LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

sábado, 3 de julio de 2010

EL DISCURSO DE LAS DUEÑAS




"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...”. Es probablemente uno de los versos más conocidos y citados de don Antonio Machado. Quizás porque era aquel con el que comenzaba su célebre poema Autorretrato, y que seguía “mi juventud, veinte años en tierra de Castilla”. Cuando escribe ese poema, en 1908, don Antonio aún no sabe que él no iba a morir en Castilla, y que su peregrinaje vital iba a llevarle por distintas tierras españolas -Soria, Baeza, Segovia, Madrid de nuevo, Valencia, Barcelona... - hasta sentir la acogida final y generosa de la tierra de Francia, en Colliure, donde aún descansa. Aunque en 1908 no podía saber muchas cosas que pasarían después, sí que prodigiosamente profetizó el modo de su muerte, “casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Pero el origen de todo está en esta casa, en estos patios, donde el poeta ve la luz primera el año 1875. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero”... Probablemente en estos recuerdos no están contenidos sólo los de esta casa, porque la familia Machado, antes de abandonar Sevilla en busca de un más próspero futuro, que no se cumpliría nunca, residió en otras casas y patios de Sevilla: la calle de San Pedro Mártir, donde había nacido, sólo once meses antes, su hermano Manuel; la calle de las Navas, en la collación de la Magdalena; O'Donell, 22, la casa donde su padre, Demófilo, fundaría la Sociedad del Folklore Andaluz y último domicilio de la familia en Sevilla.

Pero de todos ellos, el principal, el originario sería éste del Palacio de las Dueñas, del Palacio del Duque de Alba, calle Dueñas, 3, como lo llama más propiamente Demófilo en sus cartas a Francisco Giner de los Ríos.
Con nostalgia y con cariño, Antonio Machado se referiría a esta casa de la calle Dueñas en numerosas ocasiones. A partir de 1883, fecha de su traslado a Madrid, con ocho años, Antonio Machado sentiría siempre la nostalgia del desarraigado, del trasterrado, de los que para consolarse tienen que mirar atrás y bucear en los recuerdos. En esta casa, por ejemplo, y no en otra, es donde revive el recuerdo de su padre:

Esta luz de Sevilla... Es el palacio

donde nací, con su rumor de fuente.

Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea

sus libros y medita. Se levanta;

va hacia la puerta del jardín. Pasea.

A veces habla solo, a veces canta.


En una nota autobiográfica dirigida a Azorín, Machado escribe: “Nací en Sevilla el año de 1875 en el palacio de las Dueñas. Anoto este detalle no por lo que tenga de señorial (el tal palacio estaba en aquella sazón alquilado a varias familias modestas), sino por la huella que en mi espíritu ha dejado la interior arquitectura de este viejo caserón”. “La interior arquitectura....”. Sí, aquí está toda la simbología lírica de Machado: el patio, la fuente, el limonero, la tarde, el cielo recortado (los cielos que perdimos, que diría luego Joaquín Romero Murube), el jardín y, sobre todo, las galerías, que no son, como algunos han pensado, galerías subterráneas, ni mineras ni militares, ni menos aún galerías meramente soñadas e imprecisas, sino las galerías que rodean todo patio sevillano.
Y es que Antonio Machado ha refrescado sus recuerdos, nunca olvidados, en una breve visita que gira a Sevilla, acompañado de su hermano Manuel, que viene para ver a su novia, Eulalia Cáceres. Será la primera y la última vez que Antonio vuelva a Sevilla. Y será en marzo de 1898. Antonio cuenta veintitrés años. Ya no volverá físicamente nunca a Sevilla. Espiritualmente, no se habrá marchado jamás.


En esa breve visita quiere volver a ver el Palacio de Dueñas. No sabemos si efectivamente llegó a entrar en sus dependencias. Pero sí queda constancia de la profunda impresión que le causó, en un poema que publicó más tarde, en 1903, en la revista Helios con el título de “El poeta visita el patio de la casa en que nació” y que acabaría recogido en Soledades. Galerías. Otros poemas.

Es una tarde clara

casi de primavera,

tibia tarde de marzo

y estoy solo, en el patio silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:


En el ambiente de la tarde flota

ese aroma de ausencia,

que dice al alma luminosa: nunca,

y al corazón: espera.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera,

tarde sin flores, cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena,

y de la buena albahaca,

que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras

en el agua serena,

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan...


Sí, Antonio Machado estuvo volviendo siempre, toda su vida, al Palacio de Dueñas, es decir, a su infancia. Cuenta su hermano José, cuando fue preguntado por los sentimientos y pensamientos de Antonio, que uno de ellos fue “durante toda su vida conservar en el fondo de la conciencia la clara visión de la infancia. Pensaba que conseguir este ideal era casi el milagro, ya que, para él, era el hombre una degeneración del niño, que se alejaba cada vez más como un río de la fuente de su origen.”
Sí, regresar a Dueñas, regresar a la infancia, es decir, regresar a la inocencia. Ese fue tal vez el mayor empeño de don Antonio Machado.
Por eso yo he querido o creído imaginar un don Antonio en medio de la guerra, aún en Valencia, en el año 38, donde se oye el ruido de lejanas explosiones, fumando y pensando, sentado frente al mar en una terraza de Villa Amparo, en Rocafort, y soñando de nuevo con Sevilla y con las Dueñas y su infancia lejana y perdida, en estas líneas escritas por quien les habla y con las que concluyo:

Son ojos ya cansados los que miran

la sola galería de los sueños.

Ya sus pasos se acercan, pasa adentro,

sin guarda ni cancela que lo impidan.


Fantasma es de sí mismo, y luz, y guía,

errante sombra en el vencido espejo

que regresa a las tardes del recuerdo,

las de un ayer que en oro hoy se ilumina.


Es sólo, sin embargo, su mirada

y no su bulto el que el umbral traspasa,

y alcanza el patio, encuentra el limonero,


y en la fuente, sus frutos, y la clara

canción, y las macetas de albahaca…,

y el don preclaro de evocar los sueños.


Con el poeta Víctor Jiménez, también interviniente en el acto celebrado el martes 22 de junio de 2010.


5 comentarios:

Ignacio dijo...

Desde Villa amparo no se ve el mar.

Enrique Baltanás dijo...

y yo no digo que lo vea, sino que está "frente a", en dirección a ¿puede ser? ¿o tampoco? Me interesa la aclaración, Ignacio

Ángel Ruiz dijo...

¡Es una entrada excelente! ¡Muchas gracias!

Verónica dijo...

Emocionante discurso. ¡Magnífica entrada!

Mora Fandos dijo...

Qué tema tan interesante, y muy bueno el discurso. El paisaje que nos hace, al que volvemos porque la identidad no es posible sin anclajes en la materia -aunque no sólo, claro-.