LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

viernes, 24 de junio de 2005

Una vida inmortal

Como Max Aub, también Jean Paul Sartre creía que se escribe para quedar:
"La vida no acaba. Después de la muerte sobrevivo en mis libros. Es una
vida inmortal. La verdadera vida en la que no es necesario poseer un cuerpo y
una conciencia, pero en la que uno revela hechos." (Cartas al Castor)

No era el primero, ni sería el último. Los ejemplos de esta creencia en que la gloria literaria produce una suerte de inmortalidad podrían multiplicarse.

"Me pesa la vida, me canso de vivir y tengo miedo de morirme -le confiesa don Juan Valera a Gumersindo Laverde en una de sus cartas-. Creo que he consumido inútilmente mi vida y siento vehemente deseo de hacer algo antes de morir. Contento moriría yo si dejase un libro siquiera; algo que me satisfaciese y por donde yo pueda pensar, sin mucho amor propio, que no todo yo moriría: algo, sobre todo, que valiese la pena de haber vivido."

Y a otro corresponsal -Alcalá-Galiano- le cuenta que se propone seguir escribiendo "a ver si logro no morir del todo."

Pero la muerte es un hecho absoluto. No es posible morirse un poco, como no es posible estar un poco embarazada. Sobre los muertos los que deciden son los vivos. Son los vivos los que guardan la memoria de los muertos, si es que la guardan, los que aprecian su obra, si es que la aprecian.

Para el creyente, todos los hombres, desde el ilustre artista o el encumbrado político hasta el humilde labrador o el anónimo oficinista, tienen garantizada la inmortalidad. El alma no muere, aunque haya sido un alma ágrafa.

Para el ateo, que sólo cuenta con este mundo, lo que importa es quedarse en él de algún modo, aunque sólo sea en rótulo de calle o en papel impreso. Que alguien hable de nosotros cuando hayamos muerto.

A ambos les une el deseo de no pasar del todo, de quedar, de permanecer, de no ser sólo carne mortal, perecedera.

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