En mis años de juventud ilusionada (y, ay, también, sí, bastante ilusa) yo aspiraba a ser algún día novelista, ensayista, dramaturgo, poeta… Ahora sólo aspiro a ser un escritor de blogs. Me conformaría con dejar un blog vagando por los insondables rincones del ciberespacio, sin oler la tinta ni conocer el papel. Sin género literario como corsé, salvo este libérrimo y nuevo del blog, de la bitácora. Que no es un género, sino sólo, acaso, un soporte.
No digo que no vaya a escribir nuevos libros, sino que renuncio a la imprenta. ¿A qué fatigar los tórculos para que te lean cuatro… o seis? ¿Para qué lidiar con editores si tú mismo te puedes editar al instante? ¿Para qué publicar en papel, si te van a pagar lo mismo que en el blog, o sea, nada o cuatro perras que no te sacarán de la pobretería? ¿Para qué herir la vanidad con libros que no se venden si el contador de la página te proporciona consuelos instantáneos?
Decidido. No publicaré más libros.
¿Decidido? —me pregunta uno de esos diablillos familiares que nos rondan por las cavidades más recónditas de la conciencia.
—Bueno —le respondo y me respondo a mí mismo, quizás para reservarme una gitanesca cláusula de salvaguarda—, es que estamos a finales de año, haciendo la lista de buenos propósitos para el que viene…
Me temo que no he podido engañar al diablejo. No es extraño. Ni siquiera he logrado engañarme a mí mismo.
2 comentarios:
Hasta que aparece el diablejo del post, me parecía estar oyendo la música de fondo del famosísimo 'No volveré a ser joven' de Gil de Biedma. Pero compruebo, finalmente, que son cosas de la Navidad. Un saludo, y felices fiestas.
(Lo del blog como nuevo género o tan sólo nuevo soporte daría para un amplio debate, ¿por qué no abunda en él?)
El problema que tienen ustedes, mis estimados señores, es la inevitable melancolía de lo tangible y perecedero frente a la sempiterna durabilidad del byte.
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