En San Camilo, 1936 la tesis inicial, expuesta en la Dedicatoria, carece del más elemental rigor histórico:
"A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia.
Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro."Cualquiera diría que los españoles carecimos de responsabilidad alguna en aquella guerra fratricida.
Peor aún es la tesis final, desarrollada en el Epílogo. Peor por simple y vulgar, entre Freud y Cristo, pero ambos rebajados hasta la caricatura.
Lo que basta para acabar con las guerras y alcanzar la felicidad universal y eterna no es otra cosa que el sexo, que es lo que les ha faltado a los santos y a los profetas:
"... a Buda y a San Francisco para perfeccionarse sólo les faltó ser cachondos, si algún día el hombre sigue las huellas de Buda y de San Francisco y renuncia a la falsa riqueza de los bienes materiales y fortalece su espíritu en la humildad sin menospreciar el sexo, ese día la humanidad estará salvada y se reirá de las guerras..."
Si la gente follara más se acabarían los odios, los fanatismos, las intolerancias; he aquí la gran panacea, la gran fórmula, el remedio prodigioso y magistral:
"... el fuego de las hogueras inquisitoriales se apaga con semen..."
Sobre esta filosofía de dueña de burdel, sobre este simplismo genital, ¿qué novela se puede construir? Las novelas de tesis -y yo creo que toda novela parte siempre de una tesis- tienen que tener mucho cuidado con eso mismo, con la tesis que defienden. Sin verdad no hay belleza posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario