LA FRASE
Sir Arthur Conan Doyle
jueves, 30 de noviembre de 2006
De un extremo a otro
Hoy habría que inventar, como exacto descriptor de lo que pasa, otro refrán que dijese, más o menos "contra la Iglesia, piedra."
Y es que en este país no conocemos el término medio. O inquisidores, o comecuras.
Otro camino para don Juan
El mito de don Juan es un mito moderno, sin precedentes, hasta donde se me alcanza, en la Antigüedad o en el Medioevo.
Más aun puede decirse, y se debe, y es que don Juan es un mito católico. No cristiano, sino específicamente católico. Su drama, y el quid de todo su camino abierto, no es otro que el del libre albedrío. Don Juan no puede ser luterano.
Porque don Juan no es un simple picaflor, ni un seductor sin más, como se cree a veces. Sino un burlador. Y un impío. Que no sólo burla mujeres, padres, maridos… sino la ley de Dios. Alguien que hace el mal por sistema y a conciencia. Alguien que desafía no sólo las leyes humanas, sino las divinas.
Pero don Juan, en el ejercicio de su libre albedrío, tiene siempre que decidirse.
Por más que lo alarga y posterga, “tan largo me lo fiáis…”, el momento acaba por llegar.
Don Juan es el pecador que tiene forzosamente que elegir entre el bien y el mal, entre la salvación y la condenación.
El don Juan de Tirso se condena. Elije una opción de las posibles.
Pero pronto se recorrerá el otro posible camino, que también había quedado abierto para el personaje literario.
En el Tenorio de Zorrilla esta salvación llega in extremis, pero los Machado le van a dar al suyo mucho más tiempo, no ya sólo para arrepentirse, sino para cambiar de vida, para pasar, incluso, del pecado a la santidad, del amor humano al sobrehumano, del eros a la charitas.
Y lo que hacen los Machado es aducir las razones que pudo encontrar don Juan para escoger el “otro camino”. Un camino tan donjuanesco como el que recorrió el irredento y terco de Tirso.
miércoles, 29 de noviembre de 2006
No es fácil dejar de morir (aunque creas saber cómo)
Redacción - Madrid.-
A lo largo de los años, Carr vendió millones de libros sobre su método para dejar de fumar en cien días y abrió más de 70 clínicas en 30 países. Según ha informado un portavoz de la familia, Carr ha fallecido en su casa de Málaga rodeado de su esposa y sus hijos.
Vía La Razón.
martes, 28 de noviembre de 2006
Física y literatura
Pero, ¿y el soporte, el soporte físico?
... La boga del cuento como folletón de los periódicos, el romance difundido gracias a los sencillos pliegos del cordel, la popularización de la novela por el abaratamiento del libro, el teatro en una sociedad en la que no existía ni el cine ni la televisión... ni los atascos para llegar o volver del centro.
Y, sí, claro, la literatura, como el hombre mismo, consta de alma... y de cuerpo.
lunes, 27 de noviembre de 2006
Una deuda pendiente: el teatro de los Machado
El reparo mayor que puede hacerse a mi libro sobre los Machado es que, precisamente en una obra que se propone abordar lo común de los Machado —aunque también, claro, lo específico e individual de cada uno— no se trate sino de pasada el teatro de Manuel y Antonio, escrito a cuatro manos, en colaboración estrecha e indiscernible.
Durante mucho tiempo, el jueguecito de los críticos consistió en adivinar lo que era de uno y lo que era de otro. Pasaba ya en los tiempos suyos. Y ellos mismos se reían: “nunca aciertan, siempre se equivocan”.
La moda, sobre todo, ya después, consistió en descubrir la mano de Antonio, que dignificaba un teatro que, en el fondo, se creía de poco interés, siendo así que el verdadero astro del teatro español era Valle-Inclán.
Y con esto ya se dice casi todo.
Pero el teatro de los Machado está a años luz, y la luz viene de arriba, del de Valle-Inclán e incluso del de Lorca.
Es más profundo, más humano, aunque es cierto que es más tradicional.
Lo que los Machado se proponían en su teatro era una renovación, no una revolución adánica. Se inspiraron en el teatro más popular que hemos tenido, que era el teatro del Siglo de Oro. Pero con otras inquietudes y decorados. Los de su siglo.
