Nombrar es recordar
Vivir es ver volver. Lo que se fue regresa. Hay cristianos y moros que vuelven al río. Pintores y lavanderas. Panaderos, barqueros, molineros. Lienzos, fotografías, impresos, leyendas orales o escritas. En lo pequeño, en lo pequeño de este río, podemos hacer calas y calas y siempre se nos mostrará inagotable. La misma toponimia actúa de fijador de la memoria. Nombres que ayer se pronunciaban y que ya apenas si dicen nada. Otros que perduran, resistentes al tiempo.
Con los nombres del río, de sus arroyos y sus fuentes, de sus molinos y huertos, se puede rezar una letanía inacabable, una oración fervorosa de invocaciones a la memoria y al tiempo que huye irreparable.
Molinos que se nombran de Cerrajas, Arrabal, Pelay Correa, la Aceña, Realaje, Benaharosa, Vadalejos, las Eras y Oromana, San Juan, el Zacatín, el Algarrobo, el Álamo, la Mina y el Adufe y Tragahierro, el Fraile y las Aceñas de Doña Urraca…
Estos molinos ya no muelen, y es cierto que muchas, muchísimas fuentes que corrían ya no corren, pero siguen sonando en sus apelativos: la fuente de la Judía, la de la Fuensanta, la del Concejo, la de Santa Lucía, venero originario de los Caños de Carmona…
Revuelve uno estos nombres, y en los nombres mismos —Pelay Correa, Doña Urraca— está la información de su linaje. En los nombres, el detalle evocador. Se dice de Realaje a uno de estos molinos, y así lo escribe el mismísimo Leandro José de Flores, canónigo de la catedral e historiador de su villa en el primer tercio del siglo XIX, y así lo sigue pronunciando el pueblo hasta hoy mismo. Pero basta con abrir el diccionario, el de la Real Academia sin ir más lejos, sin necesidad de etimologías fantásticas del género arabesco, a las que tan aficionados son tantos, sin entender ni poco ni mucho de la lengua arábiga, y acudir a la voz rebalaje, que allí viene, y nos cuenta que significa «remolino que forman las aguas al chocar con un obstáculo cualquiera». Y ahí tenemos a nuestro Rebalaje convertido en Realaje, por mor de la querencia romance a la caída o pérdida de la consonante entre vocales. Y ahora, ¿querremos restaurar la grafía y la pronunciación ortodoxa o mantendremos la vulgar? A uno, peripatético sedente, tanto le da lo uno como lo otro, y se conforma con saber que nuestro extraño Realaje, donde el río da un giro violento, diciendo ya adiós a Alcalá, ya camino de Sevilla, es, en realidad de verdad, un auténtico rebalaje.
Otras veces los nombres son sugerentes, pero no pasan de la sugerencia, sin llegar a la revelación. El sitio del Adufe, muy cerca del molino de Rebalaje o Realaje, es lugar ameno, como una playa del río después de las violencias del famoso rebalaje. Pero, ¿qué significa Adufe? Aquí, sí; ahora sí que sí que nos encontramos con un verdadero arabismo, aunque Rodrigo Caro la supusiese voz de origen griego. Adufe significa pandero. ¿Acaso se celebraban aquí fiestas o romerías en que se tocase el adufe? No podemos saberlo. Pero es curioso que exista un cuadro de Manuel Barrón, de aproximadamente hacia 1840, titulado Fiesta en la venta: vista de Alcalá con el Molino del Realaje, propiedad actualmente de un coleccionista sevillano, que nos presenta una vista de este sitio. La escena recoge un atardecer de luces sonrosadas. Al fondo se divisa la fortaleza y el campanario de la ermita de Nuestra Señora del Águila, a cuyos pies discurre, casi invisible, el río, paralelo al camino de Sevilla por donde cabalgan jinetes y transitan acémilas. La zona más iluminada de la composición es la del molino mismo y sus inmediaciones. Se distinguen allí varios grupos de personajes populares, el más nutrido de los cuales se divierte bailando, jaleado por… un pandero. Fernández Lacomba, en su mentado estudio sobre la escuela paisajística sevillana, halla raro y contradictorio que se llame venta a lo que es un molino, y explica que «fruto de una identificación superficial, se ha confundido el molino representado con una rústica venta». Pero tal vez no, tal vez Barrón no se confundiera ni superficial ni apresuradamente, sino que pintara lo que veía o lo que había visto más de una vez. Uno mismo recuerda que en algún molino, en los días de la canícula, expendían bebidas y refrescos a los bañistas y los excursionistas que acudían a la umbrosa corriente del Guadaíra. Era, si mal no recuerdo, el molino de la Aceña. ¿Por qué éste de Rebalaje, en el sitio del Adufe, no pudo funcionar asimismo como venta? En todo caso, el nombre de Adufe y la venta del cuadro casan, casan, unidos por el vínculo de este pandero danzante de Manuel Barrón. Sin que sepamos más.
Pero, para los alcalareños de hoy, el Adufe no les suena para nada a pandero. Para ellos, preguntadlo si no, el Adufe es el edificio de arquitectura inglesa que, justo allí donde Barrón situaba en su cuadro a un caballista, construyó la Seville Water Works Company, es decir, la compañía inglesa que a partir de 1885 se haría cargo del abastecimiento de aguas a Sevilla. Esta casa de máquinas ha caído en desuso, como otrora el molino. El tiempo, que huye, va dejando restos y escorias de su huida, abandonados a merced de los que vengan detrás.
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