LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

domingo, 31 de diciembre de 2006

La noche de San Silvestre


En el sepulcro del cardenal Portocarrero, en la catedral de Toledo, esta inscripción, en letras de oro:
Hic jacet pulvis, cinis et nihil.

Y parece la descripción de este año que se va. Polvo, ceniza, nada...
Ahora, por lo menos, a punto de dar las campanadas, lo es ya. Lo que queda, si algo queda, ya no está en él.
En las postrimeras horas del año piensa uno en eso, en postrimerías.
Y es que el pensamiento vuela adonde quiere él, no adonde quiere uno.
¿Hora de hacer balance? No, hay demasiado ruido. Ni siquiera de hacer planes o listas de buenos propósitos.
Es más bien hora de alzar una copa de chispeante champaña y brindar por esta nueva jornada que se nos abre en el camino. De desear lo mejor. Ojalá que. Aunque sepamos bien que. Pero, en fin, levantemos nuestras copas. Con esperanza, con alegría. Con un poquito de frivolidad también.
Feliz año nuevo. Y que descanse en paz el viejo. Se lo tiene merecido.
Mañana, o pasado, pensaremos en el nuevo.
Y no, no está uno deprimido. En absoluto. Doy un sorbo a mi copa. Por vosotros, por todos vosotros.

viernes, 29 de diciembre de 2006

Diario de avisos

... Y recuerdo que sigue abierta la aportación de traducciones del poema Remordimiento póstumo de Baudelaire, aquí.

Verdades, mentiras y estadísticas

Ya se sabe que existen las verdades, las mentiras y... las estadísticas.
Las estadísticas no son ni verdades ni mentiras, sino todo lo contrario, que diría Jardiel, o Mihura, no me acuerdo.
Tres proyectos estrella del actual gobierno cumplen un año: la ley de violencia de género, la ley anti tabaco y el carné por puntos.
¿Han tenido éxito? Bueno, ahí están las estadísticas de una cosa, de la otra, y de la otra.
Los políticos se tirarán las estadísticas a la cabeza, y las interpetarán según les convenga.
Pero frente al engañoso positivismo de las estadísticas, están los criterios, los principios, los fundamentos éticos... Y eso, al parecer, es precisamente lo que nos falta. Cuando el diágnostico no es certero, la terapia será, con toda seguridad, inadecuada.

Alerta, internautas

El gobierno prepara una Ley de Impulso de la Sociedad de la Información que, pese a su rimbombante nombre, y según explica Enrique Dans, vía Libro de Notas, no es más que un intento de controlar y censurar internet.
Añado por mi cuenta el dato de que Antonio Gamoneda (vulgo Yamoneda), flamante Premio Zetapevantes, se ha apresurado a exigir urgentemente este control. Lo más chusco del caso es que el propio Gamoneda confiesa que no ha utilizado internet en su vida. Genio.

jueves, 28 de diciembre de 2006

Vol-ateridas (diciembre y enero)

[Sierra Nevada en invierno, de Joaquín Sorolla]

Invierno rima con Infierno. Y no debe de ser por casualidad: Infierno es el lugar donde ya nadie puede calentarse con el fuego de Dios.

*

“Blanco sudario”: nieve antigua de poetas cursis.

*

Contra los copos de nieve, los copos de lana. Y mejor si a estos copos se les añade una copa.

*

El amor es la única candela a la que, incluso en verano, nos complace arrimarnos.

*

Los tres fuegos del invierno: Jesús, María y José.

*

¿Por qué las llamarán máximas si (las buenas) son mínimas?

*

Con el frío, la volatería también se encoge.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Las adelfas (I)


Sigo con mis cogitaciones machadianas, y en concreto sobre el teatro, tan mal entendido, de Manuel y Antonio.
Por supuesto, Las adelfas (1928), aunque así lo venga repitiendo la crítica desde el día de su estreno (el último, Gibson), nada tiene que ver con el psicoanálisis.
Cierto que Freud puso "de moda" la interpretación de los sueños. Pero la interpretación de los sueños ya existía mucho antes de Freud, y como se sabe, no es esto lo medular ni lo original del psicoanálisis.
Cierto también que en la obra se alude a "un doctor austríaco" e incluso se menciona la palabra "psicoanálisis". Pero estas alusiones están llenas de retranca y distanciamiento irónico. Se insiste en que, antes de pasar a manos de los médicos, el valor de los sueños ya era conocido por los poetas. Ahora "hasta se operan", dice el médico (médico, no psicoanalista) Carlos Montes, con evidente ironía. Y más ironía aun sobre la eficacia clínica del psicoanálisis es la que muestra Carlos Montes cuando Araceli le pregunta que si los sueños se curan, y él responde:
Con la divina asistencia,
algunas veces.
A lo que añade poco después que "no todo/ es farsa en la nueva ciencia/ del psicoanálisis". ¿Y qué es lo que no es farsa en esta nueva ciencia? Pues lo más viejo y sabido, que "el alma/ puede enfermar".
Y pasa Carlos Montes (o los Machado, que hablan por su boca) a exponer su teoría, que, aunque con leves puntos de contacto con el psicoanálisis, no es psicoanálisis. Porque más que basada en sueños, está basada en el diálogo. Si el diálogo socrático estaba destinado a encontrar verdades universales o ideas puras, este "erotemática nueva" va destinada a encontrar las verdades personales, las de cada uno, "las que cada cual al fondo/ sin fondo del alma lleva". Desde luego, Freud nunca hubiera hablado de "alma". Este mundo oscuro hay que sacarlo a la luz: "una cura/ de sol como otra cualquiera".
Al final, Araceli estará curada, pero no por el psicoanálisis ni por la interpretación de los sueños, sino por el amor, ahora sí, el verdadero amor. Así lo reconoce la propia Araceli, dirigiéndose a Salvador (nombre parlante, claro está), en la escena final de la obra:
Lo que es la vida,
lo he sabido yo ahora al verte.
Lograste desencantar
la princesa que dormía,
y no sólo despertar:
para mí se hizo el día
cuando te he visto llegar.
Tú me has devuelto la calma
y convertido el dolor
que me mataba en amor.
cuando te he visto llegar.
Entonces, si Las adelfas nada debe al psicoanálisis, ni menos aun lo sigue en su doctrina, ¿de qué trata la obra? Ya Enrique Díez Canedo reconocía que le resultaba algo confusa. Pero de confusa no tiene nada para un lector atento. Para verlo más claro tendremos que resumir su argumento. Operación, esta del resumen del argumento de una obra literaria, menos inocente de lo que pueda parecer.

martes, 26 de diciembre de 2006

Bandos&Belenes

No todos los socialistas son acérrimos laicistas, hambrientos comecuras o furibundos arrojabelenes. El Ayuntamiento de mi pueblo, de inmemorial mayoría absoluta socialista (y lo que te rondaré, morena), ha instalado por primera vez este año un Nacimiento, en lugar destacado en la casa consistorial, y hasta hace propaganda para que se visite.
Y el alcalde, del que dicen los informados que es amicísimo de Zapatero, ha dictado un bando y lo ha repartido por las casas, que, más que bando administrativo, parece sermón navideño. Aunque no hable de caridad, sino de solidaridad. Y aunque atribuya lo entrañable de estas fechas a "alguna razón" sin determinar.
En fin, no todo el monte es orégano. Y justo es reconocerlo.

domingo, 24 de diciembre de 2006

La buena noticia




No está de más el saber,

las notas a pie de página…

Pero la buena noticia

nos cabe en un telegrama.


