… Hablábamos de subrayar, o no, los libros… Y, verdaderamente, no sabe uno a qué carta quedarse. Porque hay poderosas razones, como se ha visto, para lo uno y para lo otro. Épocas ha habido en que uno subrayaba, y otras en qué no. Depende también de los libros, unos que sí, que se trabajaban mucho con el lápiz, y hasta con el boli rojo, y otros que se dejaban impolutos, no sé si por veneración fetichista o por metus reverentialis o por qué.
Pero caigo en la cuenta ahora en que una cosa es el subrayado y otra, distinta, el comentario, la anotación en los márgenes, la glosa. Un asentimiento, una divergencia, una idea luminosa que nos despierta el autor, una interpretación del texto oscuro…
Después de todo, sin las famosas Glosas emilianenses, que no son sino eso, las acotaciones de oscuro un fraile, no hubiéramos conocido los primeros vagidos del castellano.
Cuando de un escritor se conserva su biblioteca, y donde se dice un escritor se podría decir un padre, una madre, un abuelo…, podemos saber por sus libros anotados lo que le llamaba la atención, quizás lo que pensaba sobre lo que leía…
No sé, es todo tan complejo, es todo tan extraño…
Sería bueno que Abelardo Linares nos dejara un comentario iluminador, él que tantos libros viejos ha tenido entre sus manos. Pero no sabemos en qué avión estará ahora subido el infatigable Abelardo.
2 comentarios:
Si lo piensan el subrayado es una glosa humilde, un comentario pequeñito; uno no puede añadir nada pero si quiere hacer suyas las palabras del autor.
Si lo piensan un subrayado no es más que una glosa humilde, un modesto comentario; uno no alcanza a comentar el libro que está leyendo pero quiere hacer suyas las plabras del autor, la opinión que estas recogen, el hallazgo que transmiten.
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