Podría escribir un artículo erudito para una revista, pero no, para qué, más valen unas notas dispersas y libres, unas notas de estrategia guerrillera, con operaciones a la descubierta y ataques por sorpresa.
Por hoy basta decir que a su teatro le ha perjudicado el éxito de su obrilla más endeble, La Lola se va a los puertos, llevada dos veces al cine, con desigual fortuna. Es una andaluzada de cierta dignidad. Pero no está ahí, desde luego, el meollo de su teatro.
domingo, 26 de noviembre de 2006
Vistas de Delft
La cuelgo yo también, abajo, vía Ciudad de la Pintura, para que ustedes comparen lo que gana, o pierde, o cambia, un cuadro de una reproducción a otra.
Talento y talante
Bonísimo programa es ése.
Claro que yo no creo, ni creo que lo crea nadie, que el talento sea el bien supremo. Y tratándose de intelectuales, el talento, como el valor a los soldados, se les supone.
Lo que, desde luego, y visto lo visto, ya es mucho suponer.
sábado, 25 de noviembre de 2006
Unamuno, Juan Ramón y los Machado
Cuando me lo preguntan, suelo contestar que los mayores poetas, o poetas mayores, del siglo XX en España fueron tres: Unamuno, Juan Ramón Jiménez y los Machado.
Ya sé que me equivoco en la suma. Pero, sí, tres.
La poesía no es una ciencia exacta.
viernes, 24 de noviembre de 2006
Fechas y nombres
Nunca he celebrado los cumpleaños propios; prefiero, de lejos, la onomástica.
Y es que siempre me llamó la atención ese fetichismo de lo anual. ¿Y por qué no cumplesemestres, o cumplemeses, y, hasta en determinadas circunstancias, cumpleminutos?
Tiene algo el cumpleaños como de rito laico e institucionista, de hoja de Registro Civil napoleónico.
Y es algo azaroso, triste o alegre, según las tocas, según las coyunturas y sazones.
En cambio, con el patrón se siente uno más anclado y protegido, sin el baile de horas y de años. Con el patrón que nos da su nombre y su abogacía, quizás desde generaciones, siente uno la sensación como de que el tiempo no pasa.
Y si pasa, no importa.
miércoles, 22 de noviembre de 2006
Desideratum
Yo aspiro a sostenerme sobre un pensamiento firme, sólido, bien cimentado, pero con cámaras ventiladas, cristales transparentes y limpios, ventanas casi siempre abiertas.
No sé si lo conseguiré.
O, quizás, mejor dicho, por cuánto tiempo.
martes, 21 de noviembre de 2006
Nada
Pues vale.
Pero sin esa nada no somos nada.
lunes, 20 de noviembre de 2006
El lector de poemas (paradoja)
En realidad, los buenos lectores de poesía son los lectores no habituales de poesía.
Ellos son los que deciden, en última instancia, quiénes son los mejores poetas, cuáles son los mejores poemas.
Victoria dixit.
Y yo: donde dices mejores, ¿no habría que decir populares?
Y entonces llegan los invitados que estábamos esperando, y nos evitan una larga discusión sobre arte popular y arte de minorías. Quedamos en tablas.
Si hubiésemos prolongado la conversación, también, muy probablemente, hubiésemos quedado en tablas. Así que para qué.
domingo, 19 de noviembre de 2006
Teoría de la prosa: el célebre caso de Monsieur Jourdain
Todos conocemos la famosa escena entre Monsieur Jourdain y su maestro de retórica, o de filosofía, que para el caso viene a ser lo mismo, en la divertida comedia de Molière Le bourgois gentilhomme. Pregunta el señor Jourdain:
Il n' y a que la prose ou les vers?
Y el maestrillo le contesta :
Non, monsieur: tout ce qui n’est point prose est vers; et tout ce qui n' est point vers est prose.
Y sigue el diálogo :
MONSIEUR JOURDAIN.
Et comme l’on parle qu’est-ce que c' est donc que cela?
MAITRE DE PHILOSOPHIE.
De la prose.
MONSIEUR JOURDAIN.
Quoi? Quand je dis: «Nicole, apportez-moi mes pantoufles, et me donnez mon bonnet de nuit,» c'est de la prose?
MAITRE DE PHILOSOPHIE.
Oui, monsieur.
