Dice Savater (jamás un ingenio más brillante circuló más a oscuras por las carreteras de nuestro país) que la idea de España "se la sopla", como antes dijo que "se la suda", lo cual no deja de ser, aparte de metáforas más o menos húmedas o aéreas, un hito recordable en el lenguaje filosófico perfectamente entendible, y no como Kant o como Sanz del Río, que no se les entendía casi nada.
Por cierto, que añade nuestro filósofo de prisa (y de PRI.SA), y por ello quizás, por lo de la prisa digo, algo atolondrado, que "España es una cosa que no me produce ni frío ni calor, es una entidad metafísica que no me interesa en absoluto": y la verdad, extraña un tantico que precisamente un filósofo rechace o minusvalore algo por ser precisamente una entidad metafísica. Es como si un médico despreciase la Anatomía o un carpintero calumniase el martillo o la garlopa.
Metafísica o no, la idea de España podrá ser efectivamente una idea, pero es también una realidad: la realidad histórica de España, cosa que no sabemos si Savater habrá estudiado a fondo. O no. Que ya se sabe que tanta cámara y tanto foco y tanto libro urdido, o zurcido, en poco tiempo y mucho éxito (mediático) no dejan tiempo casi pa na.
Pero si no se respeta la metafísica, al menos sería de agradecer que se respetase la lógica. Dice Savater que "España será lo que los españoles quieran" (¿a qué nos suena esto...? ¡Sí, a Ibarreche retraducido al castellano!) porque "a escala nacional, no hay más autodeterminación que la de los españoles". Y es que a Savater le interesa el Estado, le interesan los ciudadanos, y de la patria dice (o repite la chorrada de) que la única verdadera es la infancia.
Ahora bien: Estado e individuos son cosas contrapuestas, aunque no excluyentes entre sí. O España es meramente un Estado (cosa perfectamente compatible con la doctrina nacionalista, por no decir idéntica) o es un conjunto de individuos en permanente asamblea (¡Ay, Fernando, que ya no estamos en los felices tiempos de los PNN!). En ambos casos sería legítima la opción de una parte o de un subconjunto de dividirse o separarse, abriendo un proceso interminable de mitosis celular. Que no tiene necesariamente que terminar en el cantón de Cartagena, sino incluso más lejos. ¿Por qué Olivenza, que será también un mero conjunto de ciudadanos, no podrá decidir volver a ser portuguesa... o independiente?
Pero España no es meramente un Estado, o una Constitución vigente, o un número igual al de ciudadanos hoy vivos, sino una historia, una aventura, una singladura, y sobre todo, España significa muertos. España son sus muertos. Los de ayer, y los de anteayer y los del siglo XIII. Es verdad que los muertos no votan. Pero no es menos cierto que nosotros votamos por ellos. Porque hemos recibido su herencia. ¿Podemos rechazarla? Claro. Eso hacen algunos. Lo saben los notarios.
Yo -como otros muchos- no quiero rechazarla, ni en lo que tiene de bueno, ni en lo que tenga de malo. En todo caso, intentaremos mejorarla.
Ya sabíamos que Savater no cree en la vida eterna (ver notas de lectura, 1, 2, 3, 4 y 5); ahora sabemos que tampoco cree en la vida meramente histórica. España es una tómbola en que se rifa todo cada cuatro años.
A mí, querido Fernando (porque yo a Fernando lo quiero, que diría el ministro Bermejo), España no me la sopla, sino que me sopla. Y a veces con furia. Sobre todo cuando veo a ciertos filósofos (que no filósofos ciertos) no ya despreciar la metafísica o suprimir la historia, sino atentar contra las reglas del juego de la lógica. Y eso sí que no, la lógica no me la toquen.
Porque si España es una idea, es una idea... lógica. Y donde mejor se ve es al contraluz o por contraste: después de todo, gracias, Fernando.
21 comentarios:
Si yo dirigiese un periódico, te fichaba inmediatamente, sin duda. Gran artículo.
Amigo Baltanás, una buena medida de cómo anda el país, es que Savater sea al parecer el intelectual de referencia.
Savater tiene un libro un poco infantil intitulado "Invitación a la ética" (Premio Anagrama de Ensayo, ¡ja,ja,ja,ja!), donde dice memeces como "El paro es, por supuesto, la miseria y la desesperación violenta o la entrega degradante a los negreros del mercado libre" (¡y qué supuesto!).
Una cosa es que una moral tenga que pasar la crítica de Nietzsche y otra es que uno se crea que Nietzsche inventó algo. Y Savater se cree el más nietzscheano de los nietscheano, más volteriano que Voltaire.
Quizás por eso se licuó frente a ZP. El de la monja de las llagas. El cobrador del frac. ¿Hablaba de sí mismo?.
No cree en la vida eterna pero sí en la eternidad de la izquierda. ¿Y en la eternidad de PRISA?.
No me parece así, Enrique. Me refiero a la frase "España será lo que los españoles quieran". Hay un límite en la frase claramente identificado desde los Pirineos hasta Cádiz, el límite es España.
País Vasco o Cataluña serán lo que los españoles quieran, no lo que se les ocurra a cuatro iluminados o una banda de asesinos. Yo no tendría más remedio que aceptar la independencia de cualquiera de ellos si el conjunto de los españoles así lo decide, de hecho, no habría otra manera de que consintiera. Otra cosa bien diferente es que enmudezca ante los intentos de los nacionalistas de ir formando las conciencias desde niños para conseguir ese propósito o que no intente defender en el hipotético caso de una consulta nacional la idea de España con toda su historia.
Cierto que las salidas de Sabater confunden. La guasa es que actitudes decididas y valientes como la suya frente a los violentos serán recordadas, quizá pasen a formar parte de la historia que se la suda de España. Espero que no le moleste.
Quizá no sea más que una muestra de su tipo de coherencia, una iluminación sobrevenida en la cola de la ventanilla de apuestas de algún hipódromo, pura sangre inglesa, ¿o hanoveriana?
Ahí va esto, aún a riesgo de que me consideren un troglodita (pero como visigotista que es uno he de proclamarlo a los cuatro vientos): ¿por qué se ha extendido la idea, entre muchos de quienes creen en España, de que ésta sólo apareció en escena con los Reyes Católicos? ¿Por qué nadie recuerda, como han hecho algunos historiadores fuera de nuestro país (cf. Suzanne Teillet, “Des goths à la nation gothique: les origines de l’idée de nation en Occident du Ve au VIIe siècle”, París, 1984), que ya las elites de la Hispania visigoda (¡sí, los visigodos tan vilipendiados!) tuvieron una clara idea de la Península Ibérica como país-reino-nación claramente diferenciado de otras monarquías germánicas, y que fue Isidoro de Sevilla uno de sus primeros teóricos (véase su “Laus Spaniae”)? ¿Pero es que no hay en el PP algún “experto” ideólogo que le haga ver a Mariano Rajoy --quien no hace más que repetir últimamente que España es una nación con 500 años de historia-- que se ha quedado corto y que más de mil trescientos cincuenta años de pasado común nos contemplan?
