En el sepulcro del cardenal Portocarrero, en la catedral de Toledo, esta inscripción, en letras de oro:
Hic jacet pulvis, cinis et nihil.
Ahora, por lo menos, a punto de dar las campanadas, lo es ya. Lo que queda, si algo queda, ya no está en él.
En las postrimeras horas del año piensa uno en eso, en postrimerías.
Y es que el pensamiento vuela adonde quiere él, no adonde quiere uno.
¿Hora de hacer balance? No, hay demasiado ruido. Ni siquiera de hacer planes o listas de buenos propósitos.
Es más bien hora de alzar una copa de chispeante champaña y brindar por esta nueva jornada que se nos abre en el camino. De desear lo mejor. Ojalá que. Aunque sepamos bien que. Pero, en fin, levantemos nuestras copas. Con esperanza, con alegría. Con un poquito de frivolidad también.
Feliz año nuevo. Y que descanse en paz el viejo. Se lo tiene merecido.
Mañana, o pasado, pensaremos en el nuevo.
Y no, no está uno deprimido. En absoluto. Doy un sorbo a mi copa. Por vosotros, por todos vosotros.
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