La escena es divertida. Pero, no, no va más allá del chiste. La prosa no consiste en decirle a la criada «Nicolasa, tráeme las pantuflas y el gorro de dormir». Ni el lenguaje coloquial ni el lenguaje instrumental son verdadera prosa. La prosa strictu senso requiere intención artística, voluntad de estilo. Apartamiento de lo ordinario, lo diario y lo consuetudinario. Así sea en la prosa más, aparentemente, “natural” y “sencilla”.
Si yo me declaro a una mujer, no le estoy hablando en prosa. Pero si el protagonista de una novela se declara a la muchacha a la que esperábamos que se declarara, entonces le está, inevitablemente, hablando en prosa. La prosa del novelista.
Así que está el lenguaje, común y mostrenco, está la prosa y está el verso.
La prosa es una utilización poética del lenguaje. Por consecuencia toda prosa, en rigor, es siempre prosa poética. Y no se confunda lo poético con lo lírico.
Mr. Jourdain nunca habló en prosa. Y su maestrillo, menos todavía.
sábado, 18 de noviembre de 2006
El sentimiento...
“…de llegar al fondo del universo cuando descendemos al fondo de la propia alma…”
(Georg Simmel, Problemas fundamentales de la filosofía, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2006)
Revolución francesa
Revolución francesa: una orgía de sangre y, sobre todo, un alto muladar de mentiras.
Además de la cuchilla de Monsieur Guillotin, su mayor aportación a la historia universal de la infamia fue el descubrimiento del uso alternativo del lenguaje. O sea, el hábito de disfrazar con bellas palabras realidades nauseabundas.
Libertad, igualdad, fraternidad.
Precisamente para ocultar que en adelante no habría verdadera libertad, ni verdadera igualdad, ni verdadera fraternidad.
La Revolución francesa desgarró el corazón de Europa. Peor aún, le trepanó el cráneo, para inficionarle los sesos so pretexto de curárselos. A consecuencia de esas heridas Europa se arrastra en una larga decadencia, en una agonía interminable.
Libertad, igualdad, fraternidad. Es tan sólo la historia de un equívoco.
De una mayúscula equivocación.
Como escribió Juaristi, nuestros padres mintieron, eso es todo.
(Y esta nota de hoy no va por Ségolène Royal, que quiere ser presidente, sino por alguien que ya lo es, para nuestra desgracia).
viernes, 17 de noviembre de 2006
Friedman o más bien FreeMan
Por ejemplo, que fuera posible que 800 millones de chinos pudiesen comer tres veces al día y hasta poderse comprar frigoríficos y motocicletas.
Los chinos (y no sólo Pinochet, Reagan o Thacher) lo llamaron como asesor cuando iniciaron la reforma capitalista del irreformable comunismo.
Teodoro Obiang ya no lo podrá llamar. Pero quedan prestigiosos discípulos en Chicago, don Teodoro, por si vd. se decidiera.
Guinea en el corazón
Lo demás ha sido todo mera "corrección política" propia de sepulcros blanqueados, que jamás se acuerdan de Guinea, ni los políticos ni los periodistas.
¿Cuándo, en nuestros medios, sale algún reportaje sobre aquel país? Nunca. Jamás. Pero, en fin, no sigo.
jueves, 16 de noviembre de 2006
Mi primer libro
¿Quién que haya escrito un libro no lo ha esperado con emoción, no lo ha abierto por primera vez con temblor? Mi primer libro, aquel en el que vi por primera vez estampado mi nombre en la cubierta, llegó por correo, desde un punto lejano de la geografía española, envuelto en grueso papel, protegido por cartones para que no se deteriorara el contenido en su periplo postal por trenes y estafetas. Con cuánta impaciencia cogí las tijeras y corté las cuerdas que cerraban el paquete. Era la edición anotada de un clásico de las letras españolas. Cuántas veces lo miré y remiré, de frente, de perfil, sobre la mesa, colocado ya en una estantería, junto a otros libros de autores admirados, señeras luminarias de la filología. Allí estaba mi nombre, junto a los de esos maestros admirados. Mi nombre, entonces y ahora casi anónimo, junto al nombre de un clásico. A él asociado en letras de molde. Yo contemplaba el ejemplar como el viajero que se extasia ante el retrato de la amada lejana, aquella que aún lo espera en algún lugar del mundo. Eran instantes de maravilla.