(Juan, I, 14: Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis)

Mr. Scrooge

Dejemos que el periodista Alfonso Basallo nos escriba la entrada de hoy. Mr. Scrooge anda suelto por España. El mismo Dickens no podría creerlo.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Días de invierno


Días grises, fríos, plomizos, aunque luzca el sol.

Días últimos del año.

Días de meditación, en medio de la vorágine consumista, del frenesí mercantil.

Días de Aviento en que ya no sabemos bien quién o qué esperamos.

Días tristes, aunque debieran ser alegres.

Ojalá, le da a uno por pensar a veces, se apagaran todas esas luces. Ojalá sólo ardiera una candelilla en la oscuridad y brillara una sola estrella en lo alto.

Pero habrá que guiarse a través de este desierto iluminado. Abrirse paso entre las montañas de baratijas multicolores.

Si nos fijamos bien, y a pesar de tanto estorbo y tanto muro alzado, veremos la luz, la única luz con que contamos.

Pero habrá que alejarse algo del bullicio y mirar hacia lo alto.

jueves, 21 de diciembre de 2006

La condena del dualismo

La divinidad es trinitaria, pero la humanidad es sólo dualista. Blanco o negro, frío o caliente, izquierda o derecha, cuerpo o alma...
Hegel intentó validar el tertium datur, la Aufhebung, la síntesis superior de lo uno y lo otro. No lo consiguió. O sólo de modo retórico e imaginístico. Y, a la postre, falsario.
Seguimos pensando en términos de lo uno y lo otro. Y de lo uno frente a lo otro.
Quizás conviene que así sea, por mor del pensamiento claro y distinto.
Quizás no haya más remedio porque, simplemente, así es el pensamiento humano, así funciona su lenguaje.
Pero seguimos teniendo la conciencia dolida y latente de la radical insuficiencia del pensamiento dicotómico. De que este dualismo, en el fondo, no es sino una condena de nuestra condición humana.
Y de ahí, tal vez, provenga el sic et non, el odi et amo...
Pero aún albergo la sospecha de que el hombre posea una facultad que no sé bien cómo denominar, ¿intuición, tal vez?, mediante la cual pueda aprehender, y sin apenas estudio, la verdad verdadera.
Pero, ahora que caigo, la Verdad se opone a la Mentira, y lo cierto a lo erróneo.
Así que, nada, condenados.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Moros y cristianos


Sobre el polémico (vocacionalmente polémico, podríamos decir) libro de

Emilio GÓNZÁLEZ FERRÍN, Historia general de Al Ándalus. Europa entre Oriente y Occidente. Córdoba, Almuzara, 2006, 605 páginas.

prepublicamos en rigurosa exclusiva, por gentileza de su autor, el profesor de la Universidad de Huelva Alejandro García San Juan, la reseña que del mismo aparecerá en la revista Medievalismo, órgano de la Sociedad Española de Estudios Medievales (otra versión del asunto se puede ver aquí):

"Desgraciadamente, los historiadores profesionales estamos acostumbrados al vapuleo al que es sometida nuestra disciplina desde los más variados sectores. Durante las dos últimas décadas, las autoridades educativas sehan encargado de reducir a un nivel meramente testimonial la presencia de la Historia en los Planes de Estudio de la Enseñanza Secundaria y del Bachillerato, mientras que, desde el ámbito editorial, se nos bombardea de manera insistente con productos que, en ocasiones, bajo el disfraz de novedades historiográficas, ocultan una más que dudosa intencionalidad. De esta forma, el conocimiento histórico sigue siendo un ámbito, al parecer, abierto, al que cualquiera parece tener acceso sin importar su formación, méritos o trayectoria profesional, sea o o académica. Lo que es cierto respecto a la Historia, en general, se verifica en los últimos tiempos con acentuada gravedad respecto a la Historia Medieval, ya que el conflicto que en aquellos siglos mantuvieron musulmanes y cristianos ha sido tomado como punto referencial al que acuden, con diferentes
propósitos y puntualidad invariable, los púgiles que en la actualidad combaten en el cuadrilátero del llamado ‘choque de civilizaciones’, la nueva ideología que, a comienzos de los noventa, certificó el fin de la Guerra Fría. En este campo de batalla combaten, de un lado, los que
demonizan al islam como ideología oscurantista, discriminatoria, intolerante y fanática, enfrentados a los que, sin duda de forma loable, tratan de contrarrestar la islamofobia rampante, aunque por desgracia los argumentos empleados disten siempre de ser asumibles.

El libro que reseñamos se inserta de pleno en esta vorágine de inmisericorde destrozo del conocimiento histórico, en concreto del pasado medieval de la península Ibérica. Su autor procede del mundo académico del Arabismo, disciplina que, desde sus orígenes en el siglo
XIX, ha estado estrechamente ligada al estudio de al-Andalus, si bien no es tal el caso que nos ocupa, pues su trayectoria lo aleja por completo del ámbito de los estudios andalusíes, como atestigua la propia Bibliografía final, donde no se incluye una sola publicación que acredite su experiencia en la citada disciplina. Nos enfrentamos, pues, a un producto bibliográfico que, por desgracia, abunda en nuestros días, el del supuesto libro de Historia cargado de ínfulas y pretensiones escrito por aficionados que, lejos de aportar nada significativo al conocimiento histórico, contribuye a divulgar entre el público más variado falacias, mitos y pamplinas. Digo supuesto libro de Historia debido a que, en realidad, el propio autor define su trabajo (página 14)
como ‘ensayo de Historiología’ (?) que trata de ‘pulir y hacer encajar elementos que nos muestren la estructura, las leyes y las condiciones de esa realidad histórica llamada Al Ándalus’.

Con semejante definición, lo primero que llama la atención es la total inadecuación entre el contenido del libro y su título, ya que, en lugar de una /Historia general de al-Andalus/, entendido como manual u obra dereferencia básica, lo que se nos presenta es un ensayo filosófico, género transitado con anterioridad por el autor en otros trabajos. En lugar de una síntesis actualizada y documentada de la historia de al-Andalus, nos enfrentamos a un ensayo que, lejos de la claridad exigible a una obra destinada a un público no especializado, exhibe una
espesura conceptual de una densidad tal que resulta estrictamente incompatible con cualquier atisbo de divulgación del conocimiento histórico. Por dicho motivo adelanto que no es, desde luego, un libro recomendable para alguien que desee iniciarse en el estudio de al-Andalus pues, aparte de otros defectos, su planteamiento y su estilo son de una pretenciosidad difícilmente digerible incluso para elespecialista.

Dos son los rasgos que definen la actitud de nuestro ensayista ante el conocimiento histórico, que bien pueden reducirse a uno: la absoluta falta de rigor. Ello se manifiesta tanto en su insólita utilización de los testimonios históricos como en su peculiar forma de entender la historiografía. Ambos aspectos nos remiten al perfil profesional del autor, un filólogo-ensayista que muestra una total ausencia de familiaridad con las formas de trabajo de los historiadores y, lo que es
peor, un desdén hacia el trabajo de los mismos que sólo sirve para constatar su honda ignorancia en la materia. Me limitaré, a continuación, a citar algunos ejemplos que permitirán para poner de manifiesto la escasa credibilidad del autor, dada su manifiesto desinterés por las fuentes históricas y su absoluta ignorancia de los debates historiográficos habituales entre los especialistas, ausentes por completo del libro.