En cuanto a lo de Savater…, su afirmación es producto de una enfermedad típica de nuestra progresía --el rechazo a la idea de patria--, como también lo es, por ejemplo, el anticlericalismo por principio. Se trata de un sarampión sesentayochista (sobre todo lo primero) que rebrota cada cierto tiempo, y cuya manifestación más amorfa y exacerbada ha encontrado pintiparada representación en un individuo que, paradójicamente, no vivió en sus carnes el 68: nuestro eximio presidente Rodríguez “el Progre” (claro que tampoco conoció la guerra civil ni a su famoso abuelo y, sin embargo…). La expresión más conocida de dicho sarampión se materializa en frases o clichés como “mi patria es el mundo”, “yo no conozco fronteras ni banderas”, y chorradas de éstas por el estilo. Que haga uso de ellas un indigente intelectual como Rodríguez puede comprenderse; pero en el caso de un “intelectual” como Savater… ¡Ah, por cierto! Llevo un tiempo (en concreto desde que se anunció el proyecto) observando con gran atención los movimientos dados por el nuevo partido constituido en torno a Rosa Díez (o, mejor dicho, los pasos de sus fundadores, entre ellos el propio Savater), pues me parece que resulta una alternativa muy interesante para quienes nos hemos quedado huérfanos electoralmente después de los desmanes de Rodríguez. Pero como las cosas sigan por estos derroteros savaterianos…
Saludos desde el Nibelheim.
Me gustaría entrar con más detalle en la cuestión pero ahora no tengo tiempo. Diré antes que nada que iba a plantear exactamente la misma objeción al texto que canalsu, así que me ahorro exponerla: el ámbito de decisión es lo importante, claro que sí, y el nuestro es España.
Y diré que a mí España me la suda también. Y que no me parece de recibo calificar de chorradas las frases que así lo declaren: los cryentes en banderas y místicas nacionales deberían, como los creyentes en inmaculadas concepciones o pecados originales, aceptar que algunos no lo somos.
Seguiremos, si encuentro hueco.
Savater es un filósofo de rebajas,pret-a- porter,de andar por casa en pantuflas,acogedor.
Y además de esto es "pendular",no en la acepción de Foucault,si no en la de Chamberí;o sea,chuflón.
Lo mismo sale en trance de aquella reunión con Zapatero,levitando y encantado con el Proceso de Paz,que descarrila más tarde y se alinea junto a Díez y demás proscritos.
Lo mismo ataca sin piedad a la AVT y a sus representantes,que posa como dama sonriente y comprometida con la gente del Foro de Ermua.
Lo dicho;chuflón.
Coda:
Por cierto,Baltanás.Un magnífico post.
Muy bien, Ignacio, te estaremos esperando para cuando puedas reaparecer por esta rebotica. Mientras tanto, te mando tarea: ¿quién decide cuál es el "ámbito"? ¿Savater (o Fulano o Mengano...?)? ¿No estaríamos entonces ante el viejo argumento de autoridad?).
Espero que encuentres pronto hueco.
Guti: buena descripción de la psicología savateriana, coincido. Suele ser así en los llamados, o soi disant, "intelectuales": lois principios o no existen o son de goma.
Y, digo yo, ¿no se tratará, más bien, de una pose para parecer más independiente y más intelectual? Como si de una especie de clon de Unamuno se tratase... "Contra esto y aquello". ¿Me siguen? Claro, que don Miguel nunca habría dicho que España se la soplaba. ¡Menuda ordinariez!
Saludos desde el Nibelheim.
Querido Ignacio, vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador:
1º) Lo de Savater es lo que se llama una “boutade”; pero, claro, muy desafortunada, pues no es insignificante que lo haya dicho un personaje como él, al que se le reconoce cierta talla intelectual.
2º) ¿No te parece de recibo que se use el término “chorrada” para referirse a opiniones tan maleducadas y peregrinas como la de Savater y sin embargo te reafirmas en una expresión tan soez como la de que “España te la suda”? ¿Y también los españoles? Bien, bien. Vaya con el relativismo. Esto es como aquello que decía mi “agüela”: “pa ti lo estrecho y pa mí lo ancho”. Verás, Ignacio; si he utilizado el término neutro de “chorrada” ha sido para no emplear otro más subido de tono (principalmente porque, al parecer, estoy mejor educado que Savater, y porque me dijeron siempre que no hay que meterle puyas a la gente para no cabrearla pinchando allí donde duele). Pero es que resulta que algunos “progres” tienen la fea costumbre de hacer uso de su libertad de expresión insultando a los demás o injuriando aquellas cosas que a otros les importan (por supuesto, nunca son las que a ellos les interesan). En este sentido, los temas preferidos de la progresía suelen ser, indefectiblemente: España, el concepto de patria, las banderas, la religión (preferiblemente si es la católica), etc. Mira, un par de ejemplos recientes (muy tristes y graves) los tenemos en Cataluña (sí, sí, donde manda un “govern de progres”, paradigma del progresismo de izquierdas): me refiero al energúmeno ése que ha quemado el retrato de los reyes y al de aquel otro que parece va a salir de rositas tras amenazar de muerte a representantes políticos democráticamente elegidos. Ambos están localizados y posiblemente no les ocurrirá nada. De manera que ¿para quá hablar de aquellos otros que acaban de enviar anónimamente una carta amenazadora (en el más puro estilo ETA-mafia) al diputado de “Ciudadanos” Albert Rivera? Joder (perdón), y luego decían del viejo generalito.
3º) Creer en España como realidad histórica innegable (por mucho que otros insistan en lo contrario) no significa, en absoluto, ser creyente “en banderas y místicas nacionales”. Es, simplemente, creer en España como nación y ver en su bandera el medio más lógico y natural de que esto quede representado ante los demás (lo que, por otra parte, resulta absolutamente normal en la mayoría de los países y viene siendo exigido con furor cancerbérico por los nacionalistas desde el año 1975). De manera que tus calificaciones irónicas están de más. Y también sobra, por desacertada, la estrecha vinculación que estableces entre el patriotismo y la religiosidad, porque no siempre van unidos. Por eso, si te parece bien, lo de las “inmaculadas concepciones”, los “pecados originales” e incluso los “veniales” lo dejamos para otro momento. ¿Ves como se os ve el plumero, pues todo lo tenéis que llevar a los extremos con el ánimo de ridiculizar?
4º) Por supuesto que acepto que haya otras personas que no creen en España (como ocurre, de hecho, con los que ahora la des-gobiernan). ¿Pero por qué a éstas generalmente siempre se les tiene que ocurrir manifestar sus ideas con insultos o gracietas escatológicas como la de Savater? ¿Es progre eso? I don’t know. Claro, que la cosa llega a ser mucho peor en otros casos: ahí está, por ejemplo, el inefable ministro de justicia Bermejo, incitando a que no se cumpla la ley (la de banderas en este caso) para que algunos no se molesten. Y tiempo atrás ya se manifestó el Fiscal General del Estado (nada de cándido este Conde-Pumpido), aconsejando que la ley se amoldara a las circunstancias políticas. ¡Toma ya Estado de derecho!
5º) En cuanto a lo de los visigodos… Imagino que tampoco estarás de acuerdo conmigo, ¿verdad?
