Se suele decir que la poesía es el género más personal e intransferible; el coto de caza particular de los instantes íntimos; la reserva natural de los sentimientos. Nada más falso, y nada más verdadero, al mismo tiempo. En “Apunte demográfico”, uno de los muchos poemas memorables de este libro, D’Ors comienza declarando que ha pasado “toda la tarde solo, leyendo en mi estudio”. A renglón seguido comienza a pasear la mirada por su cuarto, fijándose en los objetos que le rodean, y en los recuerdos, anécdotas, diversos nombres propios que están asociados a esos objetos: “Colgados en la pared,/ un plano de Santiago, o sea de mi infancia,/ la pirámide ciclópea del Cervino.../ También un dibujo a plumilla que Eugenio D’Ors, mi abuelo,/ dedicó a su mujer —llamándole “
Muchas horas, cada una con su duende particular, hay encerradas en este libro. La hora de ese amor que es el más difícil de cantar, y quizá de vivir, el amor conyugal. La de la meditación templada y serena y también la de la sátira y la de la parodia (tú me llamas, amor, yo voy a pie). La de la melancolía por ser lo que somos y la de la nostalgia por no ser lo que no somos. La del poema teológico y metafísico y la del poema ligero que asaetea con bromas políticamente incorrectas (¿hay alguna broma que no sea políticamente incorrecta?).
Miguel D’Ors no necesita inventarse heterónimos. Le basta con saber que toda vida es una doble vida, como en el poema “Mis aventuras de Jeremiah Johnson”, donde un padre de familia y funcionario es a la vez un héroe legendario del Oeste.
A todos nos gusta, alguna vez, escribir la palabra Vida con mayúsculas. En Hacia otra luz más pura, como un buen tipógrafo artesano, Miguel D’Ors juega con esas cuatro letras, resaltándolas en la caja de cada poema sin necesidad de usar grandilocuentes mayúsculas. Vemos la Vida en nuestra vida minúscula, y al revés. Al margen de generaciones y poéticas, de antologías y de promociones, que ya veremos en qué queda todo, la poesía de D’Ors, intemporal y de un rabioso ahora mismo, quedará como uno de esos momentos en que un hombre, con la red de la poesía, alcanzó a cazar la esquiva mariposa que Hegel llamó el Espíritu Absoluto y que los demás podrán nombrar como prefieran (el P. Feijóo prefirió llamarlo “el no sé qué”). Y lo demás, por lo demás, que lo estudien los bachilleres del siglo XXI. Mucho más estructural y semióticamente, desde luego.
2 comentarios:
Aplaudo toda la reseña, que corto y pego en mi archivo d'orsiano. Y me memorizo esta frase: "la máxima abstracción de ideas y sentimientos universales, que todos podemos compartir, expresada con palabras particulares, irreemplazables, intransferibles".
Gracias por todo.
La reseña se publicó en 1999 en "La Mirada", suplemento literario de El Correo de Andalucía, que dirigió José Luna Borge.
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