Empecemos primero por los testimonios históricos, las fuentes, cuyo exhaustivo análisis es el fundamento de la práctica historiográfica, mal que le pese a nuestro ensayista. Aquí los planteamientos del autor son, sencillamente, escalofriantes, teniendo en cuenta que estamos ante un libro que pretende ser de Historia, aunque está lejos de conseguirlo. Primero, en la mente del filólogo-ensayista, la Historia no es Ciencia, es Arte, según deja a las claras la cita que coloca como pórtico al libro. Más aún, como en cada materia ‘todos manejamos las mismas
fuentes’, lo único que nos diferencia es que ‘proyectemos opinión’ (página 14). En fin, el autor no duda en confesar que ‘no se comprende un pueblo a través de las fuentes documentales’ (página 25). Con esta actitud hacia los testimonios históricos, no extraña que el autor considere que los medievalistas son ‘antes que nada legajistas’ (página 259). De esta manera, cómodamente instalado en la nefanda democracia de las opiniones (da igual en qué se basen) y en su pose
posmoderna y ensayística de desdén por los testimonios históricos (que no sirven para ‘comprender a un pueblo’), el autor postula, nada menos,una novedosa interpretación del pasado andalusí. Lejos de eso, bajo tanta pose pretenciosa, lo que subyacen son viejos planteamientos, que resurgen al calor de las nuevas circunstancias, como veremos más adelante.

Con tales presupuestos, no es de extrañar que el autor exhiba un más que peculiar concepto de la heurística, actitud que recorre todo el libro, si bien me limitaré a dar algunos ejemplos relativos a la parte dedicada a la conquista musulmana de la Península, donde podemos encontrar ‘perlas’ como la siguiente: ‘todo cuanto podamos afirmar sobre Al Andalus y el Norte de África hasta bien entrados los años 800, es pura recreación cinematográfica’. Pero aunque las fuentes documentales no le sirven para nada, pues ni las cita ni las critica, no duda en lanzar
afirmaciones del tipo ‘Taric es –probablemente- un aventurero más, en su caso de ascendencia vándala’ (página 178). Cabría preguntarse en qué se basa para ello, si, como hemos visto, las fuentes documentales y literarias no le sirven para nada. Sin haber publicado jamás ni solo
estudio sobre temática andalusí, el autor no se priva de pontificar sin complejos sobre uno de los episodios más difíciles de nuestra historia, despreciando con olímpica deportividad el trabajo realizado por arabistas, historiadores y arqueólogos. Qué más da, si, en el fondo, todo es cuestión de ‘proyectar opiniones’, de ‘comprender a un pueblo’ y de preferencias, como el propio autor confiesa, según veremos más adelante.

Como ya se habrá intuido, en relación con el tema de la conquista musulmana nuestro autor es tributario de un viejo conocido, Ignacio Olagüe, autor del célebre libro La revolución islámica en Occidente, Biblia actual de los panegiristas de al-Andalus, que ha conocido un inusitado apogeo en los últimos tiempos como vademécum de cabecera para indocumentados, novelistas y otros despistados, si bien creo que, por vez primera, encuentra eco en un trabajo procedente del ámbito académico. No es este el lugar para insistir en el gran disparate que, en conjunto, es ese libro, entre otras razones porque ya en 1974 lo hizo con toda rotundidad P. Guichard hace más de treinta años (“Les arabes ont bien envahi l’Espagne. Les structures sociales de l’Espagne
musulmane”, /Annales ESC/, 6, 1974, páginas 1483-1513; versión castellana en /Estudios sobre historia medieval/, Valencia, 1987, páginas 27-71) y más recientemente ha insistido en ello M. Fierro “La historia islámica de la península Ibérica”, /Revista de Libros/, 109 (enero 2006), pp. 3-4, a raíz de la reciente re-edición del texto de Olagüe. Sin embargo, no está de más recalcar que el autor confunde a sus lectores al afirmar que ‘el único documento’ de la época de la conquista es el famoso tratado de Teodomiro (página 71). Soslaya, así, los testimonios arqueológicos y numismáticos que documentan el proceso histórico de la conquista musulmana, ya conocidos desde hace mucho tiempo y que han vuelto a ser recientemente analizados por Eduardo Manzano en Conquistadores, emires y califas (Barcelona, 2006, páginas 42-44 y 55-70), los cuales se complementan con las narraciones de las fuentes cronísticas. Es cierto que el autor menciona los dinares bilingües, si bien en su peculiar interpretación no constituyen ‘una
especificidad estrictamente andalusí, sino una cierta continuidad en lo hispano’ (página 194). Parafraseando al propio autor, aunque ya sabíamos que la escuela de los Banu Olagüe no ha dejado nunca de tener adeptos, lo realmente novedoso, y preocupante, es que los esté ganando en el ámbito académico del Arabismo.

Si la querencia por Olagüe no fuera suficiente para demostrar su falta de rigor, me remito a otra inédita noticia que el autor nos descubre en esta ‘genial’ obra. Sabemos que el emir Muhammad I, fundador de la dinastía nazarí, colaboró con un contingente (cuantificado por las crónicas cristianas en 500 caballeros) en la conquista de Sevilla. Pero lo espectacular reside en que el autor llega a cifrar dicho contingente, con una precisión milimétrica, en un 62% de las fuerzas de Fernando III. Si se hubiera molestado en leer a los especialistas, por ejemplo alguno de los muchos trabajos dedicados a la temática bélica y militar en la Castilla bajomedieval por F. García Fitz, sabría que el ejército de Fernando III que asedió Sevilla se componía, entre otros contingentes, de unos 200 hombres (caballeros y ballesteros) de la mesnada real, 2.000
caballeros y entre 6.000-8.000 peones aportados por ricos hombres e infantes, 150 freires, un número igual de caballeros y 400 peones de las Órdenes Militares. En total, una fuerza de entre 3.000 y 4.000 caballeros y 8.000 y 10.000 peones…suponiendo que la cifra de 500 caballeros musulmanes fuera cierta, distaría muy mucho de suponer ese elevadísimo porcentaje. Son los inconvenientes que genera la ignorancia, voluntaria, de las fuentes y la bibliografía especializada.

