... es lo que hace Enrique Barrero (jr.) en esta hermosa gavilla de poemas titulada Liturgia de la voz abandonada (yo lo hubiera dejado en La voz abandonada), publicada en la indispensable coleccción "Los Cuadernos de Sandua", que dirige el poeta cordobés Antonio Rodríguez Jiménez.
Sonetos de hechura clásica y regusto áureo, con el recuerdo al fondo del estremecido y estremecedor Lope en sus Rimas sacras. Rosario de sonetos que valen, en efecto, igual como poesía que como oración. Porque quizás la mejor poesía no sea sino, en el fondo, eso, oración: penitencial, rogatoria, celebratoria.
Algún poema parece que disuena del tono y contenido del conjunto:
¿Qué quedará mañana de mi vida
cuando esté bajo tierra y haya muerto
y una tumba desnuda a cielo abierto
dé fe de mi existencia consumida?
Quedará el mundo con su vieja herida
que amé de la esperanza al desconcierto.
Mis hijos quedarán. Quedará el cierto
aluvión de esa sangre renacida.
De esta vida escindida y tan honrada
sobre el crisol del tiempo silencioso
quedarán unos versos por testigo.
Quedará mi memoria sepultada
y cada vez más vago y más borroso
el recuerdo fugaz de algún amigo.
¿No se niega aquí la inmortalidad del alma o la resurrección de la carne? ¿No se afirma que la única manera de quedar es através de los hijos, del recuerdo que dejamos, de la vida de la fama manriqueña?
La aparente contradicción, sí, es sólo aparente. Lo que tal vez diría una cosa como exento, revela su significado verdadero engastado en el conjunto. Lo que Enrique Barrero nos recuerda es el viejo y eterno pulvus eris..., lo que queda de la vida... cuando no se cree en otra.
Quizás todo el libro pueda resumirse en estos dos versos:
No permitas jamás, nunca consientas
que se extinga la fe dentro del pecho.
Sabio artífice y sabio de sencilla y compleja sabiduría, Enrique Barrero nos ha entregado aquí un libro que lo mismo podríamos leer bajo la sombra de una encina que en la penumbra silenciosa de alguna capilla.
4 comentarios:
Me han encantado los versos de Barrero. Son muy reales.
Un abrazo.
Este soneto es sencillo y perfecto.
Buen soneto que me recuerda a Foxá en su extraordinaria "melancolía del desaparecer" "Y pensar que después que yo me muera, aún surgirán mañanas luminosas...."
A mí también me ha recordado a Foxá.
Los dos últimos versos me gustan mucho.
Publicar un comentario