El machadiano Juan de Mañara, el señorito andaluz que reencarna el mito donjuanesco, no sufre una repentina caída del caballo, sino una evolución en tres momentos o movimientos de su alma que se corresponden con cada uno de los tres actos de la obra.
Cuando aparece sobre la escena, ya se encuentra Juan desengañado de su ociosa vida anterior, y ya pensando en el mar de la muerte que le espera, con imagen de río manriqueño:
Viendo esta mañana el río
entre tayares y adelfos
correr hacia el mar, cruzando
dehesas y cazaderos,
por estos campos de lujo,
ancho, inútil y sereno,
pensé en mi vida. Hacia el mar
mis horas ociosas llevo
de señorito andaluz
rico, galán y torero,
alegre, porque lo dicen,
cazador que tira al vuelo
o al paso, no mal jinete,
buen bebedor y maestro
en el arte de pasar
la vida y matar el tiempo,
mimado de la fortuna
como estos campos me hicieron…
De momento es sólo un inconcreto malestar moral, un ennui, un tedium vitae. Pero, tras su inesperado reencuentro con Elvira, la macarenita a la que hizo perder la inocencia para después abandonarla en el camino del vicio y del crimen, el arrepentimiento de Juan se concreta. Ahora se propone reparar el daño hecho, redimir y salvar a Elvira, lo que implica su propia salvación. En el segundo acto le confesará:
A mí me ha bastado verte
mala para hacerme bueno.
Finalmente, en el tercer acto se da la superación del malestar inconcreto y de la culpa personal para llegar a un tercer movimiento, de recio anclaje moral y alto valor filosófico. A Beatriz, su esposa desconcertada, que no ve más allá del amor conyugal, le declara:
…. Si no hubiera
mal en el mundo y brotara
la vida limpia y serena,
de fuente pura, sería
toda compasión superflua,
calumnia del claro espejo
de Dios, y el amor que engendrara
en la carne, único amor,
vivir, la virtud suprema.
¿Quién de tus brazos entonces
el cerco y la flor bermeja
de tus labios dejaría
por cuanto la gloria encierra?
Pero este hedonismo posible es, en realidad, inviable e invivible:
Pero hay mal, dolor y muerte.
Quien piensa en ellos no sueña,
Beatriz. Yo me he visto el alma
a la luz de otra conciencia,
y vi que era turbia. Yo
me he asomado al alma ajena
y porque luz me faltaba
sólo vi sombras en ella.
Existe el mal, que es el odio;
la vida humana es pelea
contra el mal: el que llevamos
dentro y el que vemos fuera.
Existe el dolor, que al hombre
impone Naturaleza
sólo por haber nacido
de sus entrañas de piedra.
Pena sin culpa, mal hace
quien no la alivia o consuela.
Y hay la muerte; sobre todo
la muerte, que nos espera,
nos sigue y nos acompaña;
sólo Dios puede vencerla.
Sin el milagro divino,
sin Dios, la derrota es cierta.
No hay caridad sin amor,
te dije la tarde aquella.
¿Recuerdas, Beatriz? Hoy digo:
no vive el amor, lo sueña
quien ama sin Dios; amores
sin caridad son quimeras.
Quien ama sin Dios no ama verdaderamente, sólo sueña el amor, viene a concluir este Juan de Mañara y, a través de él, los Machado, los dos que firman el drama. Cuando explico a mis estudiantes esta pieza teatral, se extrañan del mensaje inequívocamente cristiano que destila. Y es que de los Machado se ha fabricado un estereotipo que en poco se compadece con la verdad. Por eso su teatro no interesa, no se lo lee, porque desdeciría el tópico. Es más cómodo quedarse con el vacuo Valle Inclán, inmenso ingenio de la nadería pretenciosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario