Dicen los especialistas que Meléndez Valdés es el modelo y paradigma del poeta ilustrado en España. No seré yo quien diga lo contrario. Pero me llama la atención que en ciertos pasajes desmienta esta imagen o esta etiqueta que le aplican los estudiosos.
Así, por ejemplo, en La despedida del anciano, "dura crítica de la situación del país, de sus clases dirigentes y de sus leyes", según Antonio Astorgano Abajo (Don Juan Meléndez Valdés. El ilustrado, Badajoz, Diputación, 2007, p. 681), quien añade que el poema confirma "la creencia melendeciana de que eran necesarias las reformas de la Ilustración".
Sin embargo, aparte de que el poema es más una elegía nostálgica del pasado (¿Do están los brazos velludos,/ de cuyo esfuerzo temblaran/ un tiempo la Holanda indócil/ y la discorde Alemania?) que una oda al futuro, sorprende, en este supuesto iluminista, su llamamiento a una mayor dureza de la Iglesia, reivindicando casi casi la vuelta de la Inquisición de los mejores tiempos:
¡Ministros de Dios!, ¿qué es esto?,
¿cómo no clamáis? ¿La espada
del anatema terrible,
por qué ha de estar en la vaina?
La verdad es que Meléndez sigue siendo un misterio. No le faltaron desde luego contradicciones inexplicadas. Lo mismo llamó a la rebelión de los españoles contra el invasor que les aconsejó la paz. Se deshizo en elogios de José I y colmó de ditirambos a Fernando VII, "disuelto y abolido el gobierno de las Cortes".
¿Misterio el de Meléndez? Quizás no mayor que el de, un poner, Benavente, que levantaba el puño cerrado junto a Miaja en Valencia y, dos años más tarde, en la misma ciudad, saludaba a la romana junto a Aranda.
3 comentarios:
Quería añadir que quizás por estas cosas (Meléndez, Benavente...)es por lo que le decía Franco a no sé qué ministro que le hablaba bien de Ortega:
-Fulano, no se fíe usted de los intelectuales...
Yo en esto me dejo llevar por José Somoza, que lo conoció bien. Meléndez fue un alma de cántaro, un buenrrollista, diríamos hoy, un tipo bucólico de clase media ilustrada. Un hombre de lágrima fácil, amante de la poesía y sensible a los encantos femeninos, aunque bastante patoso.
Lo has clavado, Emilio. Creo.
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