LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

lunes, 26 de enero de 2009

Poesía y mercado (2 de 3)

EMPRESARIO: Desgraciadamente, hay que dejar esta entrada en blanco. No existen empresarios en el mercado poético.

LEY DE LA OFERTA Y LA DEMANDA: ¿Por qué hay más oferta que demanda en el mercado de la poesía? Muy sencillo: porque los poetas de censo y matrícula no suelen leer poesía. Y menos aún comprar libros de poesía. Uno, multipremiado en los más variopintos certámenes, me decía que él no compraba los libros porque, al final, le acababan llegando. Se puede uno imaginar qué es lo que le llegaría repasando su obra. Y un editor me confesaba al teléfono que si todos los que enviaban manuscritos a su editorial, más los que los enviaban a otras de la competencia, comprasen habitualmente libros de poesía, sus colecciones nunca serían deficitarias, como lo eran.

LIBRO: ¿Qué es un libro de poesía? Reconozcámoslo: cualquier cosa. Desde una plaquette a unas obras completas, caben muchas posibilidades. Antiguamente la poesía apenas si se editaba, como no fuera la de autores consagrados ya como clásicos, y generalmente post mortem (Garcilaso, Fray Luis...). Lo normal era que la poesía se difundiera manuscrita. Claro que un libro de hoy es mucho más barato que un códice de ayer, e incluso que un libro de antes de ayer.

MERCADO: Todo el mundo parece aceptar hoy, aunque algunos a regañadientes, como un mal inevitable, que la literatura es mercado, como cualquier otro bien apetecible. A la pregunta de “¿qué buscas en un premio literario?”, Ángeles Caso, tras serle concedido el Fernando Lara de Novela, respondía así: “Lo que todos. Sobre todo llegar a más lectores. Lamentablemente esto es un mercado. Y digo lamentablemente porque a mí me gustaría, no que no fuera un mercado, pero que funcionase de otra manera, que funcionase por la calidad de los libros. Pero no es así. Las ventas a menudo están en función de la promoción que acompaña a la obra o a la popularidad de su autor.” Si se observa bien, de lo que la autora se queja no es de que exista un mercado, sino de que, para venderse en él, sus libros (los de la autora) necesiten de un apoyo publicitario. Vamos, que no se vendan solos. Ignoramos lo que Ángeles Caso pueda saber de literatura (suponemos que mucho), pero de economía no sabe absolutamente nada.
Ningún producto se vende en función de su calidad, sino de otras variables como la relación calidad-precio, por ejemplo. Los productos de muy alta calidad son normalmente caros. También en poesía (y en la literatura en general) los productos de calidad selecta son minoritarios, es decir, accesibles y apetecibles para consumidores de muy alto poder adquisitivo. En literatura, el poder adquisitivo se mide por el nivel educativo y cultural del comprador. El lector avisado y avezado es aquel que ya ha hecho una fuerte inversión (en tiempo, en dinero, en ambas cosas): un mercado indisputablemente minoritario.
Se me objetará que también productos de alta calidad pueden ser mayoritarios. Miguel de Cervantes o Antonio Machado, por ejemplo. Sí, pasado cierto tiempo. Uno de los componentes del alto standing literario es la novedad. Cuando se pierde la novedad, o ésta ha sido asumida por el mercado (y el producto se ha clasificado: nótese la bisemia con que empleo este participio), todo el monte es orégano. Siguen siendo productos de calidad, pero algo pasados de moda. Ya no responden, con inmediatez y precisión, a las necesidades del día. Es como comprarse una estupenda estilográfica en la época de las computadoras personales.

10 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Como pretendido experto en los mercados y la ley de la oferta y la demanda, hago algunas puntualizaciones.

Como todo bien, el libro de poesía está sujeto a las leyes del mercado, y alcanzará un equilibrio debido a la conjunción entre la oferta y la demanda. El equilibrio supone una cantidad de libros intercambiados a un determinado precio, salvando diferencias entre unos y otros que no alteran demasiado el análisis, y la caprichosa mano invisible del mercado ha dispuesto que sean pocos los libros, y que se vendan baratos. Si esto se quiere cambiar sólo hay un camino: que se desplace la curva de demanda hacia la derecha, por ejemplo porque vuelva a estar de moda leer poemas (en este caso se venderían más libros a un mayor precio), o la oferta hacia la izquierda (menos libros, pero más caros). Ni una ni otra cosa está sucediendo, sino más bien todo lo contrario: cada vez hay más poetas pero menos demandantes de libros de poesía, y a ello hay que añadir que Internet en general y el blog en particular han creado un mercado paralelo al del libro que es gratuito y satisface las necesidades poéticas de gran parte de los aficonados.

En resumen, Enrique, como tú bien sabes, hay que buscarse las habichuelas por otro lado y resignarse a ejercer de poeta vocacional, con una compensación más espiritual que material.

Unknown dijo...

La verdad es que la muy civilizada costumbre de enviar los libros propios a amigos, críticos y poetas admirados tiene esa contrapartida: nadie los compra. Quizá debiéramos invertir la norma, hasta hacer que resutase raro o chocante regalar libros propios. De hecho, cuando hay que hacer regalos de verdadero cumplido (a familiares, por ejemplo, en Navidad), jamás regalo libros míos: los destinatarios sentirían que lo hago para ahorrarme unos euros.

