Hay dos
cosas que siempre le han gustado a uno: digerir teorías —también,
eventualmente, construirlas— y leer artículos. Las teorías ya ha llegado a
saber, con los años, que no sirven para nada. Los artículos, tampoco. Por eso
tienen para uno más aliciente que antes, como más gusto y sabor. Se disfruta
más con lo que de antemano se sabe que sirve para poco, que carece de utilidad
precisa e inmediata. A lo sumo, para pasar el rato. Todo lo que habría que
saber en esta vida se puede contener en ese arte difícil e improbable de pasar
el rato. El lector de artículos lo que quiere es pasar unos minutos agradables,
los que dure la lectura del artículo. Los periódicos se hojean o se devoran,
los artículos, que también vienen en el periódico, se degustan. Todo en el
periódico es información, utilidad, interés. Las páginas de opinión y las de la
agenda del día, con el horario de las farmacias de guardia y el estado del
tiempo. Los sesudos artículos de los catedráticos opinantes sobre la crisis de
Oriente Medio, sobre las vicisitudes de la inflación monetaria o sobre las
últimas maldades del Gobierno, que ya se sabe que todo Gobierno es malo por
definición. Uno puede encontrar útil o interesante la opinión del concejal del
distrito sobre la mendicidad infantil, lo mismo que las declaraciones
perfectamente irrelevantes de una modelo de moda.
Pero
llega al artículo, no al de opinión, sino al otro, al literario, esa rara avis hoy en día, y es otra cosa. El
artículo puede hablarnos de cualquier cosa, de la llegada de la primavera, de
la lluvia, del cultivo de la patata gallega o del dilema entre llevar sombrero
y no llevarlo. Pero su mirada al asunto es distinta. Es una mirada literaria. Es decir, fantástica. Insólita,
pero verosímil. Por eso el verdadero artículo, el artículo literario, está casi
desterrado de la prensa actual. El vértigo de este mundo impide que nos
ocupemos de fruslerías tales como el destino del hombre en la tierra o las
erratas de imprenta, y, por otra parte, ¿no es ya lo bastante fantástica la
realidad en sí misma, la cruda realidad del acontecer cotidiano? Adiós, Ortega,
adiós Chesterton: hoy no seríais posibles.
3 comentarios:
¿Y tú crees que todos nosotros somos posibles?. Esta carga es muy pesada Enrique, estamos saturados de basura; yo creo que formo parte de ella. Para qué me voy a engañar.
Necesito una retirada, alejarme. A ver si lo consigo.
Soy optimista, no por ello dejo de reconocer lo mal que huele el camión de la basura.
Besitos.
Muy en desacuerdo Enrique. Comparto tu gusto por leer artículos, pero tal y como está la prensa hoy es difícil encontrar esa clase de articulistas que pides, porque eso no vende, y lo que vende es fustigar al gobierno, la oposición o en general al partido contrario al que paga el sostenimiento del diario en cuestión. Hoy los articulistas interesantes se encuentran en las bitácoras, por ejemplo en esta. Hace años que dejé de comprar periódicos pero sigo leyendo artículos.
¿Cómo que en desacuerdo, Embajador? Lo que afirmas es justamente mi tesis.
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