Pero lo más sorprendente del libro de FS es que, al final, reivindique... ¡lo sagrado!
Y es que el ateísmo, se quiera o no, es negación. Y esto no basta. Hay que proponer una alternativa.
Por eso, escribe FS, "la principal tarea de una incredulidad realmente ilustrada es no contentarse con la mera incredulidad: a partir de ella pero más allá habría que buscar el concepto inteligible de lo inmanejable que nos asemeja y caracteriza dentro aunque también frente al resto de lo real." (p. 170)
Y poco antes (p. 168), aun más rotundo:
"Es el reconocimiento de lo sagrado lo que nos define como humanos: a diferencia de lo que cree cierto "naturalismo" ingenuo, lo sagrado no es preocupación y exigencia de los dioses sino preocupación y exigencia de los humanos."
Esto lo suscribiría cualquier creyente: que lo sagrado es exigencia y necesidad de los humanos. Ahora bien, ¿qué es lo sagrado para
FS? Por supuesto, no tiene nada que ver con lo sobrenatural. Se trataría de "un sagrado
inmanente a la existencia humana, que trascendiera lo utilitario y calculable pero no lo terrenal."
En realidad, FS no aporta nada nuevo con respecto a pensadores ateístas anteriores. Se trata, en definitiva, de afirmar que el verdadero dios es el hombre. Una transferencia de Dios (es decir, de lo sagrado) al hombre. La muerte de Dios diviniza al hombre.
Pero hasta el hombre más simple, pero dotado del sentido común que a veces falta en tantos intelectuales ególatras, sabe que no es Dios. En el carácter divino del emperador no creían ni los propios emperadores. Y si un hombre intenta "buscar el concepto inteligible de lo inmanejable que nos asemeja y caracteriza dentro aunque también frente al resto de lo real" entonces no tiene más remedio que acudir a lo trascendente y a lo sobrehumano. Porque, si no, somos como animales, unos animales infinitamente más desarrollados, pero también infinitamente más desgraciados, porque tenemos conciencia de la muerte.
Si nos consideramos dioses, o divinos, o sagrados, como quiere FS, entonces el problema se recrudece y agudiza, porque así nos rebelaremos aun más vivamente, aun más dolorosamente, contra nuestra definitiva aniquilación. La percibiríamos como aun más injusta.
Pero
FS tiene un remedio contra la angustia de la conciencia del morir.
¿Aceptar la muerte como un hecho inevitable, ante el que debemos permanecer serenos y resignados, si podemos? No. La solución, para
FS, está en el
"como si". Así dice en el último capítulo, titulado "Don Quijote y la muerte":
"Para negarnos a la muerte, hay que elegir una empresa, una cruzada, un propósito que se quiera invulnerable y que nos haga deambular sobre la faz de la tierra -a nosotros, que nos sabemos mortales, que lo único cierto e inapelable que conocemos es nuestra mortalidad irrevocable- como si fuésemos inaccesibles a la muerte."
Y es que "el proyecto moral humano -sigue diciendo
FS- no estriba en convertirnos en inmortales sino en vivir
como si mereciésemos la inmortalidad, como si nada en nosotros estableciese complicidad con la muerte o le rindiese vasallaje".
Pues vaya chasco, tío Frasco. Huyendo de un engañifa repugnante (Savater dixit), nos encontramos con otra no menos deplorable, e incluso aun más infantil. Hagamos "como si" la muerte no fuera con nosotros. Vale, pero para eso, mejor me entrego a los estupefacientes o a la dipsomanía. Huyendo del opio de la religión, tendré que tomar opio de verdad: así ni me entero.
Huyendo de la infancia humana (es decir, de la etapa en la que el hombre aún creía en los dioses), hemos dado en el peor de los infantilismos, en el de los adultos que juegan al
como si de los juegos infantiles.
E ilusión por ilusión, la gente siempre escogerá la ilusión más ilusionante, porque eso es lo propio de la ilusión, ilusionar, mejor que la ilusión savateril, cargada con el distanciamiento brechtiano del "como si". La primera, por lo menos, permite la duda. La segunda no pasa de ser una broma macabra.
Llegados a este punto, yo le deseo a Savater tres cosas: que la ETA no le roce nunca ni un pelo de la ropa, que no acaben echándolo de PRISA, y que su próximo libro esté mejor armado de argumentos, cosa que creo no le será muy difícil.