Lo peor del nacionalismo no es el independentismo, sino el totalitarismo. Así lo ve Eduardo Jordá en su artículo de hoy. Con su permiso, lo reproduzco.
Eduardo Jordá: Cataluñator (Diario de Sevilla, 4-10-05)
UNO por uno, todos los puntos del nuevo proyecto de Estatuto de Autonomía de Cataluña parecen razonables, incluida la polémica definición de Cataluña como nación: no hay nada temible en que un territorio se dé a sí mismo ese rango administrativo, si así lo decide la mayoría de su Parlamento. Ahora bien, leído en su conjunto, este proyecto de Estatuto es la maqueta minuciosa de un Estado totalitario. Los políticos que lo han redactado y concebido son herederos directos del pensamiento romántico del siglo XIX. Y todo el mundo sabe que el espíritu romántico se mueve en el territorio de los mitos arcaicos y las leyendas febriles, cosa que quizá explique que este proyecto de Estatuto parezca en ocasiones un alambicado tratado de ciencias ocultas. Pero es que las ciencias ocultas están ahí para disimular el engranaje totalitario. Eso lo saben bien los diputados nacionalistas de ERC y CiU, que son los más inteligentes. Los demás, presuntos representantes de una izquierda que padece demencia senil o alucinaciones esquizoides, ni siquiera se han dado cuenta.
En el preámbulo de este proyecto, por ejemplo, se nos dice que Cataluña "ha definido una lengua y una cultura, ha modelado un paisaje". Cataluña, por tanto, no es un ente administrativo como España, como el reino de Tonga o como la Federación Internacional de Boxeo Amateur, sino nada más y nada menos que un Taumaturgo con poderes sobrenaturales que no sólo inventa una lengua y una cultura y la arroja generosamente a unos pobres homínidos que andaban por ahí con una barretina en la cabeza, sino que también se permite modelar un paisaje gracias a sus conocimientos de jardinería y silvicultura. O sea que no estamos hablando de una entidad administrativa sujeta a una regulación normativa pactada entre todos sus miembros, sino de una criatura mitológica que es a la vez la Gran Floricultora y la Ninfa de los Ríos y Lagunas. Como es natural, a una criatura así nadie puede exigirle que otorgue derechos a nadie. Todo lo más, hay que sacarla en procesión y arrodillarse ante ella.
Pero donde se ve el germen de Estado totalitario que hay en este Estatuto es en los extremos de control de la vida pública y privada que permite. Y es que la Generalitat se reserva la jurisdicción sobre los aeropuertos y sobre las notarías (¡las escrituras de propiedad, las herencias, los testamentos de la tía Paulina!), pero también está autorizada a meter sus pulcras narices y sus trajes de mil euros en el aula de primaria donde un profesor explica a sus alumnos que los humanos somos mamíferos (¿en qué idioma les habla?). Casi no hay aspectos de la vida diaria que no queden libres de la atenta supervisión del Gobierno de la Generalitat, desde los excedentes de la obra social de las cajas de ahorro (¡y nosotros que creíamos que las obras sociales no producían excedentes!) hasta los textos de las etiquetas de las salchichas de Fráncfort. Y la Generalitat, además, se atribuye competencias absolutas en materia de Hacienda Pública, Justicia, Inmigración y Educación (aunque éstas ya los tenía el anterior Estatuto). Quizá se me olvida alguna más. No sé si alguien, algún día, se atreverá a llevar este Estatuto hasta sus últimas consecuencias. Si es así, pobres catalanes.
1 comentario:
Gracias por copiarlo.
En fin, como no entiendo de política pero aún -creo- me queda algo de sentido común, he aconsejado a mis amigos catalanes, no solo que lean el estatuto (yo también lo estoy leyendo a cachines), sino que, desde ya, comprueben antes de "cruzar el modelado paisaje", que no se trata de uno de atrezo: lo de menos sería que fuera de cartón, lo demás, que tras él se encontraran con un muro como el de Berlín.
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