"No es fácil averiguar lo que, en lo íntimo, pensaba, sentía Valera", escribe Azorín en su "Nota a Valera", un artículo publicado en el ABC del 6 de junio de 1952, luego recogido en el libro misceláneo De Valera a Miró (Madrid, Afrodisio Aguado, 1959). "Hay textos de Valera -añade Azorín- en pro y en contra de una idea, de una cosa, de un hombre, de una institución."
Pues esa misma es la tesis que Andrés Amorós sustenta en su reciente libro, La música de la vida, consagrado al escritor egabrense. Sólo que más de medio siglo después de que ya lo dijera Azorín. Lo que pasa es que Amorós lo ejemplifica. Véanse por caso las páginas 97 a 102, sobre el pensamiento religioso. ¿Era Valera agnóstico? ¿Creyente? ¿Acaso ateo? ¿Católico liberal o católico de boquilla y por conveniencia? Amorós amontona las citas para todos los gustos.
¿Era Valera un hombre que pensaba tanto que no pensaba nada?
Me resisto a la paradoja.
A alguien que a estas altura diese en la feliz idea, y la llevase a cabo, de escribir un libro sobre don Juan Valera se le debería exigir algo más que acumular citas contradictorias. Tendría que cernirlas y discriminarlas, contextualizarlas y jerarquizarlas. Cruzar los datos. En suma, interpretar. Reconstruir una vida, su sentido. Dentro de una época.
¿Tiene el mismo valor una observación al vuelo en una carta privada (y luego, habría que ver a quién va dirigida, porque a veces decimos lo que al otro le gustaría escuchar) que un artículo o un discurso o una novela? ¿No se ha de notar el paso del tiempo?
Andrés Amorós, brillante divulgador (su Introducción a la literatura aún me sigue pareciendo de lo mejorcito), es también profesor noticioso y erudito. Aficionado a la tauromaquia, es fino con el capote, pasable con la muleta, desesperante con la espada.
Me temo que después de Amorós (peor aún: después de Lombardero) don Juan Valera tendrá que seguir esperando el libro que nos lo explique de veras.
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