* La cuestión de si los libros (los nuestros, claro, no los de los demás) debemos subrayarlos o no recibe una nueva e interesante aportación, esta vez desde Nibelheim (desde allí mismo deja otro comentario savateriano, ejundioso y dolido, y que abre, me temo, posible discusión sobre el nuevo partido de Rosa Díaz et allii) en su entrada correspondiente. Que a su vez remite a otra anterior. He pensado hacer en su momento de relator de las aportaciones, resumirlas, ordenarlas y... quizás nos salga algo así como una Teoría y Método del Subrayado (aunque me temo sea más difícil esto de escribir que la mismísima Crítica de la Razón Pura).
* A quien me escribe desde una dirección de no-reply debo, sí, reply, que he buscado ese comentario supuestamente enojoso y que no lo encuentro. Si algún día lo encontrare, no le quepa duda: sus deseos son órdenes.
3 comentarios:
Por cuestiones de trabajo ahora mismo estoy anotando, y no subrayando, un libro leído y releído en numerosas ocasiones: Lucien Musset, “Las invasiones. Las oleadas germánicas", Barcelona, 1982. ¿Y por qué no subrayo, se preguntarán ustedes, si me he mostrado más o menos partidario de ello en otros posts? Pues porque lo he hecho tantas veces en este mismo libro que añadir nuevos subrayados ya no sería útil. Y he aquí, presentada en toda su crudeza, otra posible situación a la que debe enfrentarse el lector subrayológico: la de un libro que, por leído, está tan subrayado que poco más puede añadirse a él. ¿Habrá llegado la hora de tomar notas solamente? ¿Debemos comprar otro ejemplar del libro? ¿Y si estamos hablando de una obra que no será fácilmente reeditable, como es el caso? ¿Hay que acudir a la edición original (en este caso francesa)? Lo dicho, una perenne angustia (pero sigo leyendo… y anotando).
Saludos desde el Nibelheim.
Aprendí en el mismo instante a subrayar, y a no subrayar, los libros, con catorce años, al comenzar el bachillerato. Un profesor, con el libro de texto en la mano, nos iba diciendo las frases significativas que debíamos subrayar. A los diez minutos de furioso "subrayado al dictado", cuando me dí cuenta que casi ninguna línea del texto quedaba sin subrayar, me di cuenta que era tarea inútil y nociva. Era mejor leer el texto tranquilamente, y mandar a la memoria las ideas.
Hace un par de semanas compré un libro viejo que conservaba elegantes notas a pluma, escritas en papelitos guardados entre las páginas. Gracias a un lector civilizado de hace cincuenta años me dispongo a disfrutar de ese libro, que además he mandado encuadernar.
¿Seré, acaso, un lector incivilizado? Y yo sin saberlo. ¡Qué paradoja!
SDEN.
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