En el siglo XVIII olía muy mal. O, cuando menos, eso es lo que nos dice Patrick Süskind en la primera página de su cinematográfica novela El perfume. Y si en el llamado siglo de las luces olía mal, ¿cómo olía, Dios mío, cómo olía, cómo debió de oler, pongamos, la Edad Media, que era como todo el mundo sabe, época bárbara y lóbrega?
Yo no sé cómo olería en la Edad Media, cómo olería en el siglo XIX, o cómo olería en tiempos de romanos, porque esto de los olores es tan difícil de apresar en conceptos como fácil y efímero de captar con la pituitaria. No sé si cada época tiene su olor, sus aromas o efluvios privativos, o si es cada ciudad o cada persona, puesto que cada persona, como saben muy bien los canes, emana su olor propio y característico.
El lenguaje, nuestro lenguaje, está preparado para expresar, mal que bien, aquello que nos entra por la vista, por el oído incluso, por el tacto... pero, por el olfato... ahí nos perdemos en un mundo de metáforas para lo que de suyo es innombrable.
Yo no sé como olía en la Edad Media, o en tiempos de romanos, pero sí sé cómo olía en mi infancia y en mi pueblo. Olía a cisco quemándose en el brasero, a alhucema, a horno de leña de tahona, como olía a aguardiente y a la bosta fresca de las caballerías, a jabón Palmolive, a colonia Heno de Pravia, a cuero, a tabaco de caldo de gallina y a tabaco rubio de los americanos de la base, a puesto de chufas y de orozuz, a ese olor indefinible de las tiendas de ultramarinos finos... Y sé que ahora no huele como entonces.
No deja de ser curiosa esta relación del olor con la cronología. Aunque haya, claro, olores permanentes, como el del incienso y el de la cera, que son los dos olores más permanentes que se me ocurren.
Así que, ¿quién sabe a lo que olerá el futuro?
3 comentarios:
Pero si hay infinidad de olores permanentes...
Tú ponte a guisotear y verás como resucita el pasado: el olor a café recién molido, el olor a ajos fritos, a canela, a coliflor, a orégano, a manzana asada... La cocina es el refugio de los olores permanentes.
Y luego están los pinares y el olor a resina como un grito de júbilo.
Mientras queden pinares y cocinas, claro.
Imagino que tendríamos que vivir el futuro para saber como huele. A veces, viene ese olor a través de un recuerdo del pasado donde nada de lo que hubo, nos rodea. Y qué nostalgia, es tan extraña y tan bonita a la vez.
Preciosa entrada, sí señor. Gracias
A nada, a futuro incierto. Mi infancia olía al perfume de mi mamá, abrasador que se iba conmigo a la primaria.
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