"En la reputación literaria -dice Ralph Waldo Emerson en uno de sus ensayos- no existe la suerte. Quienes dan el veredicto final sobre cada libro no son sus lectores coetáneos, ruidosos e injustos, sino una cohorte de ángeles, unos lectores a los que es imposible sobornar, rogar ni amedrentar, y que juzgan imparcialmente los méritos de cada autor para alcanzar la fama. Sólo logran pasar aquellos libros que verdaderamente merecen perdurar."
Y, en efecto, uno tiende a pensar que así es. Pero, ¿cuánto tiempo hace falta que transcurra para que llegue ese inapelable y justo "veredicto final"? ¿Y cuántos recursos y apelaciones y tribunales no habrá que recorrer hasta llegar al fallo del Supremo?
Me temo que en esto también habrá que exclamar como el Don Juan de Tirso: ¡Cuán largo me lo fiáis!
Y puede que también haya aquí algo, o mucho, de justicia natural: nadie debe escribir para triunfar en el mundo, sino para triunfar sobre sí mismo. Y para dar, no para recibir.
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