Saludos desde el Nibelheim.
Cuántas suposiciones gratuitas, cuántos prejuicios, qué pereza. Una sola pregunta, alberich: ¿quiénes somos esos nosotros a quienes se dirige, esos a los que se nos ve el plumero? A ver si es que pertenezco a un club y no lo sé...
Y unas cuantas aclaraciones:
Una: me oponía a que llamase chorrada no a la frase del sudor (que cualquier bachiller reconoce como lo que es y puede poner en contexto, a poco que se esfuerce, leyendo) sino a las muy respetables proclamas de desapego a las patrias. Porque se puede no sentir nada por la patria, fíjese qué cosa. Es mi caso, y el de Savater por lo que dice.
Dos: no me la sudan los españoles, qué disparate; ¿de dónde saca tal cosa?
Tres: he dicho que ser patriota es análogo a ser religioso, no que se impliquen mutuamente. Hay patriotas creyentes y ateos, y creyentes de todas las patrias o de ninguna. Lo que yo pongo en relación es el mecanismo, que insisto es muy parecido.
Cuatro (o tres bis): una de las cosas en que se nota lo parecidos que son patriotismo y religiosidad está en lo delicaditos que se ponen unos y otros ante lo que consideran insultos. Adelante, diga usted que se la sopla algo, lo que sea, que no me voy a molestar.
Cinco: claro que creer en España como realidad histórica no equivale a ninguna mística, como tampoco creer en Napoleón. Otra cosa es ser bonapartista o patriota. Si no entiende que a Savater y a mí (si se me disculpa el paralelo abusivo) lo que nos la sopla es lo segundo, pues para qué seguir. No será porque no nos hayamos explicado.
Enrique, el mes pasado desarrollé esto en mi casa:
http://nonwriter.blogspot.com/2007/07/identidades-i.html
http://nonwriter.blogspot.com/2007/07/identidades-ii.html
Y por cierto, decir que Savater no tiene principios me parece una injusticia cósmica.
Yo creo que esas declaraciones de Savater son meramente defensivas: como ha logrado distanciarse lo suficiente del berenjenal vasco, no quiere que lo ubiquen en otros berenjenales. Hay en esta postura cierta coquetería de "progre" que no quiere perder del todo su filiación. A la vista de otras veces en las que ha hablado con bastante claridad y contundencia, y con mayor acierto, puede perdonársele esta salida de tono.
Yo también le tengo aprecio a don Fernando, amgo Baltanás, aunque no siempre esté de acuerdo con lo que dice.
Estimado José Manuel Benítez Ariza. Exacto... En buena medida el problema va en esa dirección. Vea, si no, mi intervención de arriba, donde hago referencia a Unamuno.
Saludos desde el Nibelheim.
“Ja sóc aquí”, como dijo el Honorable Tarradellas. Por fin he podido regresar a este interesante post. Veamos qué hay por estos andurriales… ¡Ah, sí, el mensaje de Ignacio!
“Cuántas suposiciones gratuitas, cuántos prejuicios, qué pereza…”
Y qué displicencia la tuya, querido Ignacio; qué magnanimidad al perder tu valioso tiempo con los mortales. Y, por favor, no me “ustedees”.
“¿Quiénes somos esos nosotros a quienes se dirige…?”
Pues, por ejemplo, Fernando Savater y tú, Ignacio. ¿No os habéis definido, con vuestra manifestación como pertenecientes al club de los "apátridas" y de los "ciudadanos del mundo"? ¿Tu patria no es tu infancia (otra feliz expresión de Savater tomada en préstamo de Rilke)? Si no es así, entonces es que no te he comprendido y te pido excusas por esta costumbre mía de someter todo al nominalismo (que, desgraciadamente, es la única forma que tengo de conocer y aprehender el mundo).
“me oponía a que llamase chorrada no a la frase del sudor (que cualquier bachiller reconoce como lo que es…), sino a las muy respetables proclamas de desapego a las patrias…”
Pues mira tú, que aunque he superado incluso el Doctorado, al final resultará que ello me ha servido de bien poco. Tu sutileza me ha sobrepasado. De cualquier forma, me reitero: el meollo de la idea defendida por Savater será respetable (que, de hecho lo es, como cualquier otra), pero el modo de manifestarlo… El modo de manifestarlo ya es otra cosa. ¡Y viniendo de un filósofo! En fin; sigo creyendo que es una desafortunada ocurrencia y no una "respetable proclama de desapego", como tú dices. Y lo mismo pienso de lo que dijo Arcadi Espada en idéntico foro que Savater (en la Fundación por la Libertad, presidida por Nicolás Redondo Terreros), al precisar que a él lo que “se la sudaba era Cataluña”: otra boutade poco feliz y provocadora. ¡Vaya argumentos de peso en señores tan sesudos!
“no me la sudan los españoles, qué disparate; ¿de dónde saca tal cosa?”
Verás: eso también era un juego retórico --como lo de “me la suda (o me la sopla) España”--, con la diferencia de que a mí no se me ocurrió empezar a utilizar en él una expresión tan soez y desafortunada. De todos modos, por lo que he podido comprobar en los enlaces de tu blog Una casa en el aire, cuya lectura has recomendado a Enrique Baltanás (y que yo también he leído con suma atención), veo que estamos mucho más de acuerdo de lo que pudiera parecer en un principio. Sin embargo, he de seguir reprobando el modo que tienes de manifestarlo (luego te diré por qué). Digamos, para empezar, que quienes reivindicamos la realidad de España, recordamos su validez histórica y su andadura secular no siempre lo hacemos necesariamente desde postulados nostálgicos y reaccionarios (que es lo que, al parecer, os da miedo o “repelús” a ti y a Savater).
“he dicho que ser patriota es análogo a ser religioso… Lo que yo pongo en relación es el mecanismo…”
¿Y cuál es ese mecanismo que, según tú, favorece la analogía entre patriotismo y religiosidad? ¿Por qué mecanismos o principios comunes crees que están vinculadas ambas realidades?
