LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL HAMBRE DE LOS FLAMENCOS


Poco antes de que le fuera concedido oficialmente el título de Hijo Predilecto de Andalucía, el escritor José Manuel Caballero Bonald fue preguntado por un periodista sobre el auge actual del flamenco. Porque el flamenco está de moda, dicen, como si alguna vez, desde el siglo XIX para acá, hubiese dejado de estarlo. Más exacto sería decir que ahora está de moda un tipo de flamenco, como antes estuvo de moda otro tipo, y antes otro. Lo que demuestra que el flamenco, al contrario de la ópera, sigue siendo un arte vivo, que se renueva y se adapta a las nuevas sensibilidades de cada etapa histórica. Hubo -para no remontarnos más lejos- un flamenco franquista, como hubo un flamenco antifranquista y hay ahora un flamenco posmoderno y antidogmático, que es el que parece que engancha a los jóvenes. Pero José Manuel Caballero Bonald ha cumplido ya los setenta y es, como todo el mundo, hijo de su tiempo y de sus circunstancias. Cuando se le pregunta por el flamenco actual, Caballero responde desdeñoso y nostálgico: "El flamenco surge directamente del hambre, la fatalidad y la persecución." Y enseguida lo explica: "La marginación y un estilo de vida libérrimo son el caldo de cultivo de esta música. Las letras lo han reflejado siempre. Ahora nadie puede cantar esas letras porque estamos en la institucionalización, hay cátedras de flamencología, federaciones de peñas...Y eso va en contra del espíritu libertario. Yo me alegro por los gitanos, que han salido de la larga miseria, pero a mí ese aburguesamiento me ha quitado bastante la afición."

                A uno lo que no le cuadra es que si los flamencos han pasado tanta hambre por qué entonces Silverio estaba tan gordo y tan reluciente como nos lo muestran las fotografías.  Será que algunos flamencos -como algunos albañiles, algunos médicos o casi todo el mundo en la inmediata posguerra- han padecido hambre, y otros -como otros albañiles, otros médicos, otras generaciones más afortunadas-, no. Porque de todo habrá habido, según épocas y circunstancias, sin que sea lícito generalizar así, a bulto.

                Lo que a uno le gustaría saber es qué fatalidad o persecución han sufrido, por poner ejemplos, Manuel Vallejo, Antonio Mairena -que más distingos y honores oficiales no pudo gozar en vida- o Manolo Caracol, o el mismísimo Joaquín el de la Paula, aparte, claro está, de las persecuciones y fatalidades que de vez en cuando sufrimos todos los mortales, unos por una causa y otros por otra, y a las que nadie se sustrae alguna vez en la vida, por lo menos.

                En lo que ya no es posible seguir a D. José Manuel es en eso de que las federaciones de peñas y las cátedras de flamencologías acaban con la "vida libérrima", porque sería tanto como conceder que con la vida democrática acaban... las constituciones y los parlamentos. Vida libérrima no disfrutamos casi nadie, porque todos contamos con nuestras limitaciones y ataduras, y hasta a los bohemios y los nómadas los limita su propia errabundia y sus propias excentricidades.

                Comprendo que a nuestro hijo predilecto le haya menguado la afición, porque con los años todo acaba por menguar, pero ¿de verdad cree que los gitanos han salido de su larga miseria? ¿Desde cuándo no se da una vuelta por ciertos barrios de Madrid -donde vive el escritor- o Sevilla? Se ve que a D. José Manuel, a quien le va menguando algo más que la afición, confunde artistas con gitanos, o que los únicos gitanos que para él existen son los de los tablaos o los compact-disc (antes microsurcos, antes pizarras).

                Debe de ser muy difícil, cuando se llega a cierta edad, mantenerse al día o seguir la bibliografía más reciente, o saber renovar el propio pensamiento. José Manuel Caballero Bonald, además de unos versos respetables y unas novelas ya clásicas, ha escrito algunas páginas memorables sobre el flamenco, de las que todos los que las hemos leído hemos salido aprendiendo algo. Esas páginas representan una visión del flamenco en los años setenta, cuando algunos empleaban la etapa hermética -inconscientemente, según creo- como metáfora de la clandestinidad. Pero ya ha llovido desde entonces.

