Andrés Trapiello escribió una vez, y ha repetido en más de una ocasión, que el olor de Sevilla era una mezcla de azahar y bosta de caballo. Y, aunque esta conjunción odorífera se limite a la duración de la corta primavera sevillana, no deja de tener razón el escritor. Aunque sólo sea una razón poética.
Pero hete aquí que el Ayuntamiento ha decidido privarnos del segundo elemento de esa conjunción, no se sabe bien por qué. La bosta de caballo, a diferencia de otros excrementos animales, no huele mal. Y no es sólo ya que no hieda, sino que nos ofrece no sé qué fulgor de hierba fresca, amén de recordarnos un pasado agrícola, una presencia del campo en la ciudad que hemos perdido ya definitivamente.
Amamos la Naturaleza, siempre que no nos roce.
Comento la noticia con un cochero, que me dice que eso es trasladar el problema... hacia el coche mismo y sus pasajeros, que serán ahora los "sufridores" de ese controvertido olor. Con lo cual, agrega, disminuirán los clientes y por consiguiente, sus ingresos.
Yo lo siento por Trapiello, porque su afortunada frase se va a quedar obsoleta.
2 comentarios:
y digo yo... que el cagajón es sólido contenible mas no así su turbador "fulgor a hierba seca"... y puestos a pensar en lo comedido de los elementos... cuando ese equino poderoso decida verter aguas, chorro a presión insuflado al nuevo continente... la lluvia en Sevilla será una maravilla para los "sufridos" pasajeros... sufridos por los treinta del ala que les cuesta el paseíto, crisis ni crisis...
¡Qué planteamientos más extraños! ¿la bosta de caballo?.
Puestos así, por la vena me corre el olor a gallinero (al estilo sevillano), que limpiarlos tenía poca gracia. Lo que soltaban las gallinas desde sus palos, no eran precisamente huevos.
Así, ya no quedan gallineros, con estos cambios y estas ideas, no sé.
Saludos.
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