
Tremendo Bloy, tremendo. No deja, en sus Diarios, títere con cabeza. Desde el Papa (no importa si es León XIII, Pío X o Benedicto XV) al más humilde vicario, desde los Borbones (ay, también nuestro Alfonso XIII recibe algún bastonazo) hasta los boches como encarnación del mal absoluto... Por supuesto, las bestias más negras son los del gremio, los escritores y artistas (Zola, Anatole France, Huyssman, Bourget, Cézanne... aunque es cierto que defendió a otros, Verlaine, Baudelaire...). Pero, más allá de exabruptos e improperios, más allá de arbitrariedades y de más que probables injusticias, se siente aquí soplar un viento fuerte, como ese que de cuando en cuando barre la atmósfera sucia que flota sobre las ciudades populosas. No sé muy bien si se trata del viento del Espíritu, ya que algunos hablan de "la cólera de la Paloma". El tono es profético, es decir, desabrido e intimidatorio.
Quizás la mejor definición es la que se le ocurre un día a su hija Véronique: "Mi padre es el perro del rebaño".
En Francia, algunos le llamaban "el gran vociferador". Recordemos la importante misión de un perro en un rebaño. La funcionalidad de sus ladridos. Incluso si en estos Diarios hay mucho de literatura y algo, aunque sea bastante, de realidad.
[Y no deja de extrañarme que haya aquí tan escasas alusiones a Péguy, o que sólo sean eso, alusiones. Y de maravillarme de que las más bellas verdades estén en boca de Jeanne... y, en fin, tantas cosas].