LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

viernes, 9 de diciembre de 2005

Creacionismo, evolucionismo



Se reaviva la polémica entre creacionistas y evolucionistas, según veo por noticias y artículos que aparecen ahora en la prensa. Yo nada seguro puedo decir en estas materias, en las que soy manifiestamente incompetente y ostensiblemente profano. Pero sí puedo asegurar algo que tengo por cierto, y hasta por indiscutible, si es que en este mundo hubiera algo indiscutible. Y es que esta polémica podrá ser científica, y hasta ideológica si se quiere, pero lo que no podrá ser es teológica. El evolucionismo, aunque algunos así lo quisieran, empezando quizás por el mismo Darwin, no ha sido, no es, y nunca será capaz de impugnar a Dios. Ya en el siglo XIX, y mucho antes de Theilard de Chardin, monseñor van Weddigen, uno de los más conspicuos neotomistas belgas, advertía que «la fe y la ciencia, de acuerdo, podrían aceptar un transformismo en el cual quedasen a salvo la noción de la causa creadora y la del alma espiritual y libre.» De hecho, hasta el católico más ortodoxo puede ser darwiniano. O no.
Admitido que resulta tan imposible demostrar «científicamente» la inexistencia de Dios como lo contrario, reduzcamos la cuestión del evolucionismo a su verdadera dimensión, es decir, una cuestión de tejas para abajo, una polémica científica.
El columnista de hoy afirma que «la selección natural no es una teoría, es un hecho», porque «la evidencia de la evolución es abrumadora.»
Más bien lo que resulta abrumador es que hoy por hoy, dos siglos después de Darwin, no existe consenso entre la comunidad científica sobre las pruebas y experimentos aportados. Que el modelo teórico evolucionista ha debido cambiar varias veces, por manifiesta inadecuación a los datos. Y abrumador resulta también el número de mixtificaciones y manipulaciones, cuando no flagrantes falsificaciones, de fósiles, experimentos (el de Oparin es de risa y de juguete) y «dibujitos», que pueden ser muy sugerentes para una película de dibujos animados pero no para sustentar una seria teoría científica.
Pero dejemos a los investigadores que investiguen, y a los telepredicadores que teleprediquen. Y nos nos cerremos a ninguna hipótesis científica. A ninguna debemos tenerle ningún miedo.

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