Y es que, en efecto, no menos delirante que su peculiar heurística es el uso que hace de la producción historiográfica. Sería largo, y vano, una crítica pormenorizada de un libro tan escasamente riguroso que los títulos de la bibliografía final se relacionan por orden de aparición
(?), insólito sistema que dificulta el propósito de averiguar en qué mimbres pretende haberse basado el autor. Peor aún, no duda en proclamar (página 66) su adhesión a cuatro autores (J. Vernet, J. Vallvé, P. Martínez Montávez y Mª J. Viguera) que han abierto ‘ricas vetas’,
ignorando, como vamos a ver, a los principales especialistas actuales en la materia (con todos mis respetos para los cuatro autores citados).
Pero lo inaudito del caso es que el autor, sin sonrojo alguno, confiese que dicha querencia procede de meras ‘preferencias personales’, extraordinario ejercicio de rigurosidad científica que denota a las claras su talante ensayístico, máxime cuando ni siquiera se molesta en dar los argumentos de tal preferencia, ¿para qué?, si en el fondo todo es cuestión de gustos, como él mismo sostiene de forma retórica. De esta forma, tales preferencias, basadas en ignotos argumentos, lo conducen a soslayar los nombres de algunos de los investigadores que han realizado contribuciones más significativas al ámbito de los estudios andalusíes en las últimas décadas, tales como M. Acién, P. Chalmeta, M. Barceló, T. F. Glick o E. Manzano, por mencionar sólo algunos, mientras que otros aparecen referenciados de forma meramente testimonial, como P. Guichard o M. Fierro, algo que sería más que suficiente para suspender un trabajo de curso a un alumno de licenciatura. Asimismo, al narrar el proceso de conquista de Andalucía, prescinde por completo de los estudios clásicos de medievalistas como A. Ballesteros o J. González, así como de los más recientes de M. González Jiménez o F. García Fitz, lo que da idea, nuevamente, de su escasa rigurosidad y de su total desinterés por la bibliografía especializada. En cambio, aparte de sus cuatro ‘preferencias’, sí menciona con profusión a Lévi-Provençal (no Levy-Provençal) y Sánchez-Albornoz, lo que permite comprender el nivel de actualización bibliográfica del libro. De esta forma, en lugar de los aburridos estudios de los especialistas, el ensayista prefiere remitirse a filósofos y novelistas como Carlo Ginzburg, Eugenio Trías, Skármeta, Bertrand Russel, Ortega y Gasset, Heinrich Böll y Antonio Tabucchi, junto a otras citas no menos peregrinas, como Jenofonte (?). Así pues, no sólo no contribuye con ninguna novedad a los estudios andalusíes, sino que, además, ignora las principales aportaciones ajenas, lo que sólo sirve para devaluar aún más, si es que es posible, el libro.

Pero la falta de rigor no es el único defecto apreciable en este libro. Como decía antes, bajo la apariencia de la interpretación novedosa se ocultan, en realidad, los más rancios planteamientos, tan caducos que hoy ya nadie se preocupa por refutarlos, lo que, al parecer, favorece su reaparición. En este sentido, su preferencia por Olagüe, muy querido y valorado a finales de los setenta por los acuñadores del discurso historiográfico nacionalista andaluz, nos ayuda a comprender otras de las ideas que subyacen al libro, el más trasnochado continuismo, trufado
con desenfadados paralelismos y saltos en el tiempo. Así, los cánones de Elvira anteceden a la iconoclastia islámica (página 124), los estados taifas son tan renacentistas como las ciudades italianas (página 389), el derecho /mālikí/ andalusí ‘avanzó por sus propios fueros específicos’
(página 256), las invasiones norteafricanas remachan definitivamente ‘la especificidad andalusí’ ya que las mismas son meros ‘fenómenos exógenos que afectan a lo andalusí… pero que no provienen de casuística andalusí’ (páginas 437 y 445). Las solemnes declaraciones continuistas se suceden de forma invariable a lo largo de todo el libro (página 489). La evolución histórica de al-Andalus se reduce así, en la mente del filólogo-ensayista, a una mera sucesión de eclosiones ‘locales’. A estas y semejantes insustancialidades se reduce el libro que, en realidad, no
es más que un regreso al discurso esencialista-continuista de las identidades, que continúa aquí su errático devenir, iniciado en el siglo XIX: para Simonet, al-Andalus era la anti-España, para Sánchez-Albornoz era España, para los nacionalistas andaluces era Andalucía. Ahora se nos
quiere vender que ‘Al Ándalus’ no fue una sociedad islámica, sino un componente de Europa, porque contribuyó de forma decisiva al Renacimiento (p. 488). Una vuelta a la filosofía de la Historia en la que conceptos historiográficos tan elementales como feudalismo, sociedad
tributaria, clases sociales o reconquista no tienen la menor cabida.

Pese a todo lo que llevamos dicho, alguien ha puesto en la contraportada del libro lo siguiente: ‘estamos ante una de las obras más importante (sic) que sobre Al Ándalus se han escrito’. Ignoro el nombre del anónimo vidente capaz de prever el impacto historiográfico de un libro antes incluso de su publicación. En cualquier caso, sería preferible que los responsables de la edición hubieran sido más prudentes y esperasen el juicio de los especialistas. Por mi parte, siento disentir de tan pomposa opinión. Bien pertrechado en su voluntaria y confesa ignorancia,
osada como pocas, de las aportaciones de los principales especialistas, el autor desarrolla seiscientas páginas de ensayo que se antojan por completo prescindibles como producto historiográfico, de manera que, aunque confiesa en el prólogo que su libro tiene voluntad de ser
consultado, me atrevo a augurarle un apacible sueño de los justos en las bibliotecas, dada su más que predecible nula repercusión académica, al menos en el ámbito de los especialistas.

Para evitar tan nefasta situación, este humilde ‘legajista’ se atreve a concluir con una recomendación al autor y otra a la editorial, desde la más franca cordialidad. En mi opinión, el autor debería elegir una de las dos siguientes opciones. La más recomendable sería que, en futurasediciones (si las hubiere), quite la palabra ‘Historia’ del título y lo cambie por el de /Ensayo filosófico general sobre Al Ándalus/. Es probable que venda menos libros, pero de esta forma, al menos, será más fiel al contenido real del mismo y evitará confundir a los lectores poco
o nada avezados en el tema, así como ser considerado un mero diletante por los especialistas, si es que la opinión de los mismos le resulta de interés. Si, en cambio, desea mantener la palabra ‘Historia’, las exigencias son obvias y la recomendación es seguir el principio enunciado por uno de los padres de la ciencia moderna, Descartes, quien confesaba en su Discurso del método que preferiría no ver publicados sus trabajos, ya que ello le podría restarle el tiempo necesario para
dedicarse a su instrucción. Por lo tanto, que siga el ejemplo de tan ilustre sabio y, antes de seguir ejerciendo de historiador, materia que le es ajena, lea. A la editorial Almuzara, sugiero con toda sinceridad que, la próxima vez, intente documentarse mejor antes de elegir a sus colaboradores y que procure enviar los originales que encargue, o que reciba, a especialistas acreditados (que los hay) que puedan asesorarla mediante revisiones anónimas elaboradas con criterios científicos, lo que evitará que se desprestigie publicando libros académicos, no sólo inservibles, sino claramente nocivos."

La preguntita de Zavalita

¿En qué momento se jodió el Perú?, se preguntaba el Zavalita de Conversación en la Catedral. Mi pregunta es más larga, aunque en el fondo sea la misma. ¿En qué momento se jodió la Argentina? ¿En qué momento se jodió Uruguay? ¿En qué momento se jodió México, Cuba, Venezuela, en qué momento se nos jodió la América?

¿Cuando la descubrieron los españoles? ¿Cuando la redescubrieron los yankees? ¿Cuando los propios hispanoamericanos nunca hasta ahora se descubrieron a sí mismos sino que sólo jugaron a inventarse y a reinventarse, como eternos niños terribles?

Pero de eso, de inventar y reinventarse, no es poco lo que sabemos también los españoles.

martes, 19 de diciembre de 2006

Air Madrid


Tirar el agua sucia de la bañera, pero con el niño incluido.