Luego, muy poco después, vendría la decepción, el relativismo, el comprobar que todo seguía igual.
Luego vendrían muchos más libros, y más decepciones, y el relativismo de las pequeñas alegrías que no cambian una vida que siempre es igual aunque nunca sea igual. Una vida a la que no va a cambiar un libro nuevo. Y muchísimo menos, un nuevo libro tuyo.
Ahora, cuando recibo un nuevo libro mío, apenas si le dedico unos minutos, para escudriñar las erratas que se hayan deslizado. Procuro limitarme a las erratas para no tener que reparar en los errores. Rápidamente lo coloco en su sitio, para que no me dé tiempo a pensar si será el último que escriba o que yo vea publicado, para no sentir vergüenza de mi incorregible afición por los esfuerzos inútiles, para no sentir remordimiento por el tiempo malgastado, robado a mí mismo con alevosía y nocturnidad, para entristecerme ante unas páginas definitivamente escritas, publicadas, muertas... Y porque no tengo tiempo que perder. Porque acabo de empezar a escribir un nuevo libro.
martes, 14 de noviembre de 2006
El último misógino
Otto Weininger fue tal vez el último misógino de Occidente. De su libro Sexo y carácter (1902) copio y pego lo que sigue.
Algunos se preguntarán que a cuento de qué. Pues todo empezó con la cuestión de poetas/poetisas. Esto me llevó a preguntarme por lo maculino y lo femenino. Consulté la biblioteca de la universidad, y había una lista larguísima de bibliografía al respecto. He empezado con el libro más antiguo y probablemente más escandoloso. Lo que no sé es hasta dónde podré llegar en la maraña bibliográfica.
Advierto que el texto puede herir la sensibilidad de los lectores. Sin distinción de sexo.
Ahí va (las cursivas, en el original):
«El hecho de que la sexualidad sea para el hombre tan sólo un apéndice, y no constituya todo el objeto de su vida, le permite separarla psicológicamente del resto de sus actividades, y con esto su concienciación. Así, el hombre puede enfrentarse con su sexualidad y separarla de las otras exigencias de su vida. En la mujer, la sexualidad no se puede separar de la esfera no sexual ni por una limitación cronológica en su aparición ni por su órgano anatómico. En consecuencia, el hombre conoce su sexualidad, la mujer, en cambio, no es consciente de ella, y de buena fe puede ponerla en duda, porque la mujer no es otra cosa que sexualidad, porque es la sexualidad misma. La mujer por ser sólo sexual no nota su sexualidad, pues para hacer cualquier observación es necesaria la dualidad, cosa que es posible para el hombre, tanto desde el punto de vista psicológico como desde el anatómico, ya que él no es únicamente sexual. Por esto posee la capacidad de hallarse en relación autónoma con la sexualidad: puede, si así quiere, ponerle límites o dejarla en amplia libertad, es decir, negarla o aceptarla, ser un Don Juan o ser un asceta. Groseramente expresado, el hombre tiene un pene, pero la vagina tiene una mujer.»
Y aún más:
«El hombre es forma, la mujer, materia […] Las mujeres son la materia que adquiere cualquier forma. Algunas investigaciones parecen demostrar que las muchachas recuerdan mejor que los muchachos las lecciones aprendidas, y esto sólo se explica teniendo en cuenta la inanidad, la nulidad de las mujeres, que pueden ser impregnadas por cualquier tema, mientras el hombre sólo retiene lo que le interesa y olvida todo lo demás. Lo que se ha denominado ductilidad de la mujer, su extraordinaria facilidad para dejarse influir y sugestionar por los juicios ajenos, su total transformación por el hombre, se debe atribuir ante todo a que es pura materia carente de forma original. La mujer no es nada y por esto, sólo por esto, puede llegar a ser todo, mientras el hombre únicamente puede ser lo que es. De una mujer se puede hacer lo que se quiera, en el hombre a lo sumo se puede ayudar a que sea lo que quiere ser. […] La mujer podrá parecer una cosa u otra, pero siempre es lo mismo: nada. De la mujer no se puede decir que no tiene tal o cual cualidad, pues su cualidad característica es la de no tener ninguna. He aquí la gran complejidad y el gran enigma de la mujer, en esto estriba su superioridad y la imposibilidad de ser comprendida por el hombre, que siempre busca en ella un núcleo sólido.»
