"Si en el siglo XVII hubiese existido el Premio Cervantes se lo hubiesen dado a Lope de Vega". Es la frase que gustan de repetir algunos, porque la creen ingeniosa y epatante, y porque les parece que al decirla quedan bien. Porque no tenemos remedio. Siempre jugamos al enfrentamiento infértil, al dualismo enfrentador, al negro o blanco del simplismo cromático. Las dos Españas, la de Lope y la de Cervantes. Ya hace mucho que ese profuso, difuso y confuso novelista y pensador, reciente Premio Cervantes, y de cuyo nombre no se acordarán las generaciones venideras, así que tampoco hay por qué acordarse aquí, tildó a Lope, con temerario anacronismo, de "fascista".
Lope, según este chafarrinón que nos pintan algunos, es la España ortodoxa, inquisitorial, la de los cristianos viejos, la democracia frailuna y el tocino como arma arrojadiza. Cervantes, siempre según la misma técnica pictórica, la España liberal, la de los conversos a la fuerza, la tolerante y comprensiva. Lope, el odioso triunfador. Cervantes, el simpático fracasado. Naturalmente, fueron enemigos irreconciliables.
Pero esta mala pintura desdice del natural. Se contradice con todos los datos que poseemos. Cervantes y Lope no fueron enemigos, por más que tuvieran algún rifirrafe entre ellos, cosa nada rara en la vida literaria de todas las épocas, y más por malentendidos causados por terceros que por propia antipatía personal. Compartieron las mismas creencias, las mismas convicciones, e incluso, en alguna ocasión, las mismas lentes (Cervantes le prestó las suyas a Lope para que pudiera leer un discurso en una academia de la que ambos eran miembros). Ambos fueron grandes.
En lo que sí divergen es en el género literario en el que acertaron. Cervantes en la novela, Lope en el teatro. ¿Vale más un género que otro? ¿Gustar de uno implica que nos disguste el otro? De dos de los ingenios -pocos- que España ha dado a la literatura universal, ¿renunciaremos a uno por no se sabe bien qué motivos?
El verdadero pecado capital de los españoles no es, como se ha dicho, la envida; es el maniqueísmo.
1 comentario:
Creo que el entendimiento humano opera siempre de esa forma dicotómica (sí/no, bueno/malo...).Esto es inevitable en la vida "práctica". Pero debemos ser conscientes de esa simplificación y precavernos contra ella mediante un pensamiento dialéctico y complejo, matizado y sutil. No siempre lo logramos, claro.
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