Meditaciones utópicas sobre la educación humana se titula uno de los últimos trabajos que don Juan Valera entregó a los lectores de la prensa madrileña. Forman estas meditaciones dieciséis artículos que don Juan fue publicando en El Heraldo en el año 1902, tres años antes de su muerte. No se leen hoy los ensayos de Valera, aún vigente como novelista, pero olvidado como dramaturgo y poeta, y casi desconocido, e incluso despreciado, y quizás esto segundo en gracia a lo primero, como ensayista y pensador. Por frívolo y ambiguo se le tiene, y se le acusa de ocultar o, al menos, de velar, por conveniencia social, por no perjudicar su medro personal, su verdadero pensamiento. Que en su obra se encuentren contradicciones notables no implica ambigüedad alguna. Que procurase unir lo útil con lo dulce, muy horacianamente, no quiere decir que fuese frívolo. Valera es tanto o más interesante como pensador que como novelista. Era un espíritu curioso, y si filósofo quiere decir el que busca y ama la sabiduría, no cabe duda de que Valera lo fue. Claro que Valera era hombre… ergo se equivocaba, no cada vez que hablaba, pero sí de vez en cuando.
Las Meditaciones utópicas sobre la educación humana, como lo deja entender su propio título, no son un tratado sistemático de pedagogía, sino reflexiones hilvanadas a vuelapluma, aunque en ellas se reflejen muchos años de cavilación sobre el asunto. Valera no es Comenius, ni Vives, ni Jean Paul… pero no deja de tener interés, y mucho. Confrontar sus ideas con la situación presente de la educación en España puede resultar ilustrativo.
Para empezar, ¿cuál es el papel del Estado en la educación? Valera se declara liberal, y sólo desearía que el Estado se ocupase de la seguridad, de la justicia y de la diplomacia. Quiere que «el Gobierno entienda que no estorbar ni reglamentar, ni competir con los particulares, como fabricante, agricultor o comerciante, es la mejor manera de proteger y de fomentar la industria, el comercio y la agricultura.» Hasta cree que «caminos y canales», o sea, carreteras, autopistas y otras obras civiles, «se dejen a la iniciativa individual». Un programa revolucionario: todavía no se ha conseguido.
Pero… nuestro liberal Valera cree en el Gobierno docente, y no sólo admite sino que reclama que el Estado meta sus sucias manos en la educación. ¿Y cómo lo justifica? Porque cree en el espíritu nacional, en el dichoso Volkgeist. Y eso que afirma que cree poco en él… Oigamos el razonamiento entero:
«No quiero yo suponer —escribe Valera—, como Emerson, pongamos por caso, que hay lo que él llama sobrealma o alma suprema y colectiva del género humano. Ni menos aun concederé yo existencia real al alma o espíritu de cada nación o pueblo. Mas a pesar de todo, e imaginándolo como se quiera, como genio tutelar, como ángel custodio, como resultante o suma de gran multitud de entendimientos y de voluntades, o como algo que persiste y da cohesión a la colectividad sin que se disgregue y desbarate, considero absurdo negar que cada nación tiene o debe tener espíritu propio. Y el cultivo de este espíritu, manteniendo su pensamiento en la dirección que tradicionalmente lleva, sin impedir su progreso y su elevación y mejora, no puede ni debe confiarse al cuidado o al antojo de los particulares, y debe ser función del Estado o del Gobierno que lo representa y ejerce el poder en su nombre.»
Pero, ¿en qué quedamos señor Valera? ¿Tienen o no tienen alma las naciones? Y en el supuesto de que la tengan, y sea ésta lo que sea, ¿por qué no le permitimos a este alma desarrolllarse y expresarse libremente? ¿Tan poca confianza tiene en esa «resultante o suma de gran multitud de entendimientos y de voluntades», o sea, en la gente, o sea, en la suma de las iniciativas individuales? ¿Pero no se declaraba Vd. liberal? Con liberales como estos, ¿qué falta nos hacían los socialistas?
Más de un siglo ha transcurrido desde que Valera contradijese así su liberalismo, al menos en el sector educativo. Los liberales de hoy a lo más que aspiran es al cheque escolar o a defender la concertada de las garras o de las pezuñas de los distintos reinos de taifas de la España autonómica. Yo aspiro a que el Estado retire del todo y por completo sus sucias manos de la educación, desde la primaria hasta la universidad, y no tenga en ella ningún papel, ni siquiera in loco parentis. ¿Utopía? Pues, sí, pero una de esas utopías —pocas— por las que merece la pena luchar.
LA FRASE
"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."
Sir Arthur Conan Doyle
Sir Arthur Conan Doyle
martes, 16 de mayo de 2006
Un proteccionista del Volkgeist
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3 comentarios:
Muy buen comentario. Una prosa muy guasona al principio, con gracia. Luego entra en harina y empieza el interés. Tu liberalismo radical en educación me asombra, aunque como utopía no diga que no merezca la pena. Yo por ahora lucho por el cheque escolar, que podría ser una solución conciliadora. ¿Igual de utópica?
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http://mienmano.blogspot.com/2008/07/god-save-our-imam.html
Y está muy bien tu blog.
Un saludo.
"...La homeostasis histórica es el encuentro ciego, dialécticamente contingente (pero ontológicamente objetivado en razón de su aun irrefrenable persistencia), del conservador y substancialista Espíritu del Pueblo -volksgeist -, con su paradójico y antitéticamente aliado contraconcepto, el mutante y antisubstancialista Espíritu del Tiempo” -zeitgeist-. Tal dialéctica, es la medula contingente del espíritu de las épocas: pendularidad.
"...Cambio y permanencia son los motores de la homeostasis global, devenida en pendularidad a causa del conocimiento, que predispone al hombre a limitadas y siempre parecidas alternativas.
"...El Espíritu del Pueblo adquiere las formas históricas de la identidad y la ideología, conforme se co-condicione de manera dialéctica (pero no por ello menos simbiótica) con el Espíritu del Tiempo, sea ya tras las formas de la geopolítica o sea ya tras las formas de la geoeconomía.
"...El modo particular, epocalmente único, en que ambos espíritus se co-condicionan en cada momento de la historia, puede ser claramente definido con aquello que Karl Mannheim diera en llamar “constelación”. Por constelación Mannheim entendía a la conjunción específica de factores, que en un momento dado “co-determinan la configuración de un factor concreto” de la realidad. En este caso, aquel factor concreto de la realidad, es nada más ni nada menos que el modo en que el hombre se vincula con la materialidad y los símbolos en su único espacio de realización histórica, geo.
"...La homeostasis histórica es entonces la búsqueda del permanente equilibrio del mundo del hombre, por tanto, no del mundo que esta más allá de su conciencia o de sus sistemas de valores y creencias operativizados a través de la conducta, sino el suyo. En razón de esta delimitación, es que, tanto los factores dinámicos como los estáticos adquieren sentido sólo a la luz de la irrupción del hombre en la historia..."
Juan Recce, Poder Plástico. El hombre simbólico materialista y la política internacional, IPN Editores, Buenos Aires, 2010, pp. 293 ss.
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