Catálogo de ignorancias

Pienso hacer un catálogo de mis ignorancias, una lista de las preguntas para las que todavía no he sabido o podido encontrar respuesta.

No ya para encontrar certezas o explicaciones inconcusas, sino para darme cuenta, o más cuenta aun, del escaso derecho que tenemos a pontificar. O del riesgo que asumimos. O de que a toda afirmación tendríamos que echarle el seguro de la duda. Y no disparar salvo que sea caso de vida o muerte. Y aun así.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Villancico moderno para la Navidad de 2006

[Fra Filippo Lippi, 1445, La Adoración de los Magos]


Frente a tanto laicismo,

vamos a adorar al Niño.


Vámonos a ser pastores,

vámonos a hacernos magos;

del pecado los estragos

Él va a mudarlos en flores.

Vamos a adorar al Niño.


Flores de sangre serán

del que hoy duerme en el pesebre

por que el mundo las celebre

por los siglos que vendrán.

A pesar del laicismo.


Vamos a adorar al Niño.

La mirra, el incienso, el oro,

los más humildes presentes,

misterios son transparentes

de este divino tesoro.


Juntémonos en un coro

y, enmedio del laicismo,

vamos a adorar al Niño.


domingo, 17 de diciembre de 2006

No publicaré más libros

En mis años de juventud ilusionada (y, ay, también, sí, bastante ilusa) yo aspiraba a ser algún día novelista, ensayista, dramaturgo, poeta… Ahora sólo aspiro a ser un escritor de blogs. Me conformaría con dejar un blog vagando por los insondables rincones del ciberespacio, sin oler la tinta ni conocer el papel. Sin género literario como corsé, salvo este libérrimo y nuevo del blog, de la bitácora. Que no es un género, sino sólo, acaso, un soporte.

No digo que no vaya a escribir nuevos libros, sino que renuncio a la imprenta. ¿A qué fatigar los tórculos para que te lean cuatro… o seis? ¿Para qué lidiar con editores si tú mismo te puedes editar al instante? ¿Para qué publicar en papel, si te van a pagar lo mismo que en el blog, o sea, nada o cuatro perras que no te sacarán de la pobretería? ¿Para qué herir la vanidad con libros que no se venden si el contador de la página te proporciona consuelos instantáneos?

Decidido. No publicaré más libros.

¿Decidido? —me pregunta uno de esos diablillos familiares que nos rondan por las cavidades más recónditas de la conciencia.

—Bueno —le respondo y me respondo a mí mismo, quizás para reservarme una gitanesca cláusula de salvaguarda—, es que estamos a finales de año, haciendo la lista de buenos propósitos para el que viene…

Me temo que no he podido engañar al diablejo. No es extraño. Ni siquiera he logrado engañarme a mí mismo.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Inteligencia

Un amigo me cuenta que ha leído esta definición no recuerda bien dónde: “Inteligencia es la capacidad de persistir en una sola cosa.”

Entonces, me temo que yo soy muy poco inteligente.

Me consuelo pensando que hay tantas definiciones de inteligencia que deben de quedar muy pocos tontos ya en el mundo.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Tres movimientos del alma

El machadiano Juan de Mañara, el señorito andaluz que reencarna el mito donjuanesco, no sufre una repentina caída del caballo, sino una evolución en tres momentos o movimientos de su alma que se corresponden con cada uno de los tres actos de la obra.

Cuando aparece sobre la escena, ya se encuentra Juan desengañado de su ociosa vida anterior, y ya pensando en el mar de la muerte que le espera, con imagen de río manriqueño:

Viendo esta mañana el río

entre tayares y adelfos

correr hacia el mar, cruzando

dehesas y cazaderos,

por estos campos de lujo,

ancho, inútil y sereno,

pensé en mi vida. Hacia el mar

mis horas ociosas llevo

de señorito andaluz

rico, galán y torero,

alegre, porque lo dicen,

cazador que tira al vuelo

o al paso, no mal jinete,

buen bebedor y maestro

en el arte de pasar

la vida y matar el tiempo,

mimado de la fortuna

como estos campos me hicieron…

De momento es sólo un inconcreto malestar moral, un ennui, un tedium vitae. Pero, tras su inesperado reencuentro con Elvira, la macarenita a la que hizo perder la inocencia para después abandonarla en el camino del vicio y del crimen, el arrepentimiento de Juan se concreta. Ahora se propone reparar el daño hecho, redimir y salvar a Elvira, lo que implica su propia salvación. En el segundo acto le confesará:

A mí me ha bastado verte

mala para hacerme bueno.

Finalmente, en el tercer acto se da la superación del malestar inconcreto y de la culpa personal para llegar a un tercer movimiento, de recio anclaje moral y alto valor filosófico. A Beatriz, su esposa desconcertada, que no ve más allá del amor conyugal, le declara:

…. Si no hubiera

mal en el mundo y brotara

la vida limpia y serena,

de fuente pura, sería

toda compasión superflua,

calumnia del claro espejo

de Dios, y el amor que engendrara

en la carne, único amor,

vivir, la virtud suprema.

¿Quién de tus brazos entonces

el cerco y la flor bermeja

de tus labios dejaría

por cuanto la gloria encierra?

Pero este hedonismo posible es, en realidad, inviable e invivible:

Pero hay mal, dolor y muerte.

Quien piensa en ellos no sueña,

Beatriz. Yo me he visto el alma

a la luz de otra conciencia,

y vi que era turbia. Yo

me he asomado al alma ajena

y porque luz me faltaba

sólo vi sombras en ella.

Existe el mal, que es el odio;

la vida humana es pelea

contra el mal: el que llevamos

dentro y el que vemos fuera.

Existe el dolor, que al hombre

impone Naturaleza

sólo por haber nacido

de sus entrañas de piedra.

Pena sin culpa, mal hace

quien no la alivia o consuela.

Y hay la muerte; sobre todo

la muerte, que nos espera,

nos sigue y nos acompaña;

sólo Dios puede vencerla.

Sin el milagro divino,

sin Dios, la derrota es cierta.

No hay caridad sin amor,

te dije la tarde aquella.

¿Recuerdas, Beatriz? Hoy digo:

no vive el amor, lo sueña

quien ama sin Dios; amores

sin caridad son quimeras.