Weininger publicó su libro a los veintidós años. Poco tiempo después, en octubre de 1903, se suicidó disparándose un tiro en el corazón, en la misma casa donde muriera Ludwig van Beethoven..
jueves, 9 de noviembre de 2006
Las dos clases de crítica
La forense gusta de operar sobre cadáveres, como es natural, pero tampoco desdeña, de vez en cuando, abrir cuerpos vivos, aunque sea en operaciones indoloras y con anestesia.
La crítica forense analiza, separa, disecciona.
Señala fuentes, detecta isotopías, levanta el plano de las estructuras, inventaría el utillaje retórico, nos informa cuánto tiempo tardaron ciertas ideas en convertirse en tópicos.
La crítica forense es discurseadora y lógico-deductiva (y de vez en cuando esta lógica le falla, por demasiado lógica).
Corta las vísceras de los personajes, abre las venas del texto, del hipotexto y del paratexto. Descubre las huellas y los sedimentos de las sustancias intertextuales. El cuerpo, o corpus, sobre la mesa, es, por supuesto, ya cadáver. O está en estado de catalepsia.
En cambio, la crítica impresionista palpa un cuerpo vivo. Sus herramientas son la intuición y la simpatía, el ojo clínico del médico avezado, aunque no por ello deje de usar las tijeras de la razón ni los hilos de sutura de la historia y de la erudición.
Se trata de una crítica personal y subjetiva. Su terreno es la interpretación, el desvelamiento, la traducción, el trasvase. De un alma a otra, del escritor al lector.
La crítica forense siempre llega tarde. Cuando, quizás, ya nada sirve para nada. Su peligro, más que la frialdad, es la nimiedad.
La crítica impresionista, en cambio, se produce en el mismo momento del latido, y es en sí misma también otro latido. No es máquina, es hombre. No es laboratorio, es literatura. Su riesgo mayor es el capricho. Un capricho que, en casos graves, se convierte en injusticia.
Pero el forense sólo es capaz de practicar una autopsia. El crítico impresionista logra, a veces, el milagro de resucitar a un muerto. Acaso, en el fondo, porque practica una transfusión sanguínea.
martes, 7 de noviembre de 2006
Una errata creativa
Pero al llevarlo al encuadernador, el libro volvió, con letras doradas sobre guaflex rojo, rebautizado: Tratado de Metafísica. Odontología.
La filosofía como dolor de muelas... De las muelas con que intentamos masticar el mundo.
Lejos de presentar reclamación, a este encuadernador hay que darle propina.
lunes, 6 de noviembre de 2006
Las hormigas
Las hormigas emulan
el tráfico rodado,
las filas de automóviles
que recorren las calles.
Pero se saben sabias
y jamás del atasco
padecen los fastidios.
Su empresa de transportes,
aunque lenta, no falla.
Ellas van por su senda
pequeña y marginal
en que nadie se fija,
como no sea un niño,
que el niño es el amigo
de la hormiga pequeña
tal vez sólo por eso,
porque es también pequeña.
Las hormigas emulan
el pasar de las gentes
en hileras nutridas
por las calles repletas
de la ciudad que bulle
en día laborable.
Nadie sabe qué piensan
las hormigas del hombre.
Lo verán como extraño
gigante peligroso,
pensarán que es hormiga
rebelde a su destino,
crecida y monstruosa.
Por grietas y rendijas,
sosteniendo su carga
de briznas y de migas,
ellas van a lo suyo,
que es también lo de siempre,
en hileras, sensatas,
formales, laboriosas,
sin salir de la senda
que Dios les ha marcado.
Campestres y rurales,
en la ciudad parecen
vivir en el destierro.
Que el infierno comparten
-pero ellas, a lo suyo-
del hombre el hormiguero
gigantesco y caótico.
Un ejemplo nos dan,
una lección callada.
La fila de la hormiga
embobado contemplo.
Y no logro saber
lo que quiere decirme.
María Kodama habla sobre Borges
sábado, 4 de noviembre de 2006
Ramón Gómez de la Metáfora
Pero me da a mí que esta formulación no es del todo exacta. Habría que añadirle, o, mejor dicho, restarle, un indispensable sustraendo:
Cuando Ramón dice que "El orgullo de la sopa es estar muy caliente para hacernos esperar" o que "Todos los chorizos se ahorcan", resulta divertido. Es el chiste de un buen clown.
