Para olvidarme del crac de la bolsa y de otros cracs y demás eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, me entretengo, a ratos sueltos, en leer las semblanzas que reunió Luis Alberto Sánchez en su serie Escritores representativos de América (Madrid, Gredos, 1963). Están escritas con pulso. Hoy tocaba la de Enrique Gómez Carrillo, y en ella me hace sonreír este parrafito envenenado sobre sus años limeños:
"Repitió la hazaña de fugarse del hogar varias veces. Al cabo, sus padres, convencidos de que Dios no había querido atraerlo a la senda del estudio, optaron por emplearlo en una tienda de trapos. Se llamaba ésta "La Sorpresa" y estaba situada en la Calle Real. El flamante hortera Enrique Gómez-Tible, adolescente bello y avisado, lucía ya enmarañada melena de endrina, y su mirada trataba de desnudar a las mujeres, acaso para poner en uso las prendas interiores que vendía en su establecimiento. Parece que el joven Gómez bebía ya como persona mayor. La inclinación al alcohol no es rara en las ciudades de la sierra. El frío y la soledad provocan al alcoholismo más o menos discreto. Cuando no existen sucedáneos ni derivativos, el mozo inquieto no encuentra otra ruta que la cantina, la revolución o el burdel. Enrique no era un revolucionario."
Mañana, Nervo.
2 comentarios:
No me extraña que encuentre usted un refugio amable en estas líneas de "lo que pasa en la calle".
Disculpe que me haya permitido utilizarle de punto de partida para unas divagaciones sobre la imposible casualidad.
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