Mandarle un libro propio a alguien incluye, además, una cláusula abusiva: esperamos que lo lea, e incluso que nos transmita su opinión.

Quizá el proceso debería ser a la inversa: que nos acostumbrásemos a comprar espontáneamente los libros de los poetas que admiramos y también los de aquellos que alentamos; y que, en todo caso, se lo comunicásemos amistosamente, junto con algún parabién, y sin esperar nada a cambio.

Enrique Baltanás dijo...

En efecto, José Miguel, la poesía no da para pagar el cocido. La demanda es raquítica, quizás porque el verdadero objeto de consumo sea el poema, y no (o muy raramente) el libro de poemas.
De todas formas, hay que tener en cuenta que el libro es muchas veces sólo el punto de partida para la verdadera remuneración del poeta, me refiero a conferencias, participación en jurados, lecturas, tournées varias, etc..

Enrique Baltanás dijo...

José Manuel: gran dilema el de si mandar los libros o no... Y como todo gran dilema, nunca sabe uno cómo resolverlo a derechas.
El recipendiario debe tener la cortesía de, al menos, acusar recibo. Pero el autor también está obligado, por educación, a no esperarlo, y menos, elogioso.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Sigo con gusto estas reflexiones acerca de la poesía. De entre todos los que escriben, creo que los poetas, mediocres o geniales, son los más forofos de la belleza. Escriben contra viento y marea y aunque nadie los entienda. Para ganar dinero hay que dedicarse a algo que no sea poesía. El ambiente actual, por lo que sea, no favorece a los poetas, pero así al menos se quedarán en el camino los que no aman a la poesía lo bastante. En cuanto a lo de regalar libros, lo ideal es que el poeta vaya a regalarlo y el amigo se niegue y,si no puede negarse, compre uno para que el poeta lo firme para otro. Pero eso es sólo lo ideal, lo que casi nunca pasa.

José Miguel Ridao dijo...

Es cierto, Enrique, que el poeta recibe remuneración por conferencias, jurados, etc., pero el problema es que en ese caso se trata de lo que los economistas llamamos un mercado intervenido. Ahí la mano no es invisible, sino dirigida.

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Una anécdota que suelo repetir: cuando yo dirigía la Casa del Libro de Sevilla y tenía que atender a autores-editores de obras propias, género poético, la ínfima calidad de algunos libros que se nos ofrecía en depósito se correspondía con la nula frecuentación que el susodicho editor-poeta hacía de la sección de poesía de la librería. Dicho de otro modo: al mal poeta se le identificaba, antes de ojear sus creaciones, porque su cara no resultaba familiar en el rincón de la bien nutrida sección de poesía. ¡A la que no se acercaba ni para robar! Lo puede corroborar Rafael García, del blog "Jardines y carreteras".
Y hablando de blogs, lo afirmé hace unos días en el "Ah de la vida", de Juan Antonio González Romano: la poesía, bien atendida, vende más de lo que se piensa. La cesta media de este tipo de lector suele ser mayor que la media, y su fidelidad muy alta.
En cuanto a empresario de la poesía, en España creo que te equivocas, Enrique. Sí hay uno, y es Chus Visor. Por muchos conceptos: número de coediciones, premios, catálogo, penetración en el mercado... Saludos.

José Luis Garrido Peña dijo...

Amigo Enrique, comparto mucho de lo expresado aquí, salvo cuando afirmas “para consumidores de muy alto poder adquisitivo”. ¿Quizás te entiendo mal, relacionas cultura, gusto y conocimiento, con poder adquisitivo?.

Enrique Baltanás dijo...

Luis Spencer: no, no lo relaciono con dinero, sino con nivel aducativo y cultural.

Rafael G. Organvídez dijo...

Bueno, Enrique, llevaba varios días frecuentando tu bitácora sin atreverme a decir esta boca es mía hasta que mi amigo Antonio ha referido una situación que vivimos juntos en más de una docena de veces.
Antonio, que conoce mi desinteresado amor por los autores-editores, señala un perfil muy interesante del cliente de poesía: su potencial valor futuro. En general, el lector de poesía (el buen lector) frecuenta otros géneros con mucha asiduidad. Siempre lo he creído así, y los hechos que veo a diario me lo confirman.
Pero, yendo de lleno al asunto que nos propone Enrique, quisiera exponer dos reflexiones:
Tanto por importe de la unidad como por cantidad de volúmenes, la poesía no es rentable en sí misma (hecha la salvedad que apuntaba Antonio). El precio medio de un libro de poesía es casi la mitad de lo que cuesta una novela, siendo casi idénticos los costes de manipulado y edición. Por otro lado, si, por ejemplo, vender en un mes mil unidades de un mismo libro es una cifra respetable, en el caso de un libro de poesía nos daríamos con un canto en los dientes si conseguimos llegar a la mitad de esa cifra.
La poesía colma en muchos casos el deseo de muchos de ver su nombre impreso. ¿Cuántos poetas no se han pagado su primera edición? ¿Cuántos hay que sólo si ganan un premio de alguna Diputación o Ayuntamiento verán sus poemas editados? Porque la realidad es que, salvo las honrosas excepciones (suicidas) de Visor, Borrás o Munárriz, casi nadie quiere editar a un poeta al que sólo conocen una docena de amigos que no van a comprar el libro porque lo esperan de regalo.