En la hostil Alemania de los años treinta, el sacerdote salesiano August Stassig se veía obligado a pasar un auténtico calvario en su recorrido cotidiano. Bandadas de chiquillos y mozalbetes le hostigaban, haciéndo de él mofa y befa. Un día en que la cosa pasó a mayores y algún objeto no identificado le pasó silbando por la oreja, su paciencia llegó al límite, se remangó la sotana y les gritó: —Ved, yo también llevo pantalones.
Bastó para que los niños, que entonces se asustaban con tan poco, salieran corriendo y ya no volvieran a molestarlo.
No obstante, el P. Stassig, SDB, tuvo, hitlerismo mediante, que trasladarse a España, en cuyo colegio de Utrera dio clases de alemán a mi padre.
Sería este sacerdote quien casara a mis padres y, algo más de un año después, derramara sobre mi calva, la de entonces, las aguas del bautismo.
La anécdota del arremangamiento de la sotana la cuenta mi padre en la comida de los jueves. También mi madre parece conocerla. Yo no recuerdo haberla oído nunca.
Poco después de nacer yo, el P. Stassig se trasladó a algún lugar de Suiza, donde murió. No guardan mis padres ninguna foto suya. Pero la anécdota, eso sí, es gráfica.
1 comentario:
Emocionante entrada. Cuánto de sus pantalones te pasaría tu bautizante...
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