Dicen los especialistas que Meléndez Valdés es el modelo y paradigma del poeta ilustrado en España. No seré yo quien diga lo contrario. Pero me llama la atención que en ciertos pasajes desmienta esta imagen o esta etiqueta que le aplican los estudiosos.
Así, por ejemplo, en La despedida del anciano, "dura crítica de la situación del país, de sus clases dirigentes y de sus leyes", según Antonio Astorgano Abajo (Don Juan Meléndez Valdés. El ilustrado, Badajoz, Diputación, 2007, p. 681), quien añade que el poema confirma "la creencia melendeciana de que eran necesarias las reformas de la Ilustración".
Sin embargo, aparte de que el poema es más una elegía nostálgica del pasado (¿Do están los brazos velludos,/ de cuyo esfuerzo temblaran/ un tiempo la Holanda indócil/ y la discorde Alemania?) que una oda al futuro, sorprende, en este supuesto iluminista, su llamamiento a una mayor dureza de la Iglesia, reivindicando casi casi la vuelta de la Inquisición de los mejores tiempos:
¡Ministros de Dios!, ¿qué es esto?,
¿cómo no clamáis? ¿La espada
del anatema terrible,
por qué ha de estar en la vaina?
La verdad es que Meléndez sigue siendo un misterio. No le faltaron desde luego contradicciones inexplicadas. Lo mismo llamó a la rebelión de los españoles contra el invasor que les aconsejó la paz. Se deshizo en elogios de José I y colmó de ditirambos a Fernando VII, "disuelto y abolido el gobierno de las Cortes".
¿Misterio el de Meléndez? Quizás no mayor que el de, un poner, Benavente, que levantaba el puño cerrado junto a Miaja en Valencia y, dos años más tarde, en la misma ciudad, saludaba a la romana junto a Aranda.
LA FRASE
"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."
Sir Arthur Conan Doyle
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martes, 31 de marzo de 2009
miércoles, 14 de enero de 2009
Don Juan Meléndez Valdés y los primeros barruntos del socialismo en España
Repasando las actas de un simposio sobre Juan Meléndez Valdés y su tiempo (Mérida, Editora Regional de Extramadura, 2005), encuentro esta cita, en la ponencia de Emilio Palacios Fernández sobre "Juan Meléndez Valdés, poeta social", que me llama la atención por lo que pudiera tener de signficativa para la historia de las ideas en nuestro suelo patrio. Escribe Meléndez:
"Si son la pobreza y la miseria indispensables elementos del estado social, al Gobierno, depositario de su felicidad y su armonía y fiel intérprete de las voluntades particulares, toca de justicia la santa obligación de velar sobre los infelices y ser tutor y padre en sus necesidades."
[Juan Meléndez Valdés, "Fragmento de un discurso sobre la mendiguez", en Discursos forenses]
La frase, por descontado, está llena de buena intención. Pero fijémonos en los detalles. Meléndez no cree que la pobreza vaya a desaparecer nunca (en lo cual, por lo menos hasta ahora, no se equivocó). Pero, so pretexto de esta situación, presta alas al Gobierno y al Estado para arrogarse un papel providencial. La felicidad y la armonía del cuerpo social, del Estado depende (no de los propios individuos), porque este Estado es "fiel intérprete de las voluntades particulares" (¿de todos los particulares? ¿de la mayoría? ¿de un promedio, digamos, centrista?). El Estado deberá ser "tutor y padre" de las necesidades del pueblo, especialmente de los pobres, o como diríamos hoy, de los más desfavorecidos.
Meléndez nunca habla de caridad, sino de beneficencia, es decir, de lo que hoy llamaríamos "Estado del bienestar".
Con toda justicia, hay que reconocer a Meléndez Valdés como uno de los precursores del socialismo en España. Y en la Ilustración, ver los primeros vagidos o barruntos de esta ideología que hoy se ha convertido, y desde hace mucho tiempo, en la predominante.
"Si son la pobreza y la miseria indispensables elementos del estado social, al Gobierno, depositario de su felicidad y su armonía y fiel intérprete de las voluntades particulares, toca de justicia la santa obligación de velar sobre los infelices y ser tutor y padre en sus necesidades."
[Juan Meléndez Valdés, "Fragmento de un discurso sobre la mendiguez", en Discursos forenses]
La frase, por descontado, está llena de buena intención. Pero fijémonos en los detalles. Meléndez no cree que la pobreza vaya a desaparecer nunca (en lo cual, por lo menos hasta ahora, no se equivocó). Pero, so pretexto de esta situación, presta alas al Gobierno y al Estado para arrogarse un papel providencial. La felicidad y la armonía del cuerpo social, del Estado depende (no de los propios individuos), porque este Estado es "fiel intérprete de las voluntades particulares" (¿de todos los particulares? ¿de la mayoría? ¿de un promedio, digamos, centrista?). El Estado deberá ser "tutor y padre" de las necesidades del pueblo, especialmente de los pobres, o como diríamos hoy, de los más desfavorecidos.
Meléndez nunca habla de caridad, sino de beneficencia, es decir, de lo que hoy llamaríamos "Estado del bienestar".
Con toda justicia, hay que reconocer a Meléndez Valdés como uno de los precursores del socialismo en España. Y en la Ilustración, ver los primeros vagidos o barruntos de esta ideología que hoy se ha convertido, y desde hace mucho tiempo, en la predominante.
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