El mito de don Juan es un mito moderno, sin precedentes, hasta donde se me alcanza, en la Antigüedad o en el Medioevo.
Más aun puede decirse, y se debe, y es que don Juan es un mito católico. No cristiano, sino específicamente católico. Su drama, y el quid de todo su camino abierto, no es otro que el del libre albedrío. Don Juan no puede ser luterano.
Porque don Juan no es un simple picaflor, ni un seductor sin más, como se cree a veces. Sino un burlador. Y un impío. Que no sólo burla mujeres, padres, maridos… sino la ley de Dios. Alguien que hace el mal por sistema y a conciencia. Alguien que desafía no sólo las leyes humanas, sino las divinas.
Pero don Juan, en el ejercicio de su libre albedrío, tiene siempre que decidirse.
Por más que lo alarga y posterga, “tan largo me lo fiáis…”, el momento acaba por llegar.
Don Juan es el pecador que tiene forzosamente que elegir entre el bien y el mal, entre la salvación y la condenación.
El don Juan de Tirso se condena. Elije una opción de las posibles.
Pero pronto se recorrerá el otro posible camino, que también había quedado abierto para el personaje literario.
En el Tenorio de Zorrilla esta salvación llega in extremis, pero los Machado le van a dar al suyo mucho más tiempo, no ya sólo para arrepentirse, sino para cambiar de vida, para pasar, incluso, del pecado a la santidad, del amor humano al sobrehumano, del eros a la charitas.
Y lo que hacen los Machado es aducir las razones que pudo encontrar don Juan para escoger el “otro camino”. Un camino tan donjuanesco como el que recorrió el irredento y terco de Tirso.
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