Quien ama sin Dios no ama verdaderamente, sólo sueña el amor, viene a concluir este Juan de Mañara y, a través de él, los Machado, los dos que firman el drama. Cuando explico a mis estudiantes esta pieza teatral, se extrañan del mensaje inequívocamente cristiano que destila. Y es que de los Machado se ha fabricado un estereotipo que en poco se compadece con la verdad. Por eso su teatro no interesa, no se lo lee, porque desdeciría el tópico. Es más cómodo quedarse con el vacuo Valle Inclán, inmenso ingenio de la nadería pretenciosa.

jueves, 14 de diciembre de 2006

Una pesadilla recurrente

Siento que estoy clavado, atado a las vías de hierro y que un tren se aproxima hacia mí a toda velocidad.
No veo las cuerdas ni las cadenas ni los clavos, pero no puedo moverme y el tren avanza.
Cuando ya está a punto de arrollarme, me despierto.
No sé el final.
Lo peor de todo es que este sueño no lo sueño dormido, por las noches.
Es que me cruza, una y otra vez, por la vigilia.
A cualquier hora, cuando más desprevenido o relajado estoy.
Y siempre sueño que me despierto del sueño, aunque no estoy dormido.
Y esto, despertarse sin saber el final, estando ya despierto, es todavía peor.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Juan de Mañara

[El naufragio de don Juan, por Delacroix, 1840]

Reparemos en el título. Juan, no don Juan. Los Machado apean a don Juan del tratamiento, por consecuencia de su deseo de actualizar y modernizar, de acercar el añejo mito al espectador moderno.
Porque de esto se trata primeramente. De traer al hoy. A pesar de que los Machado continúan usando el verso, en la obra se habla de automóviles, aviones, deportes, yates, bandas de jazz...
Pero no se trata sólo de aggiornamento, sino de profundización y prolongación del mito.
Porque es don Juan un mito proteico, poliédrico, multifacial.
Siempre cuenta, por lo menos, con dos caminos abiertos, por uno de los cuales ha de decidirse, y una vez decidido, recorrerlo. Los donjuanes de Tirso y de Molière escogen el camino de perdición. El de Zorilla y el de los Machado, el de la salvación. En Zorrilla, el arrepentimiento es in extremis, con un don Juan agónico y moribundo, ya en trance de muerte. El de los Machado cuenta con mucho más tiempo por delante para rechazar su vida anterior y acogerse a un nuevo camino.

martes, 12 de diciembre de 2006

Mondas de libros


Recuerda uno los primeros libros que compró. Cómo fueron formando, al principio, una breve, muy breve hilera multicolor sus lomos alineados en la balda casi vacía.
Cómo fueron creciendo y ocupando más y más anaqueles, y necesitando de nuevas librerías. Tapizando paredes, una tras otra.
Cómo llega, un buen día, el colapso, porque los metros cuadrados de la casa, por muy amplia que sea, ya no dan abasto.
Y, definitivamente, llega el momento de hacer monda de libros, como se hacía la monda de huesos en los cementerios de las iglesias, exhumando los restos y traslandándolos al osario de la cripta.
En este caso, la alternativa es llevarlos al librero de viejo, por si allí encuentran mejor acomodo, nuevos emplazamientos, nuevas manos, nueva vida.
Y se desprende uno de esos libros con pena, con melancólica resignación. Se siente uno como un mal padre, como un amante infiel, como un mal amigo. Siente uno el vértigo del juez, que salva o condena con un leve gesto. Se siente uno muy mal, definitivamente.
Pero, no, no hay más remedio. Si no se hace la monda, no cabrán nuevos libros. Nuevos libros que esperablemente, invariablemente, van llegando.
Y, luego, que sabe uno que ya no volverá a leer nunca esos libros. Que pertenecen a una etapa cerrada, a unas vías muertas, a unos caminos extraviados.
Pero algún día llega la pequeña venganza, o más bien el justo castigo, dentro de la justicia poética que, inexplicablemente, regula el mundo, aunque no sea siempre.
Y necesitamos, por cualquier azar, consultar ese libro. Justamente ese título. Y ese título no está. Es de los que se barrieron en la última escamonda.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Ecos (I): Sobre Rico y Reverte


Abelardo Linares, en el blog de Arcadi Espasa, cuelga este comentario de texto sobre el príncipe de nuestros comentaristas de textos, esta vez metido a sonetista en loor del novelista:

"Estar leyendo ahorita, desde el D.F., EL PAIS en su versión mexicana sabe como más sabroso. Tanto más si uno puede echarse a los ojos los casi siempre indefraudables Isaac Rosa, Manuel Rivas y Suso del Toro.

Y para completar el festivo festín, Babelia con dos páginas y media dedicadas al último novelón de verte y Reverte y el académico estrambote de un soneto, o cosa así, del catedrático Francisco Rico.

En él cuenta que "con la máscara vestida" le pilla la farsa de la historia y que no picará "en el cebo" (no el cebo) de la vida, que es el "turbio nombre que Dios puso a la muerte". Aunque si Dios puso el nombre de muerte a la vida, el que debería estar turbio es Dios y no el nombre, por mucho que nos asombre. Para aumentar la mortandad, llama luego Rico homicida a la naturaleza, aunque el mismo reconoce que no le mata sino que sólo le "aporrea" hasta volverle inerte. Lo que es de creer una vez leído el soneto. Para seguir sangriento, cita un libro de Xavier Zubiri y termina el segundo cuarteto declarando que "Naturaleza, historia y Dios, Reverte,/ no harán que me desangre por la herida". Como cuando a uno le aporrean, como a Rico o a su protagonista, lo que se producen son moretones, no se entiende bien de qué herida habla. Pero poco importa porque ya empieza el primer terceto confesándonos que "En nadie creo ya, en nadie espero". ¿En qué quedamos? ¿No cree ni siquiera el laureado académico en su homenajeado Pérez Reverte?

Sigue luego un endecasílabo un tanto críptico: "y no me amo yo más que a otro del hato", en el que pudiera haber, acaso, algún defecto de transcripción. Quizás debiera leerse: "y no me amo más pues sufro flato" o "y no me amo más porque es barato" o aún: "y no me amo más que se ama un gato" e incluso: "y amándome me doy liebre por gato". En todo caso, la forzada sinéresis producida por la introducción extemporánea del "yo" en quinta sílaba afea el verso, obligándonos a leer algo así como: "y no mamo yo más que a otro del hato", lo que no queda demasiado fino.

Finaliza el primer terceto con con un verso increíble: "Guardo la compostura, veo y río". Increíble, no sólo porque no hay quien se lo crea sino porque no es cierto. Ni Alatriste ni Reverte han guardado nunca la postura ni la compostura y si el laureado y prolífico profesor quisiera realmente guardar la compostura no debiera dedicarse a infligirnos sonetos como este. En cuanto a lo de reir, eso sí, pero los lectores.
En el terceto final, Rico echa el resto y lanza una andanada retórica, o al menos un buen perdigonazo: "O si acaso desprecio... Nada quiero./ Sólo matar el tiempo en quienes mato,/ Batiendo el ala triste del hastío". Pero ese "Sólo matar el tiempo en quienes mato" está más a la altura de las moscas víctimas del sastrecillo valiente que de un émulo del capitán Alonso de Contreras o de don Diego Duque de Estrada, las verdaderas fuentes del Alatriste del avispado Pérez Reverte, continuador, por otra parte, del muy olvidado Rafael Pérez y Pérez.

Rico parece querer apuntar a don Manuel Machado, pero no llega ni a Diego San José. Eso sí, se le ve afición y buenas lecturas."

Guillermo Díaz Plaja se va perdiendo en la niebla

Hombres que fueron importantes en sus días, y de los que ya nadie, o casi nadie, se acuerda.

Yo me acuerdo ahora, no sé por qué, quizás hojeando algún librote, de Guillermo Díaz Plaja, tan prolífico en prosa y verso, tan ensayista brillante, tan universitario honoris causa, tan conferenciante en medio mundo… Y ahora sólo una nota a pie de página, una, o varias, entradas en una bibliografía apretada que pocos irán verdaderamente a consultar.

