Ya sé que es una convención, un puro arbitrio de la cronología, que poco o nada cambiará porque arranquemos la última hoja del calendario y abramos otro nuevo, que diga 2011, o sea, MMXI. Nada, aunque los periódicos hagan balance del año que acaba de morir en nuestros brazos. Si acaso, y eso es también pura convención, cambiará alguna cifra en nuestro sueldo, en nuestra hipoteca, en nuestras costumbres, porque ya no se podrá fumar en ningún sitio público… Poca cosa.
Así y todo, uno debería decir algo, algo solemne, o que sonase muy solemne y muy definitivo. Pero no, a uno no se le ocurre decir nada en esta coyuntura. Cambia un año, viene el otro, ¿y qué?
Ni siquiera tiene uno humor para hacer una lista de buenos propósitos para el Año Nuevo. ¡Hemos hecho tantas que nunca se cumplieron!
En estas circunstancias, tan negras y pesimistas, que afrontamos, y cuando sabemos que el año próximo seremos más pobres, sí o sí, y no vemos la salida de este oscuro y largo túnel, desearos feliz año puede resultar hasta macabro.
Pero, en fin, pongámosle un poco de voluntarismo a la cosa: ¡Feliz Año Nuevo!