                Supongo que muchos flamencos habrán pasado hambre, como muchos escritores, no pocos músicos (sinfónicos y de cámara) o algunos pintores. Lo que a uno le cuesta trabajo aceptar es que para cantar unas soleares o unas bulerías haya que tener -o haber tenido alguna vez- el estómago vacío, como que para escribir un poema, pintar un cuadro o componer una sinfonía haya que haber nacido pobre, ser hijo de un padre desalmado o estar loco de remate. Más bien uno cree lo contrario. Esto de la locura, o el hambre, o la bohemia de los artistas -del flamenco o de lo que sea- no es más que cuento chino, pura leyenda. Y las leyendas sirven para amenizar una tertulia, o rellenar la biografía de los que sin leyenda se quedarían en cueros, pero que cuando se repiten una y otra vez llegan a cansar y resultan empalagosas e indigestas. Leyenda es lo que le sobra hoy al flamenco, porque además tampoco le hace falta para cautivar al respetable y porque algunas, como esta del hambre, tienen más pinta de patraña que de leyenda.

6 comentarios:

Joaquín dijo...

Un término medio, más bien...

"Pasteur, como nuestro Cajal, como la mayor parte de los hombres verdaderamente grandes de la Humanidad, nació en un hogar humilde, casi pobre. Fácilmente se comprende que no se trata de un hecho casual. Sería injusto negar que ha habido en el mundo hombres ricos desde que nacieron, educados en el bienestar material y cuya inteligencia logró alcanzar alturas elevadas: tal Bacon. Pero se trata de casos excepcionales. La ciencia, sobre todo, no crece más que en los ambientes austeros. Como la llama del fósforo, necesita un frote áspero con la realidad para encenderse (...). Para mí no tiene duda que uno de los enemigos mortales de la ciencia es el lujo. Pasteur tuvo que sufragarse la modesta pensión de estudiante dando clases particulares; comía por unos cuantos reales, y durante todos sus estudios en plena juventud -y en París, esto es, en plena tentación- no fue más que tres o cuatro veces al teatro..."

(Del ensayo de Gregorio Marañón, "Elogio de la sabiduría", sobre Louis Pasteur).

Mora Fandos dijo...

Pues sí, a lo que habría que añadir toda esa mística del malditismo y tal. En el mundo del jazz ha quedado bastante claro que con menos drogas, alcohol y vidas desarregladas, habríamos tenido mejor música, aún.

La abuela frescotona dijo...

humildemente pienso que los espíritus sensibles acorralados por la vida, tratan de fortalecer su idealismo, en el que depositan las esperanzas de cumplir sus sueños, su vocación.
eso los lleva sin distracción a cumplir la meta que los hará libres en la razón, y quizás también en la cuenta bancaria.
el incentivo de la necesidad de ser es único.

Anónimo dijo...

"Cuento chino y pura leyenda", exactamente. Desde que la raza humana produce "arte", de cualquier tipo, los temas siempre han sido los mismos: el amor y la muerte. Hablar de "hambre" es un argumento sociopolítico que se refiere a comer garbanzos cocidos en lugar de solomillo, y es indigno del flamenco.

L.N.J. dijo...

Anónimo, se equivoca:

NANA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Durante la guerra civil española, desde la cárcel, escribe Miguel Hernández esta bella nana a su hijo, alimentado por la leche materna. Su mujer le cuenta en una carta que muchos días no hay para comer nada más que pan y cebollas. Escribe el poeta a su mujer: ”Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche”.

"Nanas de la cebolla".

http://youtu.be/SyAwcxAfDS8

cb dijo...

Bravo por LNJ.

De hambre, de muchas hambres, hablan también el Lazarillo y el Quijote, por ejemplo.
El amor y la muerte son dos grandes temas, pero también lo son la vida, y los garbanzos, y el dolor, sr. anónimo.

Que pase unas felices Navidades, sr. Baltanás.