“lo delicaditos que se ponen unos y otros [patriotas y personas religiosas] ante lo que consideran insultos…”
Bien, no se trata de delicadezas, ni de manías de los patriotas y creyentes (¡especialitos ellos!), que consideran insultos expresiones como la savateriana o la tuya, sino que estamos hablando de categorías que están contempladas como delito y tipificadas como tal en el Código Penal (art. 543). Y fíjate tú, querido Ignacio, si los patriotas y los religiosos son tolerantes con quienes injurian a la patria o a la religión que suelen ver cómo a éstos, generalmente, no les suele ocurrir nada y se van de rositas. Y mira que, en mi opinión, esto debería empezar a cambiar, pues soy de los que piensa que las leyes están para cumplirlas. Si no nos gustan, las cambiamos y en paz; pero si están vigentes, hay que aplicarlas con todas sus consecuencias y-en-to-dos-los-ca-sos. Claro, que viendo cómo utiliza el gobierno las leyes por las que debe velar… "Allá van leyes do quieren reyes". Además, cuando se emplean expresiones del tipo "savateriano" (como cuando se realizan manifestaciones blasfemas o se ponen demandas contra Dios), quien lo hace sabe de sobra que va a molestar. Pero sigue adelante porque le sale gratis, porque le da publicidad y porque luego lo utiliza como argumento para decir: ¡ya están los carcas de siempre! ¡qué intolerantes! ¡coartan mi libertad de expresión! ¿Y si yo pensara (y dijera públicamente, por supuesto) que está bien pegar a las mujeres, que los negros son inferiores y que el holocausto nazi fue una medida ejemplar e inevitable para atajar en el mundo el avance de un mal tan pernicioso como el bolchevismo sionista? ¿No podría pensar yo, según tu criterio, lo delicaditos que son quienes se molestan por este tipo de manifestaciones (empezando por los afectados)? Al fin y al cabo, sólo son palabras, ¿no? Sin embargo, hacerlo está prohibido y bien prohibido (y estaría bueno que no fuera así). Quizá el paralelismo resulte exagerado, pero tras ambas prohibiciones se halla el mismo principio de respeto hacia los demás y de la no vulneración de las leyes. En último lugar, gracias por tu comprensión displicente; pero no te preocupes, pues no saldrá de mi boca un argumento de tanto peso como ese tan ordinario que habéis espetado Savater y tú. Sí, quizá sea muy delicadito, pero es que no lo puedo evitar… Me educaron así.
“claro que creer en España como realidad histórica… Si no entiende que a Savater y a mí… lo que nos la sopla es lo segundo…”
Mientras escribo me viene a la memoria la entrevista que anoche le realizó a Fernando Savater su homónimo Sánchez Dragó. Al final de la misma, éste le preguntaba al primero si prefería hablar de “Estado” o de “España” (imagino que haciéndose eco de la desafortunada expresión del primero, pero pasando como de puntillas por el problema, que para eso son amigos). El filósofo vino a decir, más o menos (y siento no poder ser más preciso pues no recuerdo literalmente sus palabras), que a veces le gustaba (o le convenía) usar de la primera categoría para expresar la vertiente más institucional del concepto, y que si rechazaba, cuando lo hacía, el empleo de la palabra “España” era por las connotaciones reaccionarias que ésta podía encerrar. Totalmente de acuerdo (aunque, en mi opinión, sea una verdad de perogrullo). Pero en ningún momento manifestó su desacuerdo hacia la idea de España (al menos allí). A la postre, ¿todo esto no vendría sino a demostrar que Fernando Savater o bien es un "políticamente correcto" (y no quiso darse por aludido) o bien --y me parece lo más probable-- en el fondo cree en nuestra nación, aunque a veces crea que debe soltarle una coz para parecer más progre (de donde se deduce que lo dicho en la conferencia dada en la Fundación por la Libertad fue una boutade; o, mejor aún, un lenguaraz e imprudente calentón)?
Querría señalar, también, que tener cuidado con lo que se dice resulta fundamental en una coyuntura tan dramática como la que vivimos actualmente (a otros les parecerá un caminito de rosas), pues como bien ha recordado el inefable Pío Moa (tan errado en otras muchas cosas): “A Savater le encanta escandalizar un poco al personal, y no debe tomársele demasiado en cuenta, en razón de su excelente comportamiento contra la ETA. Pero lo cierto es que con sus sudadas va en muy distinguida compañía: a Otegui, a De Juana, a Carod, a Ibarreche, a Maragall, a Montilla, a Zapo el Rojo, a Chaves, a las tiorras y tiorros del gobierno…, les ocurre el mismo llamativo fenómeno. España se la suda”. Por supuesto que lo de Moa también es una boutade, pues no creo que se pueda comparar a Savater con estos energúmenos y tipillos, pero tiene más enjundia de lo que parece, pues apunta hacia uno de las principales razones por las que hoy en día España se halla postrada: alinearnos, siquiera a nivel de lenguaje, con quienes pretenden destruir nuestra convivencia (se crea o no se crea en España como nación). Y téngase presente, como muy acertadamente se ha señalado ya hace algún tiempo (vid. Santiago Abascal en El Semanal Digital del 17 de noviembre de 2005), que cuando los separatistas catalanes, vascos y ahora también gallegos atacan a quienes creen en España, no lo hacen llamándoles (llamándonos) sólo liberales, derechones, fascistas o cosas por el estilo (que también), sino refiriéndose sobre todo a nosotros como “españoles” o “españolazos”. Es decir, que la batalla que aquí se juega y la dialéctica (intelectual y política) en la que nos estamos moviendo gira en torno al problema de la “nación”, de España, y no de principios inmarcesibles o evanescentes, según se vean, como la Democracia, la Libertad, el Estado de derecho y otros, que son con los que Savater dice identificarse exclusivamente, pero que nada valen por sí solos ni en sí mismos, a no ser que se apliquen sobre un país concreto. De ahí la importancia del concepto “España”; y de ahí también la de que quienes de verdad quieren combatir al nacionalismo disgregador que envenena nuestra convivencia y nos asfixia como una hidra cuiden al máximo lo que dicen.
Más preocupante que esto, quizá, sea el hecho de que la izquierda española, navegando en la vorágine de la crisis ideológica en que está sumida, se haya convertido en una informe mezcolanza de creencias relativistas y en el más firme sostén (e incluso aliado) de los movimientos separatistas españoles (o de caciquismos extranjeros y populistas del tipo Chaves, Morales, Castro, etc.). La reforma que Rodríguez y sus mediocres adláteres han perpetrado en el PSOE, ayudados por el silencio cobarde y colaboracionista (cuando no con la anuencia) de otros socialistas de la vieja guardia, resulta paradigmática a este respecto. En cuanto a IU, ¿para qué hablar? ¿Cómo explicar este esperpéntico desmadre ideológico de la izquierda, sino pensando que hunde sus raíces en aquel equivocado principio progreta, según el cual todas las minorías, por el hecho de serlo, siempre llevan la razón (o parte de ella) y son entidades susceptibles de estar siendo explotadas? Principio al que, en España, se ha sumado otro bien dañino: el perenne prejuicio hacia las posturas liberales o conservadores, que todavía siguen siendo señaladas con un dedo acusador que las tiñe con la pátina de “franquismo” o “fascismo”. Y lo peor de todo es el complejo de la propia derecha, que no termina de saber con seguridad si esa patochada de que la acusan es todavía cierta a estas alturas (¡qué larga es la mano del Caudillo!). De otra forma, si no es por estas razones apuntadas, no se entiende cómo la izquierda española (al menos la más visible y oficialista) ha podido llegar a realizar una metamorfosis nacionalista semejante. En definitiva: por un inexplicable proceso de alienación que arranca de la Transición española (si no de antes, me temo) los izquierdosos españoles (no todos, afortundamente) no sólo han renunciado al tradicional internacionalismo del que siempre ha hecho gala la izquierda, sino que, dando un paso más hacia el abismo, incluso han renunciado al sano patriotismo español de sus antepasados ideológicos, y se han convertido en auténticos nacionalistas separatistas avant la lettre, olvidándose así de que en otros tiempos nuestra izquierda también fue patriótica. A este respecto, y para concluir, reproduzco las significativas y muy emocionantes palabras de un intelectual (mejor que político) muy admirado (casi mitificado) por las izquierdas y también las derechas: “Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito” (Manuel Azaña, discurso pronunciado el 18 de julio de 1936, tras conocer la sublevación militar que llevó a la guerra civil).
