De Arturo Cancela (Buenos Aires, 1892-1957), novelista y periodista hoy olvidado, creo que hasta en su propio país, la Argentina, leo al azar su librito de muy envidiable título, Campanarios y rascacielos, que la solapa del libro presenta como "un herbazal fantástico, una flora viviente, un ramillete encantado, suma absurda y paradójica de poesía, humorismo, realidades y sueños". Y me paro hoy en su artículo "Definición del turismo y del turista": Hace apenas cien años, un viaje era una aventura que se sabía cómo empezaba, pero no como podía terminar. El viajero de hoy, el "turista", sabe de antemano cuándo va a llegar, qué es lo que va a ver, cómo va a ser tratado y cuándo regresará."
Uno está por asentir del todo y pronunciar el amén, pero párrafos más abajo Cancela, algo paradójicamente, se pregunta: "¿Tienen algún valor las impresiones de un turista que no ha hecho más que pasar su vista sobre las gentes y las calles de un pueblo?" Para contestarse que eso depende del turista. "Porque -añade-, con frecuencia, no es la vecindad ni el contacto diario el modo más seguro de llegar a la médula de las cosas", pues -concluye- a veces "el ave peregrina que surca a gran altura el cielo de un país, lo conoce mejor que el campesino doblado toda la vida sobre su pedazo de tierra."
Lo que yo concluyo, por mi parte, es que jamás conseguiremos alcanzar a distinguir al viajero del turista o, quizá, mejor, que el turismo es la forma moderna del viaje.
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