[Giorgio de Chirico, La conquista del filósofo, 1914]
El tiempo, en el reloj de sol, se detiene cortés un momento para dejar pasar una nube.
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En el reloj de sol, la noción del tiempo se pierde por las noches.
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Los relojes de arena deberían ser de ceniza.
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Relox: el reloj de fray Antonio de Guevara, por ejemplo.
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El terrorista obliga al reloj, de suyo tan inocente, a los peores crímenes.
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El péndulo del reloj es que está diciendo adiós al tiempo que se va.
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El reloj de pulsera parece que está midiendo las pulsaciones que nos quedan.
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Ante el reloj de agua, Heráclito y Parménides siguen sin ponerse de acuerdo. Fluye. No fluye. Fluye…
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El despertador ideal debería sonar con clarines de diana.
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Es inútil mirar el reloj. Adonde tenemos que llegar siempre llegaremos a su hora.
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Los relojes de campana son de misa diaria.
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Las pilas del reloj se gastan con el tiempo.
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El cronómetro es al reloj lo que la prosa es a la poesía.
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Reloj, no marques las horas… Más vale no enterarse.
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En filosofía, los relojeros tienden a ser de la escuela mecanicista.
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El péndulo del reloj es un indeciso en materia electoral: izquierda, derecha, izquierda…
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Y un escéptico en filosofía: sic et non.
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El reloj atómico atomiza tanto el tiempo que lo vuelve nada.
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En el museo de relojes, el tiempo se nos muestra tal cual es: multiforme y diverso, pero siempre el mismo.
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Los relojes de música pretenden amansar las horas fieras.
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Los relojes de las viejas catedrales góticas sólo deberían dar los siglos.
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El segundero suele ir por delante. Pero sin dejar de ser segundo.
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El reloj es una máquina de manufacturar el tiempo.