Postdata: he buscado el texto completo del discurso, pero lamento no haberlo encontrado. En cualquier caso, remito al siguiente post: http://www.nodulo.org/ec/2005/n045p11.htm#kn02 de la revista El Catoblepas, del que he extraído mis ideas finales y la cita de Azaña.
Perdón, Baltanás, por lo extenso del mensaje (casi un discurso)… Pero es que el tema merecía la pena (y las aclaraciones también).
Saludos desde el Nibelheim.
Sólo una escueta precisión. Después de enviar mi comentario me he percatado de que, por su redacción, quizá no ha quedado todo lo claro que debiera que allí hablo tanto de las recientes manifestaciones de Savater en el acto de presentación del último libro que ha publicado, como de aquellas otras que hizo públicas en la conferencia de la Fundación por la Libertad, que tuvo lugar en el año 2005 (donde también habló el mencionado Arcadi Espada). Es decir, que la cosa viene de lejos, quiero decir.
Pues verá, alberich (me siento más cómodo con el usted, me educaron así), ocurre que encuentro desalentadora una respuesta tan verborrágica, de la que el ochenta por ciento (así, a ojo) me parece que no tiene nada que ver con el tema.
Sinceramente, no sé por dónde meter mano a una requisitoria tan dispersa, así que en vez de responder a sus palabras trataré de explicarle por qué estoy en contra del patriotismo.
Dice Baltanás, con admirable precisión y opinión errada, que nos debemos a los muertos. Ahí está el meollo. Resulta que yo no me debo a los muertos ni pienso deberme. No estoy obligado a defender la patria porque esta sea una esencia inmutable y preexistente, no me parece que sea dulce ni honroso morir por la patria, de hecho me parece una monstruosidad morir por la patria, (no digamos ya matar por ella).
Sí es honroso en cambio (aunque nunca dulce) morir por los derechos propios y de nuestros conciudadanos. No me la sudan mis derechos ni los de mis conciudadanos, por eso me sorprendió su pregunta.
Si mañana España desaparece en un contexto de gobierno continental más favorable y digno (o igual de) a mí no me importará. A los patriotas en cambio les producirá, imagino, un dolor metafísico, indefinible. Allá ellos.
Me importa poco (me la suda, vaya) si el patriotismo es reaccionario o progresista, si es moderno o antiguo, rancio o fresco del día, de derechas o de izquierdas. Son etiquetas poco relevantes en este caso. Lo rechazo porque es irracional y antihumano, porque pone (como la religión o el comunismo) a una supuesta esencia por delante de los individuos, porque inventa unos supuestos derechos del territorio o de algo llamado pueblo que siempre (siempre) van a servir para laminar a los individuos de una manera u otra.
Si al patriotismo vasco o catalán se opone el patriotismo español estamos ante una guerra de egos, a ver quién mea más lejos. Eso no me interesa, esas peleas me importan poco (me la sudan, vaya). Mi identidad es complicada, irreductible a una adscripción territorial y sobre todo (sobre todo) privada. No me gusta que el gobierno se inmiscuya en cuestiones privadas, no concibo que el estado se organice en función de adscripciones sentimentales, como no toleraría que lo hiciera según creencias en el más allá.
Creo que la única oposición intelectual plausible al nacionalismo es la que parte de estos conceptos. Defender a España no es nada, es una expresión tan retórica como defender a Cataluña. Yo no estoy por defender a España de los que la persiguen (no sé ni siquiera cómo se hace eso de perseguir a un ente mítico), estoy por defender a los españoles de los que quieren abusar de ellos en nombre de otros entes igualmente míticos.
(No entiendo, de paso, que no vea la equivalencia entre patriotismo y religiosidad: si funcionan igual, por dios, no hay más que fijarse un poco; hasta usan el mismo vocabulario).
Y finalmente, por más que se empeñe, decir que algo te la pela o te la suda no es insultar (a no ser que se considere la indiferencia como un insulto, a no ser que resulte obligatoria la devoción). Es una manera vulgar de decir que no te importa. Llamar a eso una injuria no es de delicadito, es de hipersensible. Pero es que además no se puede injuriar a un ente; España no es sujeto de derechos, no puede sufrir una ofensa.
Piense en esto: sin salir de este post se han vertido insultos bastante más gruesos a Savater (que por cierto es una persona, no un ente mítico, y como tal sí puede ser injuriado) y nadie se ha llamado a escándalo.
bueno, yo tengo una idea de España que arranca de otra anunciada por el profesor Baltanás si no recuerdo mal, y esta es la de que España es su singladura, su historia, etc., y sí, además España como también se ha dicho que no tiene 500 años (creo que en el pp no hay ideólogos) como dice Rajoy, sino que ya lo Visigodos puesieron la primera piedra para sobre unos pilares que fueron la cultura y derecho romano y la religión cristiana, primero con el arrianismo y posteriormente y de forma muy importante y fundamental el catolicismo (III Concilio de Toledo).
Ante esto se fue conformando una España "interiorista" la cual, tras la invasión del territorio patrio por parte de beréberes y árabes fundamentalmente se transformó en esencia pasando a ser exteriorista, cambiando su idiosincracia, seguía siendo España pero era una nueva España, y tenía el espíritu puesto fuera de sus fronteras, con una sóla intención en los ocho siglos de Reconquista, la de reestablecer el antiguo Reino de Toledo. Y con la coinciencia de la llegada de Colón a América siguió ese cometido, ahora con una nueva misión, llevar la Verdad (el Evangelio) a otros pueblos, y a diferencia de otras naciones como la anglosajona que conquistaban tierras, nosotros conquistábamos tierras y pueblos, llevándoles una cultura nueva, y lo más importante, la Verdad.
El que la influencia gabacha en nuestro espíritu ha hecho que cambiara España y se postrara ante otros intereses que no eran los suyos propios, sino los de otras naciones, u ideologías externas, España sigue exisitiendo, aunque sin rumbo. Y nuestra función, la de los españoles, ya se sea de Gibraltar, de Irún, de el Ferrol o de Rosas, es la de reconducir a España a y por la ruta que no debímos dejar, que fue la que hizo que fuésemos grandes.
Por otro lado, no estoy de acuerda con que exista un patriotismo vasco o gallego ni nada así, pues lo que hay es un nacionalismo vasco, gallego,catalán y de cualquier entidad geográfica que se quiera, ya que no es lo mismo patriotismo que nacionalismo. El nacionalismo se basa más en características genéticas, de lengua, geográficas, religiosas... así vemos y comprobamos el racismo genético del nazi-onalismo vasco, o gallego, o algo my similar que pasa en cataluña, sólo hay que ver la mitología de la "creación" de las provincias Vascongadas que nos cuenta Sabino Arana.
