Cuando somos niños, no sólo las casas y los lugares nos parecen mucho mayores de lo que en realidad son, sino que también el tiempo transcurre con mayor lentitud. Luego, de adultos, nos sucede lo contrario.
Ya es agosto. Un nuevo agosto. Siento la comezón del tiempo que corre. Hoy es uno de agosto, pero ya veo demasiado cerca el uno de septiembre, amenazante. El tiempo se volverá de nuevo horario rígido y agenda apretada. La turbina que nos expime y nos devora.
Definitivamente, perdimos nuestro reino. El de la lentitud, el de la infancia.
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