Samuel Barber compuso su Adagio para cuerdas en 1936, aunque no se estrenó hasta 1938.
Yo lo escucho ahora, en una noche de verano, bajo las estrellas, y no hay nada en él que me recuerde los convulsos años treinta.
Su melancolía es eterna, su herida es mortal. Como nosotros mismos.
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