"La traducción no presupone la pérdida de lo inefable en ningún acto dado de mediación interlingüística -como la traducción de un poema-, sino la intrascendencia de lo inefable para los actos de comunicación. Cualquier idea que pueda concebir una persona, argumentó el filósofo Jerrold Katz, puede expresarse en una frase en cualquier lengua natural; y cuanto puede expresarse en una lengua también puede expresarse en otra. Lo que no puede expresarse en ninguna lengua humana queda fuera de los límites de la traducción y, para Katz, también fuera del ámbito de la lengua. Éste es el axioma de la efabilidad. Una de las verdades de la traducción -una de las verdades que enseña la traducción- es que todo es efable, que todo puede expresarse."
David Bellos, Un pez en la higuera. Una historia fabulosa de la traducción,* trad. de Vicente Campos, Barcelona, Ariel, 2012.
*El título original es Is That a Fish in Your Ear?
8 comentarios:
Viene a ser más o menos lo mismo de Wittgenstein en el Tractatus: "Lo que puede expresarse, puede expresarse claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar".
La traducción es posible (a la vista está), pero quien lee un texto traducido, no lee el texto original. Comparándolos, se encuentra uno con una verdad originaria que se pierde en el proceso de traducir. A eso habría que darle algún nombre.
Lo que dice Joaquín es sensato, pero quizá algo menos indiscutible de lo que imagina. Cito a Borges, en su prólogo a la traducción por Néstor Ibarra de "El cementerio marino", de Valéry:
"La superstición de la normal inferioridad de las traducciones -amonedada en el consabido adagio italiano- deriva de una distraída experiencia". "Invito al mero lector... a saturarse de la estrofa quinta en el texto español, hasta sentir que el verso original de Néstor Ibarra: "La pérdida en rumor de la ribera" es inaccesible, y que su imitación por Valéry: "Le changement des rives en rumeur", no acierta a devolver íntegramente todo el sabor latino".
Se equivoca Katz, si su afirmación es así de escueta y no más matizada. Vaya sensibilidad de zapatilla, vaya oído de metalurgia averiada... En cuanto a Borges, qué ironía colosal tenía el tipo.
el filósofo Katz, si no lo entiendo mal, reduce los actos de comunicación a comunicación de ideas, que claro que pueden expresarse en cualquier lengua natural.
Tampoco entiendo toda esa disquisición sobre lo efable y lo inefable. Que lo inefable no es comunicable -verbalmente- cae de cajón. Que todo lo efable sea traducible, no estoy muy segura. Sobre todo cuando además del "qué" importa el "cómo" (a ver quién es el guapo que me traduce al alemán "ay, que te como", o "está para comérselo". Mi padre cuando lo oía, movía la cabeza y decía "caníbales". Sólo puedes traducir por aproximación).
Volviendo a San Jerónimo, el "qué", cuando traduce en el libro de Job "y no vea el alborear de la mañana", es el mismo que cuando lo traduce Fray Luis por "y no vea el pestañear de la mañana". La idea, escueta y desnudita, lo que los dos comunican, es la maldición del nuevo día; el cómo no es el mismo. Y el asunto es que el cómo también significa, y mucho (Fray Luis, con una sensibilidad quizá más poética que San Jerónimo, no maldice sólo el nuevo día, maldice también su belleza, lo que antes le daba alegría).
Lo de Borges tiene mucha guasa.
No se trata de traducir literalmente; se trata de buscar un equivalente en la lengua de llegada a lo que dice la lengua de partida, y (sobre todo en los textos de naturaleza más literaria) a la forma en que se dice. Que es, exactamente, lo que hacen los autores bilingües cuando se traducen a sí mismos de una lengua a otra. Así lo hace, por ejemplo, Joan Margarit, cuya poesía se publica normalmente en ediciones bilingües, siendo suyas ambas versiones. Que no son (ni podrían ser) calco literal una de otra. Una traducción, máxime una traducción literaria, no es el resultado de una máquina de traducir, sólo que algo más perfeccionada y flexible; es otra cosa. Y, entendida así la traducción (como la búsqueda de una equivalencia o una recreación suficientes en la lengua de llegada, que atienda en lo posible a todos los valores, tanto de contenido como formales, del texto original), todo o casi todo es traducible. Múltiplemente traducible; las versiones válidas de Shakespeare en español son potencialmente muchas, no una sola. Pero eso, a mí (y no soy el único) me parece una riqueza, no un defecto.
Qué decir, salvo obviedades. Pero las diré. Me resulta imposible pensar que un lector inglés o checo capte perfectamente a Borges o a Lorca traducidos. Me resulta inconcebible. Rectifico: sí los captarán. Pero siento que pierden tanto...
Dicho esto, y salvo que todos sepamos cinco o seis idiomas, estamos condenados a leer traducciones en la mayoría de los casos. Todo depende de cuánto pueda poner el traductor de su talento para hacer esa distancia lo más pequeña posible.
Yo soy traductor, creo que no un mal traductor. A veces me retuerzo las manos porque veo la imposibilidad de reflejar exactamente lo que leo en la otra lengua. E intento entonces con todas mis fuerzas recrear esa magia imposible. Hago lo que puedo lo mejor que sé.
Si hay un mal necesario, ese es la traducción. Pero quiero recalcar la parte de la necesariedad.
Podríamos llegar a la conclusión de que la traducción es a la vez posible e imposible. Posible, porque así lo demuestra la experiencia, y Piquero como traductor sabe bien de lo que habla, pero imposible en cuanto se pierde el, digámoslo así, "sabor" del original.
Escojamos el ejemplo que nos pone CB: "está para comérselo", que tanta gracia le hacía a su padre. Recordemos que es una abreviatura de "está para comérselo a besos", normalmente referida a una criatura de corta edad. Si eso se traduce así, literalmente, al alemán, por supuesto que creeremos que se trata de un resto de canibalismo. Pero seguro que existe en alemán una expresión de cariño equivalente (y subrayo lo de equivalente). Ahora, de acuerdo en lo del "sabor" del original.
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