Es tanta la afición que hay en Utrecht al flamenco, que algunos han dado en denominarla, con juguetona paronomasia, “la Utrera del Norte”. Para que luego el nuevo estatuto andaluz quiera considerar el flamenco “competencia exclusiva”, algo todavía más aberrante que lo de la “realidad nacional”. Como si se pudiera poner puertas al campo o grilletes al libre albedrío, y aun menos a los gustos, que es en lo que se empeñan algunos con dedicación digna de mejores causas.
Pero Utrecht, surcada de canales y de bicicletas, nada tiene que ver con la Utrera seca, calurosa y católica del Sur. Aquí, la mayoría de los templos, incluida la catedral, se reconvirtieron al culto luterano: mutilaron las esculturas, retiraron los cuadros, los retablos… Hoy dan una impresión fría, casi gélida. Podrían impresionar así, por la desnudez, por la austeridad. Pero como quedan las estatuas mutiladas por la saña iconoclasta, esas piedras, testigos de la barbarie y de la violencia que aquí hubo, forman quizá la impresión que más impacta al visitante. Tristes guerras, y más si son de religión.
Invitado aquí por el Instituto Cervantes para participar en una mesa redonda sobre la dimensión literaria del flamenco que se celebra en el contexto de la Bienal de Flamenco que se desarrolla en Amsterdam y Utrecht, o sea, una Bienal de Flamenco como la de Sevilla, Isabel Clara Lorda, la simpática y eficacísima directora del centro, me presenta a mis contertulios. Eric Vaarzon Morel, guitarrista holandés con ya amplia discografía, que ha vivido muchos años en Sevilla y es asiduo de La Carbonería y amigo de Paco Lira. Bart Vonk, poeta y traductor al neerlandés de Neruda y García Lorca, además de César Vallejo y José Ángel Valente. Saskia Tornqvist, periodista y musicóloga, que ha escrito artículos sobre flamenco en la prensa holandesa.
El público, para asistir al coloquio, tiene que pagar una entrada de cinco euros. A pesar de lo cual, la sala se llena. Cosas de esta gente, los holandeses. En España, de qué se iba a llenar una sala de conferencias teniendo que abonar la entrada.
El coloquio, interesante. Aunque al final se recae en la vieja disputa de gitanos y payos. Ahí me empiezo a aburrir. Menos mal que luego las preguntas del público reaniman y redirigen el debate.
Al día siguiente, libre, paseo con Emilio Quintana, que aquí ejerce de profesor, por las calles y los canales de Utrecht, hablando de las beguinas belgas que salen en los poemas de Andrés González Blanco y del modernismo reaccionario de “En Flandes se ha puesto el sol” de Eduardo Marquina, cita obligada por el escenario por el que deambulamos, visitando el museo de Santa Catalina, tomando café en la recoleta cafetería que da sobre el claustro verde e íntimo del Dom…
El autor de El mal poeta me regala una Moleskine, de las que él es adicto. En ella anotaré de prisa los primeros borradores de muchos de los apuntes que mis lectores, si algunos tengo, podrán leer luego en esta bitácora.
Me hubiera gustado titular este apunte con título azoriniano, Horas en Utrecht, por ejemplo. No fueron más que eso. No es poco lo que cabe en unas horas. Uno lo sabe ya, a estas alturas de la vida. Y quizás no aspira a más que eso, a ser un coleccionista de horas, incluso de minutos. Un año, bien mirado, es una eternidad.
1 comentario:
No sabía eso de la Utrera del Norte. En general, en Holanda hay poco conocimiento de la cultura española (la Cultura con mayúsculas). La gran mayoría no sabe quién es Cervantes, por ejemplo. A algunos les suena el nombre (y te hablo de los alumnos del Instituto)
Para ellos España es sol, costa y tapas (llaman tapas a cualquier tipo de comida mediterránea) Y flamenco, claro. El motivo es que cuando los holandeses consideran que una cultura es "inferior" se acercan a ella a través de la comida y de la música. El flamenco para ellos es la "música étnica" de un país de tercera que se llama España. Pero igual pagarían 5 euros para escuchar un debate sobre música paquistaní o sobre percusión en el Bajo Nilo.
Estoy generalizando, claro, pero creo que lo que digo se acerca a la verdad. Piensa en el hispanismo holandés, que es de pena. Y en los tres años que llevo aquí, nadie se ha matriculado nunca en los cursos de literatura que ofrecemos...
Por eso la oferta de la directora (simpática y eficaz, en efecto) es inteligente, porque sabe qué quieren los holandeses y se lo ofrece sin bajar el nivel mínimo de la Institución.
Bueno, a ver si nos vemos pronto, pero en la Sevilla del sur.
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