La respuesta es la esperada: depende. Hay poemas que salen de una vez, claros y definitivos, limpios y contundentes, y entonces, para explicar ese fenómeno, no hay más remedio que recurrir a la palabra inspiración, aunque otros puedan creer que la palabra justa sea suerte.
Pero lo más corriente es que el poema necesite su tiempo, su maceración, para conseguir aquello que decía Lope: el verso claro y el borrador oscuro.
Hace unos días puse aquí un poema, "El hilo de la vida", que algunos elogiaron. Quizás no se fijaron, por inadvertencia o por generosidad, ni en la etiqueta (versos borrados o borrosos) ni en el antetítulo: A la papelera.
Pero ningún borrador se debe tirar a la papelera, sino depositarlo en el cajón y dejar que pase el tiempo. Algo quisimos decir, algo vimos, aunque todavía no lo veíamos del todo.
El poema publicado no era más que una obviedad. Algo faltaba. Por no sé qué extraños vericuetos me llegó la luz al fin y lo pude ver claro. Ahora el poema queda así:
EL HILO DE LA VIDA
¿DE qué depende el hilo de la vida?
De diez minutos más en la ambulancia.
Del alcohol inexperto y barato
que una noche de viernes se estrella contra ti.
O de que el cirujano
o la enfermera o el anestesista
no logren ese día la atención o el acierto
que su currículo muestra que poseen
sin género de dudas.
De que alguna molécula,
que alguna proteína,
algún extraño nombre bioquímico
se subleven en contra de su dueño.
Ya los griegos temían
a no sé qué tijeras caprichosas
en manos de unas tipas algo crueles.