Dice Max Aub en sus diarios: «... se escribe para quedar y, si no se consigue, nada tiene sentido.» «Podría vivir con sólo vivir. Sin embargo escribo, paso la vida pensando cómo, qué escribir para quedar. Si lo hago mal —como tantas veces lo supongo, por las razones que sean—, fracaso, como el que cree en Dios y se encuentra, el día de mañana, con la nada; es decir, no se encuentra.» (Nuevos diarios inéditos (1939-1972)
Y Manuel Aznar Soler, su editor y prologuista, apostilla: «Max Aub es un escritor que, como él quería, sigue vivo hoy a través de sus libros (ahí están sus Obras completas en curso de edición) y no es arriesgado afirmar que la “inmensa minoría” de lectores maxaubianos va a seguir creciendo, de una manera lenta pero irreversible, durante este siglo XXI.»
No soy tan optimista como Manuel Aznar, pero incluso concediendo que los lectores de Aub vayan a seguir creciendo, me parece escaso consuelo. ¿De qué le sirven a Miguel de Cervantes sus millones de lectores (seamos generosos en el cálculo) de hoy? ¿Los estará observando gozosamente desde el Cielo, si es que allí se gozan con tales mundanidades? ¿O simplemente Cervantes existió y dejó de existir y a sus huesos ya no les importa nada de nada la lista de los libros más vendidos?
¿Escribir para quedar? Absurdo empeño, porque aquí quedar no se queda nadie. Queda la obra, si acaso, y en el mejor de los casos, pero la obra no es el hombre.
Yo escribo para razonar, para dialogar (con los otros y con el mundo), para poner en claro los pensamientos confusos, para pulir los sentimientos brutos, para disfrutar del trabajo bien hecho, para que me quieran (que decía Gabo), para ganar unas monedas, para... cualquier otra cosa menos para quedar.
La eternidad la busco en otro sitio.
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