Incluso cuando parece ponerse más trascendente la cosa no pasa de lo superficial (y además falso):
"La Historia está escrita en un papel deleznable que se comen las ratas".
Pero sabemos, más allá del chiste, que a la Historia no se la han comido las ratas, por mucho papel que éstas hayan devorado.
En fin, nada que ver con la tradición europea, y especialmente francesa, de la máxima, del aforismo, de Pascal, Joubert, Riavarole, Chamfort, Vauvenargues, Lichtemberg, Kraus...
Y aquí me limito a constatar. Para nada juzgo. Por lo menos, no hoy.
Apostillas a "Se lee lo que se puede"
Encuentro con un amigo por la calle. “Hombre, me he enterado por tu blog que no lees mis libros. El último lo he publicado hace apenas dos meses y ni siquiera lo mencionas.”
Por un momento pienso en responderle que me olvidé de citar muchos libros que también he leido recientemente, lo cual sería cierto, pero se me ocurrió algo mejor:
—Pues he escrito ese apunte para que algunos amigos no se olviden de mandarme sus libros…
* * *
Suena el teléfono:
“—Soy José Antonio Ramírez Lozano. Verás, es que he entrado en tu blog y… Bueno, yo no sé lo que tiene Álvaro Valverde contra mí. Porque yo contra él no tengo nada. A mí, como novelista, me parece regular, pero reconozco que es un poeta excelente, eso sí. Yo me presento a los premios como otro profesional cualquiera. Como un arquitecto, por ejemplo, se presenta a los concursos. Es verdad que he ganado el Mérida de Poesía en una ocasión anterior, y también el de Novela. Pero las bases del premio no dicen nada en contra. Como no cambien las bases, me reservo el derecho a presentarme de nuevo cuando me plazca. ¡Obra no me falta! Lo que no entiendo es la postura de esa señora, Clara Janés, que dice de mi libro que es extraordinario, pero que le decepcionó al abrir la plica saber que era yo el autor… Bueno, te estoy dando la lata…
—No, no.
—Pues eso, que no lo entiendo. ¿Por qué criterio se rige esta señora? ¿Por el del nombre del autor? Además, eso demuestra que el Premio de Mérida es limpio. Salió ganador un libro del que desconocían la autoría. Ya me gustaría a mí publicar en editoriales de campanillas, pero… En fin, lo dicho, que me considero un profesional. Y ahí está mi obra. Luego que digan lo que quieran.
—Eso, eso…
Cuando se despide, voy a la cocina. El sofrito está carbonizado. La humareda va saliendo lentamente por la ventana. La de sacrificios que hace uno por la literatura.
jueves, 2 de noviembre de 2006
Postrimerías (o postvolaterías de noviembre)
La muerte no es un cierre, sino una apertura.
*
Uno no sabe quién es hasta que no se muere.
*
A mí lo que me asusta no es saber que voy a morir, sino que voy a resucitar.
*
Si no estás preparado para la muerte, no estás preparado para la vida.
*
O dicho de otro modo: Quien no se toma en serio la muerte es incapaz de tomarse en serio la vida.
*
La muerte es el fogonazo de la cámara que nos inmortaliza.
*
Yo no voy al cementerio; me basta pasear por la calle.
*
No estoy seguro de que en el cielo hablemos en latín, pero sí de que en el infierno hablaremos en esperanto.
*
Los muertos carecen de fe, de esperanza, de caridad. Ya sólo tienen evidencia.
*
“No creo en el otro mundo.” —“Porque tampoco crees demasiado en éste.”
*
Conciliábulo de filósofos en el Purgatorio. Todos mascullan entre dientes lo mismo: “No, si ya decía yo que…”
*
¿Y si se lograse demostrar que después de la muerte no había nada, que todo acababa aquí? A los muertos les daría igual, pero los vivos se encontrarían con un serio problema.
*
Hay un hilo que une a los vivos y a los muertos, y es un hilo de acero, duro y flexible.