Sin embargo para ser patriota hay que creer en la Patria, en nuestro caso España, que no es un agregado de hombres y mujeres, que no se caracteriza por una raza, ni por una lengua, no por la geografía, sino por su Destino en lo universal, y es que España a lo largo de su historia nos ha ido mostrando un "paseo" en el que no vemos cual es su fín, pero podemos nosotros que nos toca conducirla llevarla por el camino que tenga un mejor fin. Y ese camino es el que dejamos hace tiempo.
Creo que me dejo algún comentario al que quería responder pero ahora no recuerdo. Sin más molestia os dejo.
Un saludo profesor, nos vemos en clase.
Ya recuerdo lo que me dejaba, he leido en algún comentario o en el mismo artículo que los españoles decidan lo que es España. Ahí entramos en un tema espinoso, que es el relativismo total de que nada es verdad, o todo es cambiable, porque si nos ponemos así, si nada es verdad, la razón es mentira...
El que todo se pueda decidir mediante la parlamentación, el que todo se pueda cambiar mediante la parlamentación, y todo exista o deje de exisitir mediante la parlamentación me parece una soberana tonteria, qué es el Ser Humano para decidir si España existe o deja de existir, cuando España nos ha hecho a nosotros, proporcionándonos una sociedad en la que nos hemos hecho. ¿Os imagináis ustedes que de pronto se decida en el Parlamento si Dios exisiste? ¿y si el resultado es que no existe? me imagino que los creyentes en esto aceptarán el resultado porque la mayoría ha elegido; sin embargo yo no la acepto, porque hay cosas distintas a mí y superiores a mí, entre ellas Dios, y como no España.
Creo que no somos sino unos que hemos recibido algo (España) y no tenemos el derecho de perderla, pues no hemos creado nosotros a la misma, debemos dejarla a nuestros hijos así como desde el siglo VIII nos la han ido dando. Y siguiendo el Orden de la Historia el cambio de algo trascendente como puede ser una Patria debe venir por cambios radicales producidos por agentes externos, no por sus hijos, pues estariamos alterando el orden del Universo de forma brusca, algo así como el padre que entierra a su hijo, en vez del revés.
Estas últimas (la del orden y la de la mayoría) razones expuestas son otras secundarías pero entrelazadas con las anterior (la de Unidad de Destino) para rechazar que se pueda hacer lo que cada uno quiera, pues la libertad de pensamiento lleva a la libertad de acción, y ahí tenemos a Hitler o Stalin o Pol Pot, llevados por la idea de que están por encima del Orden del Cosmos.
Intento de nuevo (por tercera vez) colgar este extenso post que redacté el 27 de septiembre para contestar al último mensaje de Ignacio y que, por motivos que desconozco (¡misterios de la técnica!) no llegó a aparecer publicado en esta página de nuestro amable anfitrión, Enrique Baltanás:
Estimado Ignacio: muy exigente ha resultado ser usted para lo escatológico que se muestra en sus argumentaciones: que si esto se la suda, que si aquello también, que si a ver quién mea más lejos, que si mi respuesta es verborrágica (cuando habría quedado menos sucio decir que era verborreica…).
Aunque pase por alto la impertinencia de que hace gala al comienzo de su último mensaje —publicado más arriba en este mismo post— y aunque no llegue a comprender con qué criterio ha podido leer el mío —si es que lo ha hecho por completo— para afirmar (“a ojo”) que, como mínimo, el 80% de su contenido nada tiene que ver con el problema de España y del patriotismo; a pesar de eso, digo, no quiero dejar de manifestarle que yo, por mi parte, no voy a mostrarme tan displicente como usted. Por eso, dejando de lado su política del “tú háblame de lo que quieras, que yo te contestaré lo que me dé la gana”, intentaré responder a cada una de sus ideas con la atención que se merecen (debe ser que como no tengo blog desde el que pontificar…). De todas formas, le pido disculpas anticipadas por mi amplia respuesta (hay cosas que no pueden aclararse con un par de frases) y le ruego que, si le aburro, deje inmediatamente de leerme.
«Dice Baltanás, con admirable precisión y opinión errada, que nos debemos a los muertos... No estoy obligado a defender la patria porque esta sea una esencia inmutable y preexistente…»
En primer lugar, paso como de puntillas por lo de los muertos (y dejo a Enrique Baltanás que conteste si lo cree oportuno), para decirle que en este mundo nada es inmutable y preexistente; ni la democracia, ni sus derechos civiles o los míos ni, por supuesto, nuestra patria, España: ésta ha ido cambiando a lo largo del tiempo (de hecho no ha dejado de transformarse, incluso desde el punto de vista orográfico-geológico) y no ha existido siempre (pero sí desde antes de lo que algunos dicen o creen). En un punto concreto de su ya largo recorrido histórico la he conocido yo (en el mejor de todos: cuando de más libertades y derechos y bienestar se ha disfrutado en ella); y aunque no haya podido elegir mi lugar de nacimiento, al conocer la trayectoria histórica de España me he sentido identificado con ella, porque en general me ha gustado lo que es y lo que representa. Por tanto, me interesa su pervivencia, tanto a nivel político como sentimental. A usted, sin embargo, “se la suda”. Bien está. Con argumentos tan poderosos nada más que hablar.
«…no me parece que sea dulce ni honroso morir por la patria, de hecho me parece una monstruosidad morir por la patria, (no digamos ya matar por ella)»
«Sí es honroso en cambio (aunque nunca dulce) morir por los derechos propios y de nuestros conciudadanos...»
¿Pero quién le ha dicho que sea dulce morir por la patria o por cualquier otra cosa? ¿Cree usted que quienes han perdido la vida por España a lo largo de nuestra historia, por defenderla o por representarla (me acuerdo sólo de los dos últimos soldados muertos en Afganistán en nuestra “misión de paz”, o de todos los asesinados por E. T. A) lo hicieron gustosos? ¿Morir por la patria…? A mí también me parece terrible; pero igual de espeluznante me lo parecería tener que hacerlo por esos “derechos” a los que usted se refiere. En definitiva: morir es horrible siempre. Ahora bien, la esencia de los hechos, me parece a mí, está en otra parte, porque sí hay cosas por las que merece la pena morir (aunque nos horripile). Y me explico. Dulce et decorum est pro patria mori, sentenció el romano Horacio. Dicho así, la cosa puede parecer muy rancia. Pero si matizamos el problema (y para ello no queda otro remedio que desplegar nuestra capacidad “verborrágica”) enseguida se comprobará que con esa expresión el poeta no pretendía decir que se debía morir por la Ciudad Eterna stricto sensu y, ni siquiera, por el Imperio conquistador (y conquistado), sino por todos aquellos valores que ambos representaban para él: civilización derechos, riqueza, bienestar, cultura, comodidades, etc. Esto es, por la patria (y no entro ahora a valorar lo que de represor tuvo el Imperio Romano). Pues bien, desde este punto de vista, ¿por qué va a ser honroso morir sólo «por los derechos propios y de nuestros ciudadanos», como afirma usted, y, sin embargo, es una “monstruosidad” hacerlo por la patria que, en una democracia como la nuestra, no es sino la manifestación simbólica (y, a veces, la única garante) de esos mismos derechos? Precisamente un español como usted debería entender y apreciar la gran importancia y vigencia que esta idea tiene en el caso de nuestra historia actual, a la vista de lo que está ocurriendo recientemente en Cataluña y Vasconia. No deseo extenderme demasiado en el problema (para que no me acuse de desperdigarme), pero baste decir que cuando en esta última comunidad autónoma la alcaldesa de Lizarza (la valentísima Regina Otaola) se juega la vida por izar la bandera española, no lo hace porque sea una patriotera fanática y rancia, o porque sea una maniática del cumplimiento de las leyes, sino porque con su gesto sabe que está diciendole a quienes la increpan que allí siguen vigentes la libertad y la democracia, representadas en el concepto de España y de su bandera. Y hacer eso, no me lo negará usted, en el fondo es defender los derechos de todos nosotros, incluso aunque no vivamos en Vasconia.