Guillermo Díaz Plaja, como un jirón de niebla, como una mancha de tinta sobre la que pasa, una vez y otra, el rápido secante del olvido.

domingo, 10 de diciembre de 2006

Ponerse las pilas

La expresión ponerse las pilas, tan usada hoy, no parece que sea demasiado afortunada.
Porque, vamos a ver, ¿acaso somos muñecos o autómatas que para funcionar necesitemos tener las pilas puestas?
Ya sé, no es más que una metáfora. Pero inadecuada. ¿O sí, brillante, y adecuadísima, porque describe perfectamente cómo nos sentimos, qué creemos ser?

sábado, 9 de diciembre de 2006

Chesterton y los turistas


Como Ortega, o como Péguy, también Chesterton estuvo convencido por un tiempo de la victoria moral del socialismo. Era idea extendida en la época, la de que no había alternativa “social”, ni moral, al socialismo. Socialismo o barbarie, se decía.

“Me consideraba socialista —dice Chesterton en su Autobiografía—, porque la única alternativa a ser socialista era no serlo. Y no ser socialista era algo absolutamente espantoso.”

Chesterton no pudo tener noticia del Gulag ni conocer la maravillosa vida en las democracias populares. Tampoco pudo leer a Hayek, Friedman o Popper. Tampoco le hizo falta.

Por cierto que, al releer la Autobiografía, encuentro esta distinción entre el viajero y el turista:

“El viajero ve lo que ve; el turista ve lo que ha ido a ver.”

No se puede decir mejor.

Ortega, el liberalismo y el Estado



Se tiene comúnmente a Ortega y Gasset por uno de nuestros más conspicuos liberales. Pero, ¿lo era realmente?

Conste que yo me declaro devoto y asiduo lector del maestro (en el erial…), pero no quisiera que la admiración por sus iluminaciones me impidiese avisar sus apagones.

En su juventud proclamó la, según él, ineluctable victoria moral del socialismo:

“Hoy ya quien no sea socialista se encuentra moralmente obligado a explicar por qué no lo es o por qué no lo es sino en parte.» (mayo de 1910, t. XI, p. 141)

Y otra vez:

“¿Qué afirmación de un nuevo derecho original destaca sobre la parca historia contemporánea? La idea socialista. Luego no es posible hoy otro liberalismo que el liberalismo socialista.” (antes de 1914, t. X, p. 37)

En su vejez fue filofascista, y desde luego simpatizante del Régimen de Franco.

Todo ello muy tibiamente, con matices y salvaguardas y muchos sí es no es.

Ahora, liberal, lo que se dice liberal, yo creo que no lo fue nunca. Porque la de liberal es una de las palabras más tergiversadas de la historia de España. Es como lo que dijo Prieto, “soy socialista a fuer de liberal”, que es como si alguien sostuviera que a fuerza de creer en Dios se ha hecho partidario del diablo.

De lo que Ortega era verdaderamente partidario era del Estado, y de que el Estado lo dirigieran los filósofos. Y, ya puestos, quién mejor que el mejor filósofo de España.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Periodismo

Confirmación diaria de los dogmas.

Los pantalones bien puestos

En la hostil Alemania de los años treinta, el sacerdote salesiano August Stassig se veía obligado a pasar un auténtico calvario en su recorrido cotidiano. Bandadas de chiquillos y mozalbetes le hostigaban, haciéndo de él mofa y befa. Un día en que la cosa pasó a mayores y algún objeto no identificado le pasó silbando por la oreja, su paciencia llegó al límite, se remangó la sotana y les gritó: —Ved, yo también llevo pantalones.

Bastó para que los niños, que entonces se asustaban con tan poco, salieran corriendo y ya no volvieran a molestarlo.

No obstante, el P. Stassig, SDB, tuvo, hitlerismo mediante, que trasladarse a España, en cuyo colegio de Utrera dio clases de alemán a mi padre.

Sería este sacerdote quien casara a mis padres y, algo más de un año después, derramara sobre mi calva, la de entonces, las aguas del bautismo.

La anécdota del arremangamiento de la sotana la cuenta mi padre en la comida de los jueves. También mi madre parece conocerla. Yo no recuerdo haberla oído nunca.

Poco después de nacer yo, el P. Stassig se trasladó a algún lugar de Suiza, donde murió. No guardan mis padres ninguna foto suya. Pero la anécdota, eso sí, es gráfica.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Mercurio

Mercurio es una revista gratuita sobre libros y novedades editoriales que empezó como una aventura independiente de dos periodistas sevillanos y que ahora se integra en la Fundación José Manuel Lara y el grupo Planeta.
Recientemente se nombró director al poeta y traductor Antonio Rivero Taravillo, iniciándose una nueva etapa con nuevos contenidos, nuevos diseños y, según me cuentan, con circulación nacional.
Si la habéis visto ya en esta nueva época (han salido dos números con el nuevo formato), ¿qué os parece?
Se trata de la nueva encuesta.

Una encuesta es una encuesta

Y Delibes ganó por goleada. Aquí. Colgada en otro blog, quizás los resultados de esta encuesta hubieran sido diferentes.
A mí Cela siempre me resultó simpático, quizás por lo que tenía de showman y hasta de payaso, aunque no hay que olvidar sus serias empresas culturales, Alfaguara, los Papeles de Son Armadans, sus puentes con el exilio... Logró lo que de otro modo consiguió el viejo Lara, hacer dinero con los libros... y con el marketing.
De sus obras la mejor me parece, de lejos, el Viaje a la Alcarria. Y algunos cuentos, y algunas páginas. Sus novelas son bastante inconsistentes, entre Zola y Valle Inclán.
Delibes es lo contrario de Cela, tanto en su personalidad como en su obra. Muy alejado del histrionismo del gallego. Más humano, y mejor novelista, porque comprende y no desprecia a sus personajes. Mi novela preferida suya es Cinco horas con Mario.
Pero una encuesta es sólo una encuesta. No el Juicio Final. Ni siquiera es el Tribunal Supremo. Vamos, es que ni siquiera hay fallos ni sentencias. Sólo indicios.


[Cela: 9. Delibes: 44. Ambos: 9. Ninguno: 12]

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Cartas marcadas


Sin olvidar el desastre del Título VIII, ni la inventada y perversa distinción entre "nacionalidades y regiones", o sin entrar en que el ochenta por ciento del artículado sobra, de puro intervencionista y metomentodo, porque una Constitución con que tenga tres folios ya vale, lo que menos me gusta de la actual y vigente es que sea una Constitución de partido. No digo de unas siglas determinadas, o de una organización concreta, sino de una ideología. De una partido ideológico. Concretamente, del socialista. O, para ser más exactos, del socialdemócrata. Que es la versión vergonzante y enmascarada del socialismo de toda la vida.
España, viene a decir esta Constitución, en su artículo 1, es un país socialdemócrata: "España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho". Apenas si un leve embozo. Mal disimulado. Un levísimo maquillaje ese y.
Es como jugar con las cartas marcadas. Como si antes de jugar el partido ya se supiera qué equipo marcará todos los goles. Saber que el árbitro no será imparcial.
De este modo, los liberales abiertos y declarados quedan excluidos del sistema. Serían, claro, la extrema derecha. O la extrema izquierda, quién sabe.
En la II República pusieron que "España es una República de trabajadores", que luego tuvieron que matizar "de todas clases", para que no quedara tan soviético. Y tan ridículo, a la vista de lo poco que trabajaban los ministros.
Aún, la libertad. La gran asignatura pendiente. Aquí, y en casi todas partes.
Y es eso, la libertad, lo que nos sigue dando miedo, mucho miedo.
Aquí, en este sitio, seguiremos hablando con libertad. Por lo menos, hablar.

