ¿Ejemplos? Esta misma entrada tuya, que empecé a leer creyendo que era una entrada de blog (aunque me tenía escamado su extensión) y resultó ser prólogo de libro, buen prólogo.
Saludos.
Estupendo. Cuando se me vino a hacer largo, se abrió el paréntesis.
Post Scriptum Y qué verdad que es.
Querido Enrique: muchas gracias de nuevo por este espléndido prólogo, que voy a enlazar cuanto antes en mi blog. Acabo de volver de Damasco, y retomo el hábito de leer mis blogs favoritos...
Un abrazo,
Me ha gustado mucho, no había leído un ensayo tan completo y claro sobre el blog literario.
Coincido contigo.
Pero me sigo quedando con los libros.
Saludos
Yo me alegro mas q mucho de la publicación conociendo la profundidad de las reflexiones a q nos tiene acostumbrado el bueno y sabio de Joaquín. Un abrazo para ambos
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