*
Es conveniente rezar por los vivos, es imprescindible rezar por los muertos.
miércoles, 1 de noviembre de 2006
Se lee lo que se puede
Hojeo algunas revistas, como el primer número, muy prometedor, de Paraíso, que en Jaén dirige Juan Carlos Abril. O el último de Clarín, donde Andrés Trapiello se despacha a gusto (y yo creo que justo) contra Santos Sanz Villanueva, y donde vienen unos estupendos microrrelatos de Sylvia Ugidos, Ángel Alonso, Javier Almuzara et alii no menos deslumbrantes. Y una reseña de Los placeres melancólicos en donde por primera vez se le hace justicia (poética) a mi admirado Juan Peña.
También libros que se leen del tirón, como los Pensamientos de Antoine de Rivarol que ha editado Periférica, una editorial a seguir. O dos de Pemán. El uno reciente, las Siluetas literarias que ha antologado Juan Lamillar. Otro sacado de una biblioteca, Mis encuentros con Franco. Ambos son deliciosos, porque hay que reconocer que Pemán escribía bastante bien, con soltura, con desparpajo, con gracia. Pero el segundo me deja muchos interrogantes. Sobre los que, por desgracia, no tengo tiempo de pararme a pensar. Franco sigue siendo un enigma. Pemán no lo resolvió. Yo, tampoco. Dejemos el asunto en barbecho, que ya tocará, si toca.
En cambio, a libros de más enjundia filosófica he tenido que renunciar. Por las noches, en el breve paréntesis que va del encamarse al dormirse, y que en mi caso suele ser realmente muy breve, no porque tenga la conciencia muy tranquila, sino porque madrugo mucho, leo algo entretenido, no una novela, que me induciría tal vez al trasnoche y al desvelamiento, sino, por ejemplo, ahora, los Cuentos de Emilia Pardo Bazán, una sorpresa muy, pero que muy agradable. Y eso que tienen más del siglo.
Pero para los libros de enjundia necesito mesa, silla, papel, lápiz. Así que he tenido que renunciar, de momento, a Girard, a Popper, a Dawson, a Edith Stmith… que aguardan sobre mi mesa tiempos mejores.
Sí que he conseguido leer, aunque no entero, bien es verdad, uno de estos libros densos e intensos. Sexo y carácter, de Otto Weininger, se publicó en Viena en 1902. Inmediatamente se sucedieron las ediciones. En España lo tradujo Felipe Jiménez de Asúa, y en esta traducción lo leo yo, aunque en la reedición de Península de 1985. Se trata de un auténtico tratado de misoginia, el último tratado de misoginia del siglo XX, quizás. Su tesis me repugna. Digo, que repugna a mi inteligencia y también a mi experiencia de las mujeres. Pero también me repugna (de nuevo, a mi inteligencia) lo que dice Castilla del Pino en el prólogo: que Weininger escribió lo que escribió porque padecía un “complejo de castración”. Venga ya, don Carlos. Como en el libro de Pemán sobre Franco, aquí me quedo con el tema en barbecho, esperando a tener tiempo para pensarlo más a fondo. Pues eso, démosle tiempo al tiempo. Porque lo de Weininger tiene miga.
Y, por supuesto, leo prensa, leo blogs. Así, por ejemplo, me he enterado de que Ramírez Lozano ha ganado por tercera vez el premio de poesía de Mérida. Lo dice Álvaro Valverde en su blog. Tendré que preguntarle a Ramírez. Y consultar las bases.
Pero que Ramírez Lozano gane un premio no es noticia. Sí lo es el nombre de Sheldon Vanauken, cuyos textos publica estos días el blog de Codalíes, y que entrará a formar parte de mi Breve antología de conversos.
En fin, que apenas tengo tiempo para leer, pero por lo menos puedo inventar los títulos de los libros que me gustaría escribir.
Un Estado sin excusas
El Estado español, que tantísimo dinero recauda con los impuestos a las labores del tabaco, se ha quedado sin excusas.
Si no financia la detección precoz del cáncer de pulmón mediante un simple TAC, lo que garantizaría un 96 % de curaciones, ya no tendrá excusas para vendernos su moralina prohibicionista y puritana mientras se forra con los impuestos.
Se demostraría entonces que lo que le importa es la ideología y no la salud. Eso sí, siempre ganando la banca.
¿O se aplicará aquí también la discriminación positiva? Detección precoz del cáncer de mama sí, del cáncer de pulmón, no.
Zapatero, hombre, tú que fumas, haz algo. Imponte por una vez a la Salgado.