Ejercicio para hoy (aunque sea festivo, no podemos descansar): Leer el Preámbulo de la Constitución norteamericana y, luego, el artículo 1.1. del Título preliminar de la nuestra. Compararlos.

N. de A.: La sigla CCCE en la etiqueta significa Comentarios Constructivos a la Constitución Española (no a ésta, claro).

martes, 5 de diciembre de 2006

La Utrera del Norte


Es tanta la afición que hay en Utrecht al flamenco, que algunos han dado en denominarla, con juguetona paronomasia, “la Utrera del Norte”. Para que luego el nuevo estatuto andaluz quiera considerar el flamenco “competencia exclusiva”, algo todavía más aberrante que lo de la “realidad nacional”. Como si se pudiera poner puertas al campo o grilletes al libre albedrío, y aun menos a los gustos, que es en lo que se empeñan algunos con dedicación digna de mejores causas.

Pero Utrecht, surcada de canales y de bicicletas, nada tiene que ver con la Utrera seca, calurosa y católica del Sur. Aquí, la mayoría de los templos, incluida la catedral, se reconvirtieron al culto luterano: mutilaron las esculturas, retiraron los cuadros, los retablos… Hoy dan una impresión fría, casi gélida. Podrían impresionar así, por la desnudez, por la austeridad. Pero como quedan las estatuas mutiladas por la saña iconoclasta, esas piedras, testigos de la barbarie y de la violencia que aquí hubo, forman quizá la impresión que más impacta al visitante. Tristes guerras, y más si son de religión.

Invitado aquí por el Instituto Cervantes para participar en una mesa redonda sobre la dimensión literaria del flamenco que se celebra en el contexto de la Bienal de Flamenco que se desarrolla en Amsterdam y Utrecht, o sea, una Bienal de Flamenco como la de Sevilla, Isabel Clara Lorda, la simpática y eficacísima directora del centro, me presenta a mis contertulios. Eric Vaarzon Morel, guitarrista holandés con ya amplia discografía, que ha vivido muchos años en Sevilla y es asiduo de La Carbonería y amigo de Paco Lira. Bart Vonk, poeta y traductor al neerlandés de Neruda y García Lorca, además de César Vallejo y José Ángel Valente. Saskia Tornqvist, periodista y musicóloga, que ha escrito artículos sobre flamenco en la prensa holandesa.

El público, para asistir al coloquio, tiene que pagar una entrada de cinco euros. A pesar de lo cual, la sala se llena. Cosas de esta gente, los holandeses. En España, de qué se iba a llenar una sala de conferencias teniendo que abonar la entrada.

El coloquio, interesante. Aunque al final se recae en la vieja disputa de gitanos y payos. Ahí me empiezo a aburrir. Menos mal que luego las preguntas del público reaniman y redirigen el debate.

Al día siguiente, libre, paseo con Emilio Quintana, que aquí ejerce de profesor, por las calles y los canales de Utrecht, hablando de las beguinas belgas que salen en los poemas de Andrés González Blanco y del modernismo reaccionario de “En Flandes se ha puesto el sol” de Eduardo Marquina, cita obligada por el escenario por el que deambulamos, visitando el museo de Santa Catalina, tomando café en la recoleta cafetería que da sobre el claustro verde e íntimo del Dom…

El autor de El mal poeta me regala una Moleskine, de las que él es adicto. En ella anotaré de prisa los primeros borradores de muchos de los apuntes que mis lectores, si algunos tengo, podrán leer luego en esta bitácora.

Me hubiera gustado titular este apunte con título azoriniano, Horas en Utrecht, por ejemplo. No fueron más que eso. No es poco lo que cabe en unas horas. Uno lo sabe ya, a estas alturas de la vida. Y quizás no aspira a más que eso, a ser un coleccionista de horas, incluso de minutos. Un año, bien mirado, es una eternidad.

Glosas y subrayados


… Hablábamos de subrayar, o no, los libros… Y, verdaderamente, no sabe uno a qué carta quedarse. Porque hay poderosas razones, como se ha visto, para lo uno y para lo otro. Épocas ha habido en que uno subrayaba, y otras en qué no. Depende también de los libros, unos que sí, que se trabajaban mucho con el lápiz, y hasta con el boli rojo, y otros que se dejaban impolutos, no sé si por veneración fetichista o por metus reverentialis o por qué.

Pero caigo en la cuenta ahora en que una cosa es el subrayado y otra, distinta, el comentario, la anotación en los márgenes, la glosa. Un asentimiento, una divergencia, una idea luminosa que nos despierta el autor, una interpretación del texto oscuro…

Después de todo, sin las famosas Glosas emilianenses, que no son sino eso, las acotaciones de oscuro un fraile, no hubiéramos conocido los primeros vagidos del castellano.

Cuando de un escritor se conserva su biblioteca, y donde se dice un escritor se podría decir un padre, una madre, un abuelo…, podemos saber por sus libros anotados lo que le llamaba la atención, quizás lo que pensaba sobre lo que leía…

No sé, es todo tan complejo, es todo tan extraño…

Sería bueno que Abelardo Linares nos dejara un comentario iluminador, él que tantos libros viejos ha tenido entre sus manos. Pero no sabemos en qué avión estará ahora subido el infatigable Abelardo.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Subrayar los libros, ¿sí o no?

A través del blog de El Bibliómano, recomendable para cualquiera que se interese por la vida y la muerte de los libros, digan éstos lo que digan, este apunte de hoy:
Sobre el subrayado de los libros, un post interesante en que la autora se declara una maniática de la lectura con líneas: "No ver un libro subrayado me hace sentir que nadie ha pasado por él, retomar un libro ya leído y detenerme en los subrayados me recuerda la que fui".

"Subrayo para hacer el libro mío, para darle mi sello, para apropiarme de él. Gozo y me emociono y siento que la vida es mejor, o al menos, más calmada, cuando me enfrento a un autor que piensa como yo o siente como yo o, si bien es muy distinto a mí, somos capaces de estar de acuerdo en un par de cosas. Deduzco que subrayo aquellas frases que resumen, perfectamente, cosas que estoy pensado o he pensado. Subrayo como homenaje y celebración al autor del libro, pero también subrayo para recordar el trayecto que yo hice a través de él". (Para leer este estado de pasión por el subrayado, leer en Arte Caffé)

El Bibliómano, por su parte, matiza que se haga siempre a lápiz, para después poder borrar los subrayados, caso de que el dueño se desprenda un día del libro y pase a venderse de segunda mano. En su comentario, Joaquín alerta de la grave falta a la convivencia que supone subrayar los libros sacados de bibliotecas públicas o universitarias.

domingo, 3 de diciembre de 2006

... o Yamoneda

Un premio inane, ¿qué vale?

El vale.

¿Qué reparte Zapatero?

Dinero.

¿Y qué toma Gamoneda?

Moneda.

Vengan euros al poeta

de León más malo y huero

que en dándolo Zapatero

vale decir Ya-moneda.


(42.100 en concepto de Reina Sofía + 90. 430 en concepto del Cervantes = Total: 132.530 € = 22.051.136 ptas)