Ha construido A. M. su discurso lírico preferentemente sobre la base del endecasílabo blanco, metro éste que, por su cercanía a la prosa, mejor se acomoda a la expresión de la poesía reflexiva, aunque, eso sí, alternándolo con otros metros para evitar incurrir en la monotonía.
Porque este es el hilo conductor, el carácter y el sentido de la poesía de A. M.: su tono meditativo, su condición introspectiva. Pero, ¿sobre qué se reflexiona aquí? No sobre ningún problema social, ni político, tampoco sobre avatares o sucedidos biográficos del propio poeta, sino sobre algo que es previo y ulterior a todo eso: el gran misterio de la vida.
Porque A. M. es de los que saben que la vida no es ciencia, y no se la puede entender cabalmente de esa perspectiva, sino algo más hondo, misterio: "Vivir es aprender a andar descalzos,/ yendo con gratitud hacia el misterio." Un misterio en el que vemos sin ver y no vemos viendo, como esa misma luz que "de tan cerca y tan nuestra, ni te vemos."
Pero misterio no es enigma, y no implica necesariamente raras o desacostumbradas aventuras, sino que basta con mirar "... el exotismo/ más raro y neto: éste de aquí y ahora."
Si acaso, el misterio se resuelve por el lado de un cierto panteísmo, si es correcta nuestra lectura del poema "Nubes":
NADIE es más que una nube, ni que el aire
con el que marcha así, incesantemente.
Esta mañana observa allá las nubes,
míralas todas ir y sucederse.
No habrá mañanas para ti algún día.
Serás la nube, el aire que la mueve.
En suma, estamos ante un libro nada apto para lectores apresurados, frívolos o superficiales. Es ésta una poesía de gran calado, que nos pone de bruces frente a algunas preguntas fundamentales. Sí, no quería decirlo, pero lo digo ahora: una poesía metafísica.
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