Hay gente que nunca cambia, que se mantiene fiel hasta el final a sus convicciones juveniles. Pero hay otros muchos que experimentan cambios, metamorfosis, dolorosas a veces, transformaciones traumáticas y decisivas.
Y no me refiero, como es natural, a los que mudan de opinión o de convicciones por interés egoísta, por conveniencia, por oportunismo. Esos son aquellos a los que el pueblo mira con tanto desprecio, y con razón, llamándoles chaqueteros. Esos que ahora, con la boga del eufemismo para todo, llaman, de manera más cursi y menos gráfica, transfugas (no estoy seguro de dónde acentuar esta palabra).
A los que me refiero, por supuesto, es a aquellos que, en un momento dado, revisitan su pasado, someten a un duro examen sus ideas y ciernen con un colador muy fino sus creencias. Y deciden que estaban (más o menos) equivocados. Que la verdad estaba en otra parte. Quizás justo enfrente.
Yo he oído muchas veces a gentes que me decían que ellos ya eran comunistas “desde que estaban en el vientre de su madre”. Y también he oído muchas veces la expresión, acusadora, of course, de “fascista biológico”. He mirado siempre estas declaraciones con mucha desconfianza. Me han parecido siempre un desagradable revoltijo de las ideas con las vísceras, o de la gimnasia con la magnesia. Vamos, de la biología con la ideología. Habrá quien piense que el hombre piensa lo que piensa según lo que coma, o según los genes, o según sus intereses. Yo tengo para mí que el pensamiento es libre, y que se explica mal, o no se explica en absoluto, acudiendo a estos determinismos reduccionistas. Las cosas son más complicadas. O más sencillas, según se mire.
Si echamos la mirada atrás, lo que vemos es que la historia está llena de conversos. Desde el mismísimo San Pablo o el mismísimo San Agustín hasta Edith Stein, o Chesterton, o Newman, o Péguy, o Claudel, o Bloy…
Estas metamorfosis no se reducen a lo religioso, sino que se extienden a lo filosófico, a lo literario, a lo político.
Ha habido (¡muchísimos!) comunistas que se han hecho anticomunistas (y, por cierto, de los más beligerantes). Ha habido (¡muchísimos!) aristócratas y multimillonarios que se ha hecho comunistas.
Luis Alberto de Cuenca dejó un día de escribir a lo novísimo y se puso a componer poemas como si fuesen bocadillos de cómics con notable éxito de crítica y público.
¿Cuántos cambios no dio José Martínez Ruiz? Penduló del anarquismo al maurismo, del republicanismo al franquismo. Eso sí, sin inmutarse. Fue muy longevo Azorín.
Julio Camba no fue siempre el conservador escéptico que ha congelado su retrato más conocido como residente varado en el Palace. En su juventud rozó el atentado con bomba.
Las piruetas de mi amigo Jon Juaristi (que no son piruetas, sino ejercicios de equilibrio moral) las cuenta él mismo en sus memorias, tituladas Cambio de destino.
Los de mi quinta (gentes nacidas en los cincuenta, con la cartilla de racionamiento recién suprimida y los primeros seiscientos en la calle) nos educamos en una serie de tópicos que alegremente abrazamos la mayoría. Y no se crea que irresponsablemente, no. Muchos nos quemábamos las cejas en el desciframiento de tochos indesentrañables. Éramos muy serios y muy tontos. Y también bastante ignorantes.
Quizá fue mala suerte. En vez de leer a Pascal, leíamos a Althusser. En vez de a San Agustín, a Marcuse y a Wilhelm Reich. Y en vez de a Popper, pongo por caso, descifrábamos, o intentábamos descifrar, a Georg Lukács (y lo pongo también por caso, especialmente en el mío) o a Karel Kosik. Eso cuando hilábamos fino, que algunos se contentaban con los Conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker (por cierto, otra conversa: del catolicismo al marxismo) o con el manualito estalinista de Georges Pulitzer. (No dudo de que la mayoría de mis lectores se preguntarán: ¿Y éste quién es? -No importa).
Yo veo que hay gentes de mi generación (cuánto odio esta palabra, generación) que se han mantenido sobre poco más o menos en el mismo carril. También veo a gentes mucho más jóvenes que quizás tampoco se vean obligados a cambiar de sentido, porque han tenido más suerte. También he visto viejos que se han arrepentido de lo que quizás nunca tuvieron que arrepentirse.
No digo más. Que esto es un blog, no un libro.
Quizás Dios ha puesto a caminar a algunos por un camino real, y a otros los ha enviado por trochas zigzagueantes, por callejones pedregosos, por fragosidades laberínticas. Él sabrá por qué. Los caminos del Señor son inexcrutables.
Lo que importa es llegar a la meta con la camisa limpia. Vieja o mudada. Pero limpia.
