Pero
analicemos, después de haber descrito la cronología de esos hechos,
algunos puntos, aún controvertidos, de esos sucesos de julio de 1936 algo
más detenidamente.
El asesinato de Alcalá y Henke
El asesinato de Alcalá y Henke
Por ejemplo, el asesinato de D.
Agustín Alcalá por parte de unos pistoleros cuya identidad no se ha
llegado a saber nunca. Existe la sospecha de que estos pistoleros no
fueran más que unos mercenarios. ¿Pero quiénes fueron los autores
intelectuales del crimen?
Según Javier Jiménez, la muerte de Alcalá y Henke no
cabe atribuírsela al campo de la izquierda, sino más bien al de la
derecha. Según sugiere este historiador, habría sido Pedro
Gutiérrez Calderón el verdadero inductor a causa de la «gran
rivalidad» existente entre ambos por la «competencia económica,
pues los dos se dedicaban al aderezo de aceitunas», a las «críticas
que don Agustín formuló contra el endeudamiento municipal» cuando
don Pedro fue Alcalde con Primo de Rivera, y finalmente, «habría de
ser la postura dialogante que mantuvo siempre el primero hacia las
reivindicaciones obreras durante la Segunda República la causa
principal del odio que el alcalde primorriverista sentía hacia su
adversario.»
Y abundando en esta tesis añade Jiménez:
«Durante la guerra civil se instrumentalizaría
políticamente la muerte de Agustín Alcalá, imputándosela a los
'rojos'. Sin embargo, no parece probable que el miembro más
comprensivo de la patronal fuese asesinado por unos exaltados de
extrema izquierda. Es posible que el móvil no tuviese un carácter
político sino que se tratase de alguna venganza.»
Esta tesis es tan retorcida y truculenta, y al mismo
tiempo tan ingenua («que el miembro más comprensivo de la patronal
fuese asesinado por unos exaltados de extrema izquierda» es
perfectamente posible), que se cae por su propio peso. Sin contar con
que no aduce ni una sola prueba en su favor.
Más cierto parece que la primera víctima elegida fuera
el propio don Pedro «quien días antes -afirma V. Romero- tuvo
conocimiento a través del tonelero Luis Monje de estar acordada su
muerte, y huyó a Portugal.» Por cierto que Pedro Gutiérrez ya
sufrió su propio «entierro» en vida en febrero de 1930, cuando la
«Dictablanda» del general Berenguer. Esta vez la cosa iba en serio.
Pero huidos Manuel Beca y Pedro Gutiérrez (V. Romero dice que el
primero a Sevilla y el segundo a Portugal; J. Jiménez, al
contrario), el único gran empresario que quedó en la ciudad fue don
Agustín, quien, por lo demás no carecía de significación política
pues recordemos que en las elecciones del 12 de abril de 1931 había
obtenido mayoría absoluta para su partido. Cierto que esa
Corporación ni siquiera pudo llegar a tomar posesión, pues una muy
democrática «Junta ciudadana Provisional», constituida
exclusivamente por republicanos, se apoderó del poder municipal,
haciendo tabla rasa de todo lo anterior, empezando, como es
costumbre, por el callejero.
A estas alturas pueden caber pocas dudas de que la
muerte de Alcalá y Henke se fraguó en el seno del Ayuntamiento por
miembros del Comité Revolucionario: basta consultar el capítulo
«Concejales republicanos», y especialmente el apartado titulado
«Luis García Rodríguez (y el asesinato de Agustín Alcalá y
Henke)», del libro de F. J. Montero Gómez. Es verdad que los
testigos son todos de derechas (excepto el concejal José Salazar
Muñoz) y que por razones obvias ninguno pudo ser testigo presencial
de la conspiración, por lo que declaran de oídas y por referencias.
Pero el que todos los testimonios (tomados por diferentes agentes de
la autoridad y en procedimientos distintos) fueran esencialmente
coincidentes y el dicho cierto de que «en un pueblo todo se sabe»
confirman esta teoría.
La inexplicada muerte de Miguel Ángel Troncoso
Sin embargo, hay una misteriosa muerte no aclarada: la
de Miguel Ángel Troncoso, a la sazón jefe de la policía municipal
desde febrero del 36, en sustitución de José Cano Guerra,
destituido por las mismas fechas. Según declaró su hijo mayor (que
contaba 13 años entonces) a F. J.Montero, cuando Castejón «llegó
con su tropa al Ayuntamiento, tuvo con mi padre una conversación que
algunos observadores, personas que permanecían detenidas en el patio
de la planta baja del propio Ayuntamiento, consideraron amigable. Si
embargo, poco después, 'el valeroso comandante', en la planta alta y
en la misma sala del alcalde asesinó a mi padre y lo desposeyó de
todas sus pertenencias: el dinero que llevaba encima el reloj de
pulsera, etc.» ¿Es creíble esta versión? Como él no pudo ser
testigo presencial, ha debido de oírla de otros, que no cita por sus
nombres. Pero si estos estaban en la planta baja, cómo pudieron
saber lo que pasó en la alta. ¿Fue el propio Castejón quien
disparó sobre Troncoso a sangre fría, y aparentemente sin venir a
cuento? ¿Es creíble que un oficial de carrera robe a la víctima
sus pertenencias?
Muy diferente es la versión que ofrece V. Romero: «El
Alcalde y el Comité Revolucionario habían huido previamente,
dejando al frente del edificio a Miguel Ángel Troncoso, Jefe de la
Policía Municipal, que tenía el propósito de entregarlo. En el
despacho del Alcalde, hay un tiroteo y muere el Jefe de la Policía.
Queda una bala incrustada en el techo. Los atacantes se hacen del
edificio, encontrándolo saqueado y revuelto, y sólo petardos,
espoletas y mechas.» Y aquí surgen más preguntas: ¿cómo sabemos
que el Jefe de la Policía tenía el propósito de entregarlo? ¿Bajo
algunas condiciones? ¿Iba armado o desarmado? Parece que para estos
interrogantes ya no encontraremos nunca las respuestas.
Muchas cosas, y casos, nos dejamos en el tintero por no
alargar este artículo.
Pero no creo inútil recordar estos sucesos, de hace
ahora 80 años, para saber por qué pendientes no deberíamos
deslizarnos nunca más los españoles, toda vez que ya sabemos que
conducen a abismos fratricidas. Habla, Historia, habla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario