La Historia de la
literatura es algo así como el manto de Penélope, que se teje de día y se
desteje de noche. Nunca está terminado, ni el manto ni, tampoco, eso que ahora
los que están al día de las novedades universitarias anglosajonas llaman ‘el
canon’. Es cierto que en los libros de texto del bachillerato o en los manuales
al uso vienen siempre más o menos los mismos, que si Quevedo, que si Góngora,
que si Antonio Machado... Pero los autores de libros de texto y los manualistas
son siempre los últimos en enterarse de por dónde van los tiros. O, a lo mejor,
es que no quieren enterarse de por dónde suenan. Ellos, a lo suyo, que es el
canon y la bibliografía. Miden la importancia de un escritor por el número de
tesinas y de artículos que se les dedican en revistas aburridísimas y en
universidades de tronío. Pero la verdadera historia de la literatura siempre va
por otro lado. Apenas concluyen los manualistas sus sesudos centones repletos
de notas al pie y de citas autor-fecha
(Cenceño, 1994a, por ejemplo),
resulta que la estimativa de los lectores —que son los electores de la
república de las letras— ya ha cambiado.
A Valle, por ejemplo, lo
han encumbrado los manualistas —esos ciclópeos atletas de la inercia— hasta
poco menos que la cima de nuestra literatura del novecientos. También los
gacetilleros, que forman el coro de las bacantes de los manualistas. Uno de
estos gacetilleros dice, por ejemplo, que Valle Inclán es el más grande
escritor español del siglo (lo que, después de todo, no es gran cosa) y el
esperpento lo mejor que le ha ocurrido al teatro español desde Lope de Rueda, y
se queda tan ancho. Pero cuando se extingue el ruido, y uno pega la oreja a los
raíles, ya se escucha que el tren marcha en otra dirección. Es probable que a
la vuelta de unos años Valle Inclán se vea como una especie de hermano mayor de
Pedro Luis de Gálvez, en espera de un Juan Manuel de Prada que le escriba su
novela.
Al pobre Góngora lo
encumbraron en su día como el primer vanguardista de nuestra historia literaria
y, al fin y a la postre, hemos descubierto que sí, que efectivamente Góngora
—el Góngora de las Soledades y del Polifemo— no era más que eso: el primer
vanguardista de nuestra historia.
Ahora se nos vienen
encima los famosos centenarios, el de Lorca, el del 98, amenazando con
aplastarnos bajo una catarata de ponencias, conferencias y lecciones; bajo un
torrente de homenajes oficiales de mucho interés turístico. Y de Lorca, ¿qué es
lo que queda vivo, verdaderamente vivo? Unos cuantos poemas —pocos— y tres o
cuatro piezas de teatro verdaderamente geniales. Casi todo lo demás es mera
arqueología literaria, o prado para que rumien allí tranquilos y reconfortados
unos cuantos miles de profesores —hispanistas, creo que les llaman— en todo el
mundo. Y es nuestro escritor más traducido, después de Cervantes. O sea,
turismo, arqueología, marketing
cultural. La literatura va por otro sitio.
Con el 98 —ese engendro
al que bautizó Azorín y confirmó Laín Entralgo— pasa tres cuartos de lo mismo.
De vez en cuando vienen bien unos fastos, y qué mejor que unas fechas tan emblemáticas como el 92 ó el 98. Lo
de menos es que la dichosa generación no exista más que en la mente de unos
cuantos, lo de menos es que el mogollón —donde todos los gatos son pardos— vaya
dejando paso a unos cuantos nombres, o mejor, a unos pocos títulos... Aún no
hemos superado del todo los esquemas del franquismo, y tendemos a idealizar
todo lo anterior al 36 (otra fecha emblemática). Ilustre profesor ha habido que
ha pretendido ver en todo eso del 27 y del 98 como “la edad de plata” de la
cultura española. Ahora vamos viendo que era más de hojalata que otra cosa. Una
cultura que conduce al baño sangriento de una guerra civil de tres años no
puede ser nunca una cultura de plata. Alguna había, sí, y algunos oros, pero
también mucho hierro y mucha pólvora mental.
La historia de la
literatura la vamos tejiendo y destejiendo todos los días los lectores que
votamos en silencio (o que alguna vez nos manifestamos por escrito). Como el
cambiante e inacabado manto de Penélope. Lo malo es que aquí nunca va a
regresar Ulises.
1 comentario:
Muy bueno.
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