«Si mañana España desaparece… a los patriotas les producirá, imagino, un dolor metafísico, indefinible»
Hombre, no sé si llegaría a ser metafísico, pero sí más o menos profundo. O, mejor dicho, más que dolor sería tristeza, pues significaría perder algo que se estima y que se considera valioso (muy, muy valioso). Algo que, por caprichos del destino, por una desdichada evolución histórica y, sobre todo, por una pésima e incompetente gestión política se tira por la borda. A usted, sin embargo, se la sudaría, ¿no? Bueno, pues precisamente por eso nos va como nos va. De todos modos, le recomiendo, por si no lo conoce, la lectura de un artículo de Iñaki Ezkerra: «Del sentido y del sentimiento de España«, en Fernando García de Cortázar (coord.), La nación española: historia y presente, Madrid, 2001, pp. 19-39, donde se apela a esos sentimientos que a usted le parecen reprobables.
«Me importa poco si el patriotismo es reaccionario o progresista, si es moderno o antiguo, rancio o fresco del día, de derechas o de izquierdas. Son etiquetas poco relevantes…»
Se equivoca. Es posible que sean etiquetas; pero desde luego no son irrelevantes, ni mucho menos, pues enuncian categorías, cualidades, contenidos que nos describen frente a qué nos encontramos. En este sentido, ¿cómo puede afirmar que es lo mismo un patriotismo en libertad, igualdad y tolerancia (como el español) que el patriotismo nacionalsocialista de HB y ERC, por ejemplo? ¿Es que no ve la diferencia?
Imagino que aquí hace referencia, como a vuelapluma, a todo lo que yo he escrito en mi anterior mensaje sobre la enorme responsabilidad que le cabe a la izquierda española en este proceso de “desnacionalización” en el que nos hallamos inmersos y que viene de lejos. ¿Es eso, quizá, lo que usted cree que no tiene nada que ver con el problema que estamos tratando? Pues lo siento, pero no puedo compartir su opinión, pues precisamente es ahí donde, según me parece a mí, radica gran parte del actual problema español: en el complejo de la izquierda a la hora de hacer una profesión de fe nacional que habría contribuido a limar asperezas, reforzar posturas aglutinadoras y, sobre todo, a no dar más argumentos a los separatistas periféricos (que, curiosamente, son mayoritariamente de izquierdas) dándoles alas y apoyo político. En su lugar qué ha ocurrido: pues que en un inexplicable proceso del que ya hablé en el mensaje anterior, la izquierda española (la oficialista, al menos) se ha ido alineando progresivamente con los separatismos más disgregadores y radicales, hasta el extremo de que a día de hoy es muy difícil saber en qué se diferencia de ellos. La consecuencia de todo esto es que en lugar de afianzarse el sentimiento patriótico integrador, plural, democrático, conciliador y moderado que se quiso instaurar en España tras la Transición (que podría haber terminado siendo, como ocurre en otros países, un sentimiento de lo más natural y prudente), lo que ha ocurrido es que se ha ido exacerbando el nacionalismo comarcal más rancio, totalitario y radical que imaginarse pueda.
Dice usted también que rechaza el patriotismo «porque es irracional y antihumano». Y yo le pregunto: ¿de dónde ha surgido, entonces, el sentimiento patriótico: ¿de los hipopótamos?
«porque pone (como la religión o el comunismo) a una supuesta esencia por delante de los individuos…»
Pasaré por alto el grave error epistemológico de haber situado en el mismo nivel comparativo el comunismo y la religión (¿no se habrá creído, verdad Ignacio, aquello de ”la religión es el opio del pueblo”?). Digamos, sólo, que mientras el primero ha demostrado ser uno de los movimientos más alienantes y opresores de toda la historia de la Humanidad, la segunda es una realidad tan connatural e individual del ser humano (de hecho no aparece en ningún otro animal) que nos acompaña desde que nos pusimos en pie sobre las dos patas traseras; es decir, casi desde nuestra fase “prelógica”, de modo que difícilmente podríamos ser entendidos sin religión. Otra cosa bien distinta es que, por avatares del destino (o debilidades humanas, más bien), la religión termine relacionándose con el poder. Ahí, amigo mío, las cosas comienzan a complicarse. En cuanto a lo de la “supuesta esencia” que religión y comunismo ponen por delante de los individuos… ¿No sé a lo que se refiere? En el caso de la primera me atrevo a apuntar una posibilidad: ¿acaso habla de Dios?
«…porque inventa unos supuestos derechos del territorio o de algo llamado pueblo…»
¡Que no, hombre, que no! Que una cosa son los derechos de los individuos y otra, bien distinta, que éstos se unan en un proyecto de convivencia común llamado España y formen, por tanto, una nación. He ahí la diferencia entre el “sano” patriotismo español y el nacionalismo de los separatistas periféricos: que ellos confunden territorio con derechos. Mire, si no, cómo han planteando los catalanes su reivindicación económica de financiación: considerando sólo el principio de “territorialidad”. Los nacionalistas dicen: “Cataluña ha contribuido con tanto”. Pero esto no es así, pues quien realmente cotiza es el catalán (hecho contingente) como individuo y como ciudadano español, y no como habitante de un territorio concreto (entendido, aquí sí que sí, como una unidad de destino en lo universal). En definitiva: que se puede ser patriota en libertad (como ocurre en España), sin necesidad de ser nacionalista y pisotear los derechos de nadie (como pasa en Vascongadas o Cataluña y empieza a ocurrir en Galicia, Baleares…).
«…que siempre (siempre) van a servir para laminar a los individuos de una manera u otra»
Volvemos a lo mismo: depende de qué patriotismos. Lo de “siempre (siempre)” me parece una afirmación demasiada gratuita. Pero en fin…
«No me gusta que el gobierno se inmiscuya en cuestiones privadas…»
¿Pero qué tiene que ver que un gobierno sea un entrometido (como están resultando serlo el del presidente Rodríguez y el de la Generalidad catalana) con la bondad o maldad del concepto de España y de patria?
