LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

viernes, 12 de agosto de 2005

Premios literarios

Escribir sobre los premios es ya casi un género literario. La guerra de los planetas (Ediciones B, 2005), de Rafael Borrás, segundo tomo de sus memorias de editor, ¿qué es sino un libro en torno a unos premios muy particulares y polémicos?
Para una futura antología del género, ahí va el sagaz artículo de mi tocayo García-Máiquez titulado

EL PREMIO LITERARIO
Mario Quintana animaba a todo el mundo a escribir poemas porque hacerlo afina la sensibilidad, aumenta el autoconocimento y mejora el manejo del lenguaje. Sólo pedía que luego, por favor, no le leyerán a él los poemas. Yo pensaba que el comentario era un poco cínico, y me hacía mucha gracia. Sin embargo, este verano me ha tocado ser miembro del jurado de un premio de poesía y me he dado cuenta de que el asunto va en serio. Tener que leer tantos libros es un trabajo que -a medida que uno se mete en las obras de los anónimos concursantes- se va volviendo de alto riesgo. No puedo olvidar que comparto con esos escritores una misma vocación poética y me acuerdo de las veces que yo me presenté a concursos parecidos. El riesgo es, por tanto, de implicación sentimental. Escoger al ganador no será duro, la verdad, porque la mayoría de los originales son -hablando en plata- malos. Y ahí está el riesgo: los poemas fallidos se quedan en la superficie y sólo cuentan la vida del que los escribió. Un buen poema, aunque esté escrito en primera persona, consigue que el lector se reconozca a sí mismo en lo que lee y que acabe despreocupándose del autor. En los malos, sin embargo, uno termina cogiéndole cariño a quien, como un amigo extrovertido, inoportuno y un poco reiterativo, te está contando su intimidad. Y esto sí es duro: imagine que una persona amable le explica, a lo largo de ochenta folios, cómo una señora le ha roto el corazón, y que cuando acaba, usted, en vez de solidarizarse con él y pagarle una ronda, lo que hace es negarle un premio literario que, a lo mejor, le hubiese alegrado algo la existencia. Y que después se lo niega sucesivamente a padres modélicos, a chicas que luchan contra el machismo y a vecinos que ensalzan sus lugares de nacimiento. La cosa ha empezado a afectarme. Me quedan, no obstante, algunos consuelos. El primero, comprobar que, a pesar de los telediarios y de las páginas de sucesos, la gente tiene unos sentimientos excelentes: quiere a sus parejas, adora a los niños, se emociona ante la naturaleza y se pregunta por el más allá cuando contempla una noche estrellada. Incluso el que posa de maldito tiene en el fondo un corazón de oro. Mi optimismo ante la especie humana (exceptuando lo que hace relación a sus dotes literarias) ha aumentado. El segundo consuelo es que, como decía Plinio (¿el Joven o el Viejo?; no importa, a estas alturas los dos están calvos), no hay libro que no tenga algo bueno. Y lo cierto es que en todos te sorprende, de pronto, un relámpago impagable de belleza. También me gusta recordar la idea de Quintana. El premio se lo llevará el que demuestre más pericia literaria, pero incluso el que menos habrá ganado un mayor conocimiento propio y mucha intimidad con el idioma. En poesía, como en la vida, la recompensa no estriba en el aplauso de los demás, sino en la satisfacción de haber cumplido la propia vocación lo mejor que se pudo.

Enrique García-Máiquez, en Diario de Jerez de hoy viernes 12 de agosto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El segundo consuelo es que, como decía Plinio (¿el Joven o el Viejo?; no importa, a estas alturas los dos están calvos), no hay libro que no tenga algo bueno.

Según he encontrado en Proverbia, la frase pertenece a Plinio el joven, aunque también la reutilizó Cervantes (página del Centro Virtual Cervantes).

Precisamente lei un articulillo de Umbral apuntando que Cervantes la usó en su día, tras lo que añadía que probablemente Cervantes vivió en una época mejor.