10 comentarios:
Muy buen comentario; dices muy bien lo que yo quería explicar y no pude en un comentario de hace un tiempo.
Chaquetero
Quisiera que mi post de hoy se pusiera en relación con uno titulado "Trayectorias" en el blog de Benítez Ariza, cuya lectura recomiendo.
Excelente entrada, muchas gracias por ella. Una prevención que vale para todos, tanto para los conversos y para los de piñón fijo: no creer que se ha llegado a la meta, no creernos ya en estado final, ni convertidos del todo (salvo obviamente cuando se haya llegado y veamos cara a cara y no como en un espejo). Lo mejor, como casi siempre, San Pablo: "yo no sé si he alcanzado el premio, yo sigo corriendo" (Flp 3,12). Gracias de nuevo, me ha encantado.
Durante mi estancia en USA,conoci a un personaje digno de una novela de Kipling.Se llamaba Arthur Longring y durante su juventud y gran parte de su madurez,fue un activo militante del partido comunista norteamericano.
Fue encausado,juzgado y condenado por diversas actividades antinorteamericanas cuando la guerra de Vietnam.
Pasó diez años de su vida entre rejas,entre unas causas y otras.
Su puesto de profesor de literatura en la Universidad de San Diego,lo perdió justo despues del divorcio de su primera mujer.
A la segunda la conoció en prisión,donde ella trabajaba como asistente social.
Ahora,con un cáncer de próstata y una mascarilla de oxígeno vive en Fort Laudardale,con una criada filipina y nueve gatos.
Cuando le pregunté como resumiría aquellos intensos años de su vida, me respondió:"Una jodida y estúpida perdida de tiempo".
Qué emoción latente, latiendo.
Me ha causado una gran impresión el relato del señor gutiforever. Sin embargo, creo que este Arthur Longring merece más nuestra compasión ahora, que por lo visto desprecia su vida pasada, que no en su juventud, en que a fin de cuentas se entregó a unos ideales, por muy equivocados que los juzguemos. Tendría que releer con atención las 'Confesiones', porque creo que ni San Agustín lamentó de manera tan acre su vida de pecador. A fin de cuentas toda vida (sea de pecado o de santidad) es un regalo.
Yo soy otro más de esa "generación", nací en 1949. Leí, o mejor sufrí, algunos de los libros que cita Vd. en su "post". Pero tengo la impresión de que estoy en el mismo sitio, es decir, he seguido leyendo más libros. Y he leido a A. Tocqueville,J. S. Mill, K. Popper, I. Berlin, F. Hayek, E. Hobsbawn, y algunos más. De entre gente que escribe en español, Victor Pérez Díaz, Gabriel Tortella, Vicente Verdú, y algunos más. Y digo que estoy en el mismo sitio porque entonces descubrí el placer de aprender, y de aprender en los libros, también en las conversaciones con seres humanos, pero menos.
Me atrevo a recomendar un libro que para mí fue importante, ya que me sirvió para entender porque progresan las sociedades (o paises) que lo hacen, ahí va: "la Riqueza y la pobreza de las naciones", de David S. Landes. En este libro aprendí que lo que comentaba el viernes pasado Alfonso Lazo en "El Mundo" (Andalucía), la meritocracia es fundamental en una sociedad que quiera progresar.
Mi duda es como decía muy brillantemente Francisco Robles en un artículo pequeño, pero muy brillante: ¿Soy de derechas?. Aunque para ser sincero, cada día me preocupa menos la pregunta, y más ser capaz de distinguir las luces de las sombras, el rigor de la propaganda, la belleza de la vulgaridad, la erudición de la superficialidad. Ah! y fui de los que se fueron cuando Don Santiago Carillo hizo imposible el poder seguir en el "Partido" (1981).
"Quizás Dios ha puesto a caminar a algunos por un camino real, y a otros los ha enviado por trochas zigzagueantes, por callejones pedregosos, por fragosidades laberínticas. Él sabrá por qué."
Quizá me da un poco de envidia ese afán su generación por cruzar las trochas librando batallas con los grandes, dejándose los ojos en los libros y quizá también las gargantas en las universidades. Me parece que hoy demasiada gente va por el camino engañoso de la mera utilidad, lo fácil, salir del paso. Chaqueteros inconscientes, los llamaría yo, porque si todo da igual...
Para Ignacio:
Dále gracias a la Historia por no haber tenido que vivir en una Dictadura y que el "único" partido que estaba organizado contra ella era "El Partido". Por eso y porque nos "enseñaron a leer" (?) no puedo compartir la frase del ex-comunista americano.
La ciencia exige sistemas de medición. Hay un sistema para medir la "limpieza" del chaquetero. Si cambia, ¿cambia a peor en dinero o a mejor? Si es a peor, no es chaquetero en sentido popular. Sencillamente, ha cambiado. En caso contrario, cabe la duda. Un saludo.
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