«…no concibo que el estado se organice en función de adscripciones sentimentales…»
¿De verdad cree usted que la España de hoy día, como patria de todos los españoles, está organizada así? Yo creo, más bien, que el concepto de España surgido de la Transición se muestra en todo momento con un espíritu conciliador y aglutinante, como nunca había ocurrido hasta entonces en nuestra historia. Todo lo contrario de lo que ocurre con los separatismos periféricos, que son excluyentes, disgregadores, belicosos e intransigentes. Por otro lado, me parece a mí que nuestra Constitución no hace uso de esas “adscripciones sentimentales” a las que usted se refiere para enunciar el modo en que se organiza el Estado español. Hombre, desde luego no renuncia a la idea de “patria”, se habla de la “Nación española”, del “territorio nacional”, etc. Pero al hablar de España deja bien claro que ésta «se constituye en un Estado social y democrático de Derecho» (tít. preliminar, art. 1), y que la «soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado» (tít. preliminar, art. 2). Según esto, a mi entender, la patria no aparece aquí definida como un “ente metafísico e inmutable” —como sí ocurre, por ejemplo, en el nacionalismo vasco (que presenta el problema de la identidad como un hecho organicista y de “naturaleza”)—, sino como una realidad política (y sentimental) concreta que el pueblo puede cambiar si así lo decide y que surge de los individuos que la conforman (pues son los que le dan sentido, y no al revés). Así pues, ¿cuáles son, aquí, las categorías que a usted le parecen reprobables?
«Defender a España no es nada, es una expresión tan retórica como defender a Cataluña»
Supongo que quiere usted decir defender a España “como nación”. Si es así, su argumento resulta inaceptable por viciado en forma y fondo, pues parte del mismo error metodológico de principio que enarbolan los separatistas (con todo conocimiento de causa, me parece a mí): considerar como iguales dos realidades históricas que son completamente distintas por génesis, desarrollo y evolución.
«Yo no estoy por defender a España de los que la persiguen (no sé ni siquiera cómo se hace eso de perseguir a un ente mítico), estoy por defender a los españoles de los que quieren abusar de ellos en nombre de otros entes igualmente míticos».
Me reitero en lo ya dicho y le niego la mayor: su problema quizá radica en el hecho de que pone dentro del mismo saco categorías que son completamente distintas (al menos desde el punto de vista histórico). Una pregunta previa antes de continuar: ¿cree usted en la Historia como ciencia capaz de permitirnos conocer el pasado, o considera que se trata de un camelo totalmente prescindible y subjetivo? Pienso sinceramente, y sin ánimo de ofender, que sólo desde el cinismo más absoluto o desde la ignorancia más supina de la Historia (o bien a causa de una lectura o valoración errónea o tergiversada de sus testimonios) se puede llegar a la conclusión de que España es un “ente mítico” —esto es, una creación ficticia y maravillosa sin vinculación alguna con el acontecer histórico— y equiparable (históricamente repito, porque otra cosa sería lo sentimental) a realidades regionales como Cataluña o el País Vasco. Nos podrá gustar o no la trayectoria histórica de España; pero aceptar esa falacia —que los separatistas han conseguido ir imponiendo con su labor de zapa continua contra la idea de España— supone ignorar la innumerable masa de pruebas y testimonios que demuestran lo contrario. Y quiero recordar aquí que mi primera intervención sobre este tema tenía una finalidad esencialmente histórica, aunque luego las cosas fueran derivando hacia otros terrenos.
Ahora bien, aceptemos que las coyunturas históricas van cambiando (como de hecho ocurre) y que también los hombres lo hacen con ellas. Coloquemos luego en ese contexto las reclamaciones de los separatistas españoles periféricos. Nos gustarán o no, pero ahí están. Sin embargo, que a la hora de defenderlas hablen claramente; que no recurran al argumento histórico legitimista para reivindicar supuestos derechos que no han existido nunca salvo en sus anhelos o en su imaginación delirante; pero, sobre todo, que no retuerzan torticeramente la realidad histórica (y con ella la legalidad) para buscarse asideros argumentales. “La Historia que no me la toquen”, como decía aquél. Que digan de manera clara y franca: “Hasta ahora habíamos sido españoles, pero desde este momento histórico concreto, por ésta y por aquélla razón, hemos empezado a cambiar de opinión y ya no queremos seguir siéndolo”. Correcto. Me parece bien. Pues entonces, inmediatamente después, acudamos a los instrumentos legales que todos nos dimos en 1978 y veámos si su deseo de independencia puede cumplirse. Pero que lo hagan de manera ajustada a Derecho, y no vulnerando continuamente las leyes. Es decir, volvemos a lo que ya decía cuando hablaba de las injurias a España en mi anterior mensaje: en todo este proceso, el escrupuloso cumplimiento de la ley ha de ser una condición fundamental e inexcusable y no, como viene ocuriendo desde el principio de la Transición, una situación de excepcionalidad.
«(No entiendo, de paso, que no vea la equivalencia entre patriotismo y religiosidad: si funcionan igual, por dios, no hay más que fijarse un poco; hasta usan el mismo vocabulario)»
Insisto: ¿dónde está esa equivalencia (que no niego pueda darse, pero no siempre y necesariamente, sino en función de cada individuo)? Y, además, vuelvo a preguntarle ahora, como ya hice antes: ¿a qué religiosidad se refiere? ¿A la cristiana?, ¿A la Zen?, ¿A la sufí? En fin, usted dirá.
«decir que algo te la pela o te la suda no es insultar… Llamar a eso una injuria no es de delicadito, es de hipersensible. Pero es que además no se puede injuriar a un ente; España no es sujeto de derechos, no puede sufrir una ofensa»
Vamos a ver, comencemos por señalar que, según la teoría del Derecho, también usted y yo somos “entes” (pues es el término que se utiliza para referirse a las personas sujeto y objeto de Derecho) y, sin embargo, somos perfectamente insultables. ¿Qué España no es sujeto de derechos? ¿Y si es así, por qué piensa que el delito de injurias a la misma aparece recogido en nuestro Código Penal? ¿Piensa que están equivocados nuestros penalistas? Pues claro que España es sujeto de derechos, aunque no sea una persona física (que es a lo único que usted parece reconocer capacidad legal). España es una persona jurídica, moral, abstracta, compleja, colectiva… Elija la expresión que más le guste, pues todas son válidas en Derecho para referirse a «los entes aptos para ser titulares de derechos o deberes y que no son individuos de la especie humana, aunque persiguen fines u objetivos que interesan al ser humano». Para comprobarlo mire hacia la Comunidad Europea y vea cómo allí le piden responsabilidades no a usted o a mí (que también si fuera el caso), sino a España como Estado miembro. Ahora bien: ¿se quiere injuriar a España impúnemente? Vuelvo a decir lo mismo: ¡cámbiese entonces la ley y santas pascuas! Pero mientras, debemos someternos a la siguiente limitación: «DE LOS ULTRAJES A ESPAÑA. Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses» (art. 543).
Luego estaría el tema de si se es más o menos “hipersensible”, como usted señala con sorna. El problema en nuestro maltrecho país me parece a mí que no es de “hipersensibilidad”, sino de se han ido tolerando desde el principio de la Transición demasiadas vulneraciones de la ley como para preocuparse ahora de lo que a propósito de España ha dicho un filósofo en un momento desafortunado.
Por último, no me parece a mí que en lo expresado hasta ahora en este post se haya insultado a Savater, aunque alguien haya dudado de sus capacidades intelectuales o filosóficas.